Newman y la ironía de Dios
El Papa León XIV le proclamó a doctor de la Iglesia, y le indicó como una luz para las futuras generaciones
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Iniciar sesiónEl pasado sábado, durante la celebración de la fiesta de Todos los Santos, el Papa León XIV proclamó a san John Henry Newman doctor de la Iglesia, y le indicó como una luz para las futuras generaciones. A Newman le gustaba especialmente contemplar la historia ... en perspectiva desentrañar su sentido más allá de las apariencias. Siendo ya casi un anciano, describía su trayectoria vital con esta frase llena de sobriedad y con un punto de humorismo: «he tenido una intención honrada…, un carácter de obediencia, una disposición a ser corregido…, un deseo de servir a la Santa Iglesia, y a través de la misericordia divina, una justa cantidad de éxito». Por supuesto, aquí no recogía los sufrimientos y fracasos parciales que hubo de sufrir a lo largo de su vida.
Newman, que por tradición familiar habría sido un perfecto gentleman, aceptó en cierto modo vivir siempre a la intemperie, aceptando el riesgo de ser fiel a la Verdad que reconocía y amaba, aunque eso pusiera en riesgo su posición, su fama y su seguridad. En más de una ocasión pareció que su travesía podía acabar en fracaso, de hecho, recibió una condena en un proceso civil, fue atacado por la prensa y algunos miembros del gobierno, y en algunos círculos de la Curia romana creció la sensación de que podía ser una especie de «caballo de Troya» del protestantismo. Consciente de su situación, llegó a escribir que se sometía por entero al juicio de Dios, ya que no podía esperar demasiado del de los hombres. Es cierto que la llegada del Papa León XIII supuso una reivindicación sustancial de su teología y de su propia peripecia humana, aunque ni siquiera la protección del Papa le libró de las sutiles trampas de sus enemigos.
En todo caso, como él mismo decía con su inconfundible ironía inglesa, la misericordia de Dios le permitió tener «una justa cantidad de éxito» a lo largo de su vida, y más allá. Él se consideraba «un pony con las rodillas frágiles» frente a aquellos «caballos de carreras» que fueron los grandes teólogos de la antigüedad cristiana, pero ahora ha sido inscrito en el libro de los Doctores de la Iglesia, una Iglesia a la que amó contra viento y marea, a veces contra sus propios sentimientos primarios y contra su tradición juvenil; la amó incluso a través del mal trato que recibió de algunos de sus jefes, la amó porque en ella (y de eso no tuvo ninguna duda desde que decidió entrar por su puerta) se conserva y transmite íntegra a través de los tiempos la verdad de Cristo, el Salvador del mundo.
Pienso que el Señor también tiene su ironía a la hora de conducir la historia. A los ciento ochenta de la entrada en la Iglesia católica de aquel brillante pastor anglicano, sospechoso para sus antiguos compañeros y para sus nuevos hermanos, el primer Papa estadounidense de la historia, que curiosamente ha elegido el nombre de León, le ha proclamado Doctor. Conviene no precipitarse con la lectura de los acontecimientos.
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