La lucha por tener cuidados paliativos en África: «Se muere gritando de dolor»
Médico y misionera en Congo, tiene como meta acabar con el sufrimiento de los desahuciados en un país donde cada día en la UCI cuesta 5.000 dólares
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Iniciar sesiónAna Gutiérrez nació en Santander hace 48 años, es misionera y médico en la República Democrática del Congo (RDC). Trabaja desde hace años en el Hospital Lisungi, en Cité Mpumbu, en la zona periférica de Mont Ngafula (Kinshasa). Con 24 años, tras estudiar Medicina ... en la Universidad de Cantabria, decidió dedicarse a la vida religiosa en la Congregación Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Es una de las primeras profesionales en introducir los cuidados paliativos en África. Su primer destino fue Camerún en 2008 y, después, Congo.
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Su trabajo diario consiste en ayudar a morir sin dolor a los enfermos más graves e incurables en un continente donde estas personas son estigmatizadas y, no pocas veces, apartadas y vejadas. La mayoría suele llegar ya demasiado tarde o fallecen en sus casas o en las calles por no poder pagarse un médico. La tarea no es fácil. Mientras en Congo existe un médico por cada 30.000 habitantes (en el mejor de los casos), en Suiza hay 4,4 médicos por cada 1.000 habitantes. Para Ana, su vocación médica y religiosa «van unidas pues ambas nacen del deseo de servir a los demás y de dar tanto bien recibido», explica.
—¿Cómo funciona el sistema sanitario en la RDC?
—El sistema público de salud, formado por hospitales en su mayoría de la época colonial y sin casi ningún mantenimiento desde entonces, es muy deficiente. Aunque es público, en todos los hospitales y centros de salud públicos se paga la consulta, los análisis y los medicamentos. También la hospitalización. Esto hace que mucha gente acuda tarde y que haya un gran número de muertes que podrían haberse evitado.
—Los hospitales privados, confesionales o no, ofrecen mejores servicios, pero siempre se paga.
—Es verdad que, si se tiene dinero, hay oferta sanitaria y hospitales de capital extranjero que funcionan mejor y ofrecen mejores servicios, pero son muy caros. Por ejemplo: un día en cuidados intensivos cuesta más de 5.000 dólares. Una cirugía abdominal privada, no menos de 3.000 dólares. Teniendo en cuenta que el 80 por ciento de la población vive con menos de dos dólares al día, es difícil poder acceder a esos servicios. Pero también es verdad que el tratamiento es gratuito para las enfermedades más frecuentes como la malaria, la tuberculosis y el VIH.
—Usted es una de las profesionales que lucha por implantar en África un modelo de cuidados paliativos para enfermos sin curación. ¿Cuál está siendo la experiencia?
—Ningún ser humano quiere morir con dolor. Cuando vine la primera vez a África en 2003, una de las cosas que más me llamó la atención era cómo ciertos pacientes con enfermedades incurables –cáncer, sida, cirrosis, etc– morían gritando de dolor. Eso es lo que me movió a intentar dar a conocer los cuidados paliativos en un contexto donde no se conocían, e intentar desarrollar un plan de acción para integrarlos en la oferta de cuidados que damos al paciente. Fuimos las primeras en instaurarlos en Camerún, en colaboración con el Ministerio de Salud, y ahora vamos dando pasos en Kinshasa. Mi experiencia es muy positiva. Hemos formado a más de 3.500 personas, sobre todo médicos y enfermeros, y por lo menos se conoce el concepto. Hemos atendido a más de 500 personas en nuestros hospitales en los últimos diez años, los hemos acompañado en el final de la vida y han muerto sin dolor.
—Pero supongo que no todo el mundo podrá acceder a los cuidados paliativos…
—Los cuidados paliativos en sí no son caros, y a poco que podamos hacer se libera mucho sufrimiento. El seguimiento del dolor, la evacuación de líquido de ascitis y de líquido pleural, el control de la disnea, el acompañamiento psicológico y espiritual, etc., no son cosas complicadas y pueden aliviar mucho al paciente.
—Las personas enfermas están muchas veces estigmatizadas en África, llevándolas incluso al curandero o al brujo o encerrándolas en casa. ¿Cómo está viviendo esta realidad?
—Es una realidad muy dura y muy cruel. En algunos casos hay violencia contra el enfermo y abandono. Además, acudir a curanderos retarda mucho el diagnóstico en el caso del cáncer, por ejemplo. Pero es una realidad antropológica con la que hay que contar: con esos curanderos y con la medicina tradicional hay que mantener un diálogo para intentar formarles y que nos manden los casos antes. Tanto en Camerún como en Congo, siempre he tratado de mantener una buena relación para ayudarles a entender la conveniencia de que nos envíen pacientes y trabajar en colaboración.
—¿Cómo reaccionan los enfermos cuando se les explica que pueden recibir medicina paliativa?
—En general reaccionan bien. La clave es tomar tiempo el primer día para explicarles bien su situación, saber qué sabe el enfermo, qué quiere saber, cuáles son sus necesidades prioritarias y cómo es su relación con la familia y el entorno.
«Procuro mantener una buena relación con los curanderos, para intentar formarlos y que nos manden casos»
Ana Gutiérrez
—¿Hay hospitales en RDC o Camerún que ya ofrecen un servicio de medicina paliativa? ¿Cuánto ha costado su implantación?
—Hay un hospital en Camerún, Saint Martín de Porres en Yaundé (la capital), que tiene una unidad de cuidados paliativos con diez camas. En el resto de hospitales y centros ofrecemos los servicios de medicina paliativa en la consulta externa habitual y en la hospitalización de medicina general o medicina interna. Hay que tener en cuenta que aquí estos servicios son difíciles de entender para la familia; por ejemplo, cuesta que paguen una hospitalización de un enfermo terminal, pues el paciente ya no produce y se considera una carga para la familia.
—¿Están recibiendo ayudas del exterior para implantar en Congo unidades de cuidados paliativos?
—Todavía no hemos llegado a pensar en unidades sino en atención paliativa en la consulta normal y en la hospitalización. Para las formaciones del personal sanitario y para conseguir la morfina, contamos en ambos países con la ONG Paliativos sin Fronteras que nos ayuda desde 2007.
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—¿Llora alguna vez de impotencia?
—Claro que he llorado muchas veces. Cómo no llorar al ver morir el otro día de anemia a una madre de 32 años que llegó tarde al hospital, delante de sus tres niños de 7, 4 y 2 años. Cómo no llorar a veces al intentar reanimar a niños de menos de 5 años, y no conseguir sacarlos adelante porque vienen en muy mal estado. Cómo no llorar al ver morir desangrada a una mujer que llega a nuestro hospital después de haber dado a luz en un pequeño centro de salud de barrio tres horas antes y le han dejado con una hemorragia posparto y la traen ya dando el último suspiro y no podemos hacer nada por salvarla… Lloras de pena, rabia e impotencia. Las Esclavas tenemos en nuestro carisma la Adoración diaria del Santísimo y ahí es donde se sacan muchas fuerzas.
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