León contra las llamas: «Esto se muere y no hay forma de hacer nada»
En una provincia castigada por los incendios por los cuatro costados, los vecinos se niegan a dejar sus pueblos ante la amenaza de las llamas
El mapa de los incendios en España: la superficie quemada este año es la mayor de las tres últimas décadas
Lucillo y Santo Tirso de Cabarcos (León)
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Iniciar sesiónManuel tira unas pajas al aire para ver por dónde sopla el viento. Otra vez. El rostro refleja el relativo alivio acompañado de un suspiro contenido. «¡Hoy el viento nos favorece!», se dice en el alto sin dejar de mirar a las dos ... columnas que humean un poco más allá. Son de sendos fuegos que, procedentes de Galicia, han entrado en Castilla y León por El Bierzo. Señala a lo quemado. Que haya ardido buena parte de lo que ve ante sus ojos en el valle junto a Santo Tirso de Cabarcos es su esperanza. «Ahí muere el fuego porque ya no tiene más que quemar», apunta «ya un poco más tranquilos» y tras una noche en la que no pegaron ojo.
Hasta las cuatro de la mañana, con el pueblo mandado desalojar estuvieron una docena de vecinos y un par de motobombas ensanchando el cortafuegos y refrescando. «Y ahí, en esa señal, paramos el fuego», explica indicando un poco más allá, a la marca calcinada que indica que empieza Orense, donde todo está churruscado, justo al otro lado de una zona que, cuando el humo que lo cubre despeja, todo sigue siendo verde.
«Si no nos viene otro… estamos más tranquilos», comentan entre los vecinos que siguen apostados en una curva junto a la carretera vigilando si las llamas cogen fuerza. El negro humo empieza a subir, «ha enganchado un pino», por lo que la tensión no baja, mientras no paran de subir y bajar tractores con cubas cargadas de agua refrescando cualquier punto que humea y casi en un abrir de cerrar de ojos vuelve a prender.
Aumentan las evacuaciones en Sanabria ante el avance de las llamas: «Hay mucho nerviosismo»
Montse SerradorDesalojadas las poblaciones zamoranas de San Martín de Castañeda y Vigo de Sanabria, con unas 263 personas, y el resto de municipios cercanos al lago permanecen confinados
Un poco más abajo, la UME, que llegaba por la mañana. «Esta noche, si no fuera por nosotros, había ardido el pueblo», subraya Salva, vecino de otra localidad cercana que acudió a la llamada del alcalde «para que subiéramos con medios». Los más jóvenes se negaron a irse, son los que se quedaron, mientras los mayores sí salieron. «El pueblo salva al pueblo», repite con la pena de que «se hable mucho de la España vaciada» y ahora se vean rodeados por el fuego. «Cuando acabe de arder todo ya no habrá gente aquí», pena con resignación.
«No se puede abandonar el 90 por ciento del territorio para vivir amontonados en las ciudades», lamenta en un pausado caminar Antonio, mientras se dirige a lo alto de Lucillo, un poco más arriba de la ermita, a más de 50 kilómetros, en la Maragatería, otra comarca en una provincia de León que más de una semana después de comenzar los fuegos, sigue ardiendo por los cuatro costados y con la desesperanza de no ver el final grabada en el rostro de sus vecinos. El de Antonio está surcado por la pena, las resignación de haberse visto obligado el sábado a salir «con el perro, las ovejas, las gallinas… Todo lo que tenía» en Prada, pero no sabe lo que encontrará el día que pueda volver. «Esto se muere, las ciudades crecen» y con fuego así «no hay forma de hacer nada», explica intentando atisbar lo poco que se ve del paisaje entre una nube de humo que lo cubre todo y no deja de tirar restos de ceniza.
«Antes todo se aprovechaba: la leña, los huertos, el ganado...», dice, pero ahora eso son recuerdos del pasado, de esos catorce años recorriendo caminos, montes... que con un año lluvioso como éste seguido de un cálido verano ha mutado de frondosos campos a mechas en las que cualquier chispa, con la complicidad del viento, son auténticas piras. «Antes también había fuego, pero se quemaba una zona», rememora. «Si le dijera a mi abuelo que había un fuego en O Barco y que iba a llegar aquí, me dice que estoy loco», coincide, a kilómetros de distancia Manuel, desde el Bierzo para explicar la evolución de los incendios.
