Una mirada teológica: a la escucha del espíritu del Resucitado
«San Juan Crisóstomo nos transmite que sínodo es sinónimo de Iglesia»
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¿Para qué sirve la Iglesia?
Michele Taba
En este mes de octubre se está celebrando en Roma la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, titulada 'Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión'. Se trata de la segunda etapa de un proceso comunitario de ... discernimiento, iniciado con la consulta de las comunidades locales, que se concluirá en 2024 con una segunda y última sesión.
La reunión sinodal ha tenido su comienzo el 4 de octubre pasado y se prolongará hasta el 29 de este mes. 464 son los participantes (obispos, presbíteros, religiosos y laicos) procedentes de los cinco continentes.
El término sínodo (del griego syn-odos 'caminar juntos') adquirió pronto una significación especifica en la comunidad cristiana: en la Iglesia antigua se usaba para indicar las asambleas de obispos convocadas en diversos niveles (local, regional o universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando el Espíritu Santo, las cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que exigían ser examinadas en un momento dado. Los elementos que representan la luz suprema para estas reuniones eclesiásticas son, pues, dos: 1. la Palabra de Dios revelada (el magisterio eclesial está al servicio del Evangelio y no se mueve arbitrariamente); 2. El don del discernimiento que el Espíritu otorga a su Iglesia para interpretar y actualizar el Evangelio en las diversas circunstancias de la historia. San Juan Crisóstomo nos transmite que Sínodo es sinónimo de Iglesia ya que indica el caminar juntos del pueblo de Dios como un coro armónico donde todos tienen la misma caridad y el mismo sentir.
A lo largo de los siglos, con la separación entre oriente y occidente, la sinodalidad se convirtió en un rasgo especialmente desarrollado en la Iglesia oriental, donde se ha ejercido oscureciendo en cierto sentido el primado, mientras que la Iglesia occidental, aunque no olvidó por completo esta dimensión, se centró más en el primado papal.
El Concilio Vaticano II, en su doctrina sobre el episcopado, al volver a poner en valor el ministerio episcopal, quiere recuperar el carácter originariamente colegial del ministerio apostólico en la Iglesia indivisa del primer milenio, que bien lograba armonizar colegialidad episcopal y primado. Y al concluir el Concilio, justamente para impulsar un ejercicio más colegial del primado, el Papa Pablo VI constituyó el Sínodo de los Obispos como organismo consultivo permanente al servicio del ministerio petrino.
En los años siguientes se ha venido afirmando en la teología católica la diferencia entre colegialidad y sinodalidad. El primer término se aplica a la totalidad de los obispos reunidos con el obispo de Roma que ejercen efectivamente la potestad plena y suprema sobre la Iglesia universal, la cual se expresa mediante el voto deliberativo. En este sentido tampoco el Sínodo de los Obispos, como pensado después del Concilio, realiza estrictamente esta función ya que carece del carácter universal (no están presentes todos los obispos) y de la capacidad efectiva de deliberación normativa propia del colegio episcopal reunido (tiene solamente una función consultiva). La sinodalidad, en cambio, es una noción más amplia que la colegialidad y quiere asumir la eclesiología del pueblo de Dios, expuesta en el capítulo II de Lumen Gentium: todo fiel, en virtud de los sacramentos de la iniciación cristiana, es sujeto activo en la vida y en la misión de la Iglesia, y está por tanto habilitado para participar, según su especificidad propia (pro parte sua), en el discernimiento misionero.
Esta distinción es fundamental para comprender la naturaleza del acontecimiento sinodal actual y evitar una visión reduccionista del mismo que lo presente como una especie de gran parlamento cristiano, como nos lo ha advertido en repetidas ocasiones el papa Francisco. La reunión sinodal, abierta por primera vez a la participación de los laicos con derecho a voto, no se identifica con la colegialidad episcopal ejercida por los obispos en Concilio, la cual expresa la potestad propia de los sucesores de los Apóstoles que así realizan juntos en comunión su función de maestros y doctores de la fe. Más bien expresa la participación de toda la comunidad en el discernimiento eclesial a partir del testimonio cristiano que cada uno ofrece, según su vocación, estado de vida y oficio en la Iglesia.
