El pueblo desconocido pero Soberbio donde termina el asfalto
El Soberbio, en el norte de Argentina, es la puerta de entrada a una desconocida selva misionera, con pocos turistas y un paisaje emocionante
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Iniciar sesiónEn El Soberbio solo hay un semáforo. Pero el adjetivo nada tiene que ver con esta intersección de la calle principal del pueblo, ni con las casas cubiertas por tejados de zinc, ni tampoco con esa tierra roja, arcillosa, de un lejano origen volcánico, ... que todo lo cubre, el campo, las aceras e incluso el brochazo de asfalto que cruza la selva desde Iguazú. En el Soberbio termina la carretera. Más allá está el río Uruguay, y en la otra orilla, Brasil. Solo se puede cruzar de un lado a otro en balsa. Alrededor brilla tras la lluvia la selva misionera, aún sin turistas, el infinito verde, el cauce que viene a rebosar. Quizá por todo eso El Soberbio es un lugar a la altura de su nombre.
Dicen que la autoría del bautizo le corresponde a alguno de aquellos empresarios madereros y colonos que se instalaron aquí a partir de los años 40, muchos brasileños de origen alemán. Era un lugar inexplorado en el que empezar de nuevo, con tierras a la venta, posibles explotaciones forestales y un río, el Uruguay, para transportar la madera. «Esto es soberbio», parece que dijo un emprendedor al ver el horizonte. Setenta y seis años después de su fundación, este pueblo tiene unos pocos miles de habitantes, coches, una calle central con algunas tiendas, y el hipnótico y solitario semáforo. Pero tiene sobre todo el aroma de la selva y de la frontera.
Así se ven (muy de cerca) las cataratas que resumen la belleza de la Tierra
J. F. AlonsoTras semanas de lluvia, las cataratas del Iguazú asombran estos días incluso a los habitantes del entorno del parque nacional. He aquí un viaje emocionante en lancha bajo la Garganta del Diablo y las cascadas de San Martín, en el lado argentino de esta maravilla natural del mundo
El Soberbio está a 1.200 km de Buenos Aires y a unos 300 de Puerto Iguazú y de las cataratas, pero podríamos decir que estamos a varios años luz de ambos sitios. Este es un destino de selva sin autobuses turísticos, sin pasarelas de madera, donde tanto los guías como los emprendedores que aquí se han instalado y los viajeros se sienten en un territorio que merece la pena conservar y enseñar.
Una historia de pioneros
La familia de Adelmar Galiano, que emigró primero desde Europa (Italia y Ucrania) a Brasil, llegó aquí con el nacimiento del pueblo, en 1948. «Mis abuelos fueron los primeros balseros, cuando la madera viajaba por el río, y mis padres nunca se fueron de El Soberbio». Adelmar tampoco se ha ido. Vive en la chacra (finca) más cercana al pueblo, en un lugar donde rebosa el agua, junto a una cascada. «Me crié con la citronela -afirma-, aprendiendo sus propiedades y componentes. Con esa planta -una gramínea originaria de la India y Sri Lanka- produce un aceite puro concentrado que se utiliza para crear un desinfectante natural con infinidad de usos, como el repelente contra los mosquitos. La citronela, que da subtítulo al pueblo ('capital de las esencias'), el tabaco o la yerba mate alimentan hoy la vida de esta tierra.
El Soberbio, la puerta de entrada a la gran Reserva de Biósfera Yabotí, aún es un destino relativamente poco conocido en Argentina y completamente fuera de ruta para los españoles. Sin embargo, esa sensación de que todo está muy lejos -incluido el turismo de masas- es clave para sentir su esencia. Para empezar, desde Iguazú, ese símbolo mundial, hacen falta tres horas de coche por carreteras abiertas en la selva, entre el rojo de la tierra y el verde intenso que nos abraza. Esa tierra que se pega a los zapatos tiene un origen volcánico, millones de años atrás, laterita rica en hierro que provoca esos tonos rojizos. En el camino encontramos casas, algunos pueblos e incluso algún hotel pensado sobre todo para los transportistas que realizan largas distancias entre Buenos Aires y Brasil.
Y así hasta El Soberbio, el final del asfalto, el principio de la espesura.
Los saltos imprevisibles
La mayoría de los turistas que llegan hasta aquí lo hacen con una imagen en su retina, vista seguramente en internet. El Soberbio es la puerta de entrada a los saltos del Moconá ('que todo lo traga', en lenguaje guaraní), unos también poco conocidos pero impresionantes saltos de agua que caen sobre el río Uruguay, en plena selva misionera. Un lugar único en el mundo. Se trata de una falla geológica situada junto al río Uruguay en la que desembocan otros arroyos y ríos, y que provoca unos saltos de agua de entre cuatro y quince metros de altura que se desploman a lo largo de casi tres kilómetros sobre el cauce del Uruguay, en paralelo, como si el río se partiera en dos. Hay excursiones en lancha a lo largo de ese tramo para contemplar de cerca el espectáculo. Estos saltos no tienen la fama del Iguazú, pero es un pequeño secreto que compensa sobradamente las tres horas de coche. Solo hay un inconveniente. Cuando llueve mucho, el caudal del río Uruguay crece rápidamente, hasta el punto de que en algunas ocasiones oculta completamente esos saltos. Sí, la naturaleza no sigue siempre los programas de los turistas.