«¡Todos a la ermita! ¡Hay que subir!», grita una mujer desde la carretera de Lucillo. Son los que tampoco se han ido «porque lo pierdes todo». Otro grupo de la resistencia que se ha quedado «aquí, a esperar el fuego», y que en una especie de sinfonía congrega a un grupo de vecinos, enganchando las mangueras por los hidrantes del pueblo. No saben a cuánto está porque el humo es tan denso que no deja ver. La intensidad de la nube entre un tono gris y anaranjado, el mayor picor de los ojos y la garganta por más que se lleve mascarilla, es casi la única pista de la evolución.
Un poco más abajo, descargan bebidas como acopio para quienes se baten contra las llamas, contra las que el día anterior hicieron un cortafuegos, explica como puede con la emoción en la voz Beatriz, de 21 años. Al lado, la furgoneta de Adolfo, panadero de Astorga, que «algo nervioso» y «con la incertidumbre de qué te vas a encontrar» se ha subido un día más al verhiculo.
Pero el de ayer no es un día más. Es uno de evacuación, con el fuego llamando a la mitad de los 16 pueblos por los que reparte todo en año en la comarca de la Maragatería, y donde, aunque haya vecinos que sigan ahí, lo que dominan son casas cerradas, pueblos casi fantasma donde el silencio grita. Adolfo ha hecho «el esfuerzo» para llevar el pan y que las brigadas puedan comer. «Lo he intentado a Chana de Somoza, pero imposible», se lamenta con los ojos humedeciéndose. A él, acostumbrado a bregarse en esas carreteras en las que en invierno el problema es la nieve, que se deleita con con una paisajes que «nunca me canso de ver», se le parte la voz sólo con imaginar «qué voy a ver cuando se levante el humo».
Un poco más allá, en el vecino Filiel también debía estar evacuado desde el domingo por la tarde por el fuego que empezó el 8 de agosto en Llamas de la Cabrera y se considera uno con el que arrancó en Yeres, el que se adentró en Las Médulas. Pero ayer ni algunos veraneantes que se resistían a acortar su estancia en su segunda residencia ni vecinos a irse.
«Un pinar lo hemos talado entero», dice a alguien al otro lado del teléfono uno en un grupo apostado entre Lucillo y Filiel que veía cómo se hacía realidad que a lo que aguardaban era a que llegara el fuego. Se creía a tres kilómetros, por lo que entre unos y otros se transmiten, lo que la Guardia Civil y los efectivos dicen, pero en apenas media hora ya estaban allí las llamas. Al borde de la carretera que las ha logrado contener por un lado, mientras otra lengua engancha unos matorrales y comienza y arde con fuerza.
Llegan las brigadas cuando un grupo de vecinos de diferentes pueblos, batefuegos en mano, ramas… ya se intentaban adentrarse cuando lo que parecían apenas rescoldos, coge fuerza y altura. Acababan de llegar hacía unos minutos de rematar otras que ardían un poco más allá. Estaban en la plaza de Filiel, donde los banderines todavía ondean de esas fiestas que acabaron en la víspera de desatarse el incendio. Hablan, resoplan, se intenta organizar, «esperando a ver cómo evoluciona» un fuego que ha demostrado virulencia, erráticos comportamientos y una voracidad insaciable.
«Hasta que llegue aquí, no se puede hacer nada», asumen con resignación en su obsesión de «salvar los pueblos». Ya lo tienen: hacia Lucillo. «Si veis la cosa mal, os dais la vuelta», dice con contundencia uno de los más veteranos. Al coche, dos juntos al menos, lo tienen claro. También suben Iván y Adrián, dos policías nacionales que estaban de vacaciones en Lagunas de Somoza y «desde el martes llevamos desbrozando».
Les llamaron diciendo que hacía falta ayuda, y no lo dudaron. «La vocación tira», reconocen con una entrega compartida por profesionales y vecinos, como Tamara y Rubén, ganaderos de Villar de Ciervos, que retama en mano suben apagando esas temidas pavesas que en nada prenden y provocan otro incendio a la espalda. El no acabar que lamentan, con la vista puesta en el cielo, en que bajen las temperaturas, llegue la lluvia y el viento amaine. Que el fuego, cese, imploran sólo sus caras.
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