La sinodalidad se refiere, pues, al camino conjunto del pueblo de Dios que a la luz de la Palabra de Dios y sostenido por el Espíritu del Resucitado discierne comunionalmente, cada uno según los dones que ha recibido, cómo vivir y expresar en el contexto histórico presente la vida eclesial como comunión, participación y misión. Es decir, cómo vivir la vida y la misión de la Iglesia según una forma sinodal.
Las mismas tres palabras que componen el logo sinodal (comunión, participación, misión) nos dan la clave para describir más en detalle este proceso.
En primer lugar, comunión. Ya la Asamblea extraordinaria del Sínodo de 1985, había afirmado que la categoría de comunión había de considerarse como un eje fundamental de la eclesiología conciliar. Ella apunta al hecho de que la unidad católica no puede reducirse a una mera uniformidad, sino que incluye una legítima diferencia: la única Iglesia de Cristo, que testimonia el único Evangelio y es un solo cuerpo en un solo Espíritu, tiene en su seno una variedad de condiciones de vida, de carismas y de tradiciones particulares, los cuales, lejos de herir la unidad católica la enriquecen (cf. LG 13)
Esta doctrina conciliar sobre la comunión como forma fundamental de la Iglesia católica, que en último término remite a la eclesiología paulina del Cuerpo de Cristo, se acompaña a una valoración de la condición de fiel cristiano: todo fiel cristiano, en virtud de los sacramentos de la iniciación cristiana, participa de los tres oficios propios de la misión de Cristo y, por tanto, la totalidad de los cristianos es un pueblo sacerdotal, profético y real.
La afirmación conciliar nos lleva a comprender las otras dos palabras que componen el logo sinodal: participación y misión. En efecto, la vocación cristiana incluye una inserción viva en el cuerpo eclesial y la participación real en la misión sacerdotal, profética y real de la Iglesia en el mundo. Participación, significa pues tomar conciencia de que nadie en la Iglesia puede ser considerado un sujeto pasivo, un simple beneficiario de la fe, sino que cada uno de nosotros está llamado a ser miembro vivo del cuerpo eclesial y testigo de la fe en el mundo. La participación de todo el pueblo cristiano en este camino sinodal representa pues una llamada a tener la conciencia de que todos nosotros somos Iglesia y estamos llamados a una misión en el seno del pueblo de Dios y en el mundo.
Llegamos así a poder comprender la naturaleza de la asamblea sinodal en curso: el voto consultivo, propio de sus participantes, expresa la participación de todos los fieles cristianos en la tarea de la formación del discernimiento eclesial a través del ejercicio del 'sensus fidei', del testimonio personal y de los dones particulares que el Espíritu otorga a cada uno.
Este es el contexto teológico adecuado para mirar al actual proceso sinodal: la Iglesia, que no es una asamblea democrática sino sacramental –es decir un sujeto en el que cada uno expresa su testimonio a partir de los dones que el Resucitado le otorga–, toma siempre más conciencia de la gran dignidad de todos los miembros que la componen y se propone hacer un discernimiento comunional sobre su misión en el mundo de hoy. Todos los fieles cristianos, por la unción bautismal están llamados a contribuir a este discernimiento misionero (voto consultivo), y, en el seno de la comunidad, el mismo Espíritu mediante el sacramento del orden ha constituido a algunos como sucesores del colegio apostólico, con el Papa a la cabeza, dándoles así la capacidad de ofrecer un testimonio vinculante para todos. Por eso la reunión sinodal se concluirá con la entrega de un primer informe o relación, destinado a ser completado el año que viene con la última sesión sinodal, para que después la autoridad de la Iglesia pueda tomar las eventuales decisiones.
Doctor en Teología Dogmática por la Universidad Eclesiástica San Dámaso
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