La Ruta Costera nº 2
Entre Azara y los saltos del Moconá se ha construido una carretera turística, la Ruta Costera número 2, que bien podría servir como eje de un viaje de descubrimiento por esta frontera con Brasil. No faltan miradores, alojamientos en plena naturaleza, posibles paradas en comunidades guaraníes, restos de las misiones de los jesuitas, y, por supuesto, la selva, siempre la selva a nuestro alrededor.
En esa ruta encontraremos el reino de Leo Rangel, un uruguayo que llegó a El Soberbio hace treinta años y compró una chacra que hoy tiene 38 hectáreas en la que ha construido un pequeño paraíso en el que cultiva árboles frutales (unas trescientas variedades) o plantas comestibles y muestra a los turistas la biodiversidad y riqueza de esta tierra. Es una reserva privada a la que bautizó como Yasí Yateré, el nombre de un pájaro escurridizo en lenguaje guaraní. En estos años ha construido también cabañas para pernoctar en este lugar, tan alejado de todo cuando llegó. El 'uruguayo', por su perseverancia, es casi una leyenda por estos parajes frondosos en los que se inspiró el escritor Horacio Quiroga para sus 'Cuentos de la selva'.
Horacio Quiroga, uno de los mejores cuentistas argentinos, ha inspirado a muchos viajeros que han llegado a Misiones. Su tratamiento antropomórfico de los animales resulta muy sugerente mientras viajamos en un viejo camión del ejército, un Unimog de ruedas enormes, por unas sendas abiertas con dificultad. Ese tipo de caminos que, si nadie los utilizara, se comería la selva en un santiamén. En nuestra cabeza resuenan las historias de Quiroga protagonizadas por abejas haraganas y señoras culebras, mientras el camión se abre paso en el horizonte casi impenetrable, entre ejemplares de canyarana, de madera roja; laurel amarillo; anchico colorado, que se suele utilizar en muebles y suelos, o del enorme yvyra pytá, de hasta 30 ó 40 metros, de madera dura y flores amarillas. También hay palmito, incienso, chachí bravo o curupáy, que crece más de un metro al año. Y la 'jacaratia spinosa', árbol único por su madera comestible, por ejemplo en formato de confitura. Desde lo alto, algún tucán contempla estupefacto a los turistas.
Una noche en una burbuja
La excursión del Unimog puede hacerse desde el lodge 'La Misión Moconá', donde se acaban de inaugurar unas habitaciones-burbuja con vistas al horizonte verde y al río Uruguay. También hay cabañas de madera, y una piscina junto al gran cauce. El Soberbio está a unos treinta kilómetros, pero el hotel, a medida que pasan las horas, se antoja más lejos del asfalto y más próximo al territorio de los guaraníes. Anoche llovió abundantemente, y por la mañana, Víctor Motta, responsable del turismo local, nos precisa las consecuencias: «El río ha crecido cuatro metros esta noche, treinta centímetros a la hora». La selva siempre imprevisible. Y los caminos de tierra algo más emocionantes.
Unos veinte kilómetros más allá, en la Ruta Costera número 2, hay otro hotel que promete a sus huéspedes 'vivir en la selva', el Moconá Virgin Lodge. Son catorce habitaciones conectadas por pasarelas, junto al arroyo Yabotí, cerca de los Saltos del Moconá. La sensación de estar en la 'selva de verdad' se acentúa cuando sabemos que la electricidad del hotel proviene de un generador eléctrico que funciona de siete de la mañana a medianoche. Luego hay linternas que crean un cierto ambiente de misterio y risas. Desde este hotel se organizan actividades en contacto con la naturaleza, como una tirolina entre los árboles y los arroyos, kayak o senderismo.
En esta zona de Misiones buscan turistas, desde luego. Incluso hay una ultramaratón Yabotí, en septiembre, quizá la mayor carrera en la selva del mundo. Sin embargo, da la sensación de que todo va poco a poco, «para no morir de éxito». En ese estilo de organizar propuestas de bajo impacto hay un programa para acercarse a los poblados guaraníes que salpican la selva. La Huella Guaraní es un sendero de largo recorrido con cuatro etapas para conocer la cultura indígena y las colonias de agricultores alemanes y polacos que se instalaron aquí en la primera mitad del pasado siglo. Esa Huella recorre 32 km dentro de la Reserva de la Biosfera Yabotí. En un futuro próximo, la ruta pasará por al menos cinco aldeas y colonias, pero siempre con esa idea: pocos grupos, poco ruido.
En realidad, para provocar la emoción de los visitantes basta el ruido de la selva y de sus habitantes, como bien supo interpretar Horacio Quiroga en sus inmortales cuentos. Un escarabajo corta la madera. Un agutí corre ágil en algún lugar, antes o después de enterrar algunas semillas. Mientras caminamos sobre la tierra roja, el alboroto de Iguazú queda ciertamente muy lejos. Y qué decir de Europa, que casi puede parecer otro planeta.
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