No tenemos todas las respuestas, pero tenemos al Resucitado

Para explicarlo se refirió a la figura de Nicolás de Cusa, cardenal, pensador y defensor de la unidad de la Iglesia en los tiempos revueltos del siglo XV. León explica que este hombre «no pudo ver la unidad de la Iglesia, sacudida por corrientes opuestas y dividida entre Oriente y Occidente, no pudo ver la paz en el mundo ni entre las religiones, en una época en la que el cristianismo se sentía amenazado desde fuera». Sin embargo, «sus escritos están llenos de luz». Mientras muchos de sus contemporáneos vivían con miedo o se armaban, «eligió desde joven asociarse con quienes tenían esperanza». Según el Papa, Nicolás comprendió que es necesario mantener unidos a los que son opuestos y que los que están en tensión encuentran su unidad en el misterio de Dios. Nicolás era consciente de que no sabía muchas cosas, y eso le permitía entrar más en el fondo de la realidad.

León XIV exclamó, refiriéndose a él: «¡qué gran don para la Iglesia!». E inmediatamente aplicó todo esto a la Iglesia de hoy: «¡cuántas preguntas desafían nuestra enseñanza!, preguntas de los jóvenes, de los pobres, de las mujeres, de quienes son silenciados o condenados por ser diferentes a la mayoría». La invitación que el Papa lanzó a los peregrinos es la de permanecer firmes en la esperanza en medio de las incertidumbres, porque «esperar no es saber». Evidentemente, aún no tenemos las respuestas a todas las preguntas, no las tendremos mientras dure nuestro caminar en la historia. En cambio, «sí tenemos a Jesús, al Resucitado, y le seguimos a Él». Esa es la realidad del cristiano en todas las épocas: «entramos como exploradores en el nuevo mundo del Resucitado, Jesús nos precede y aprendemos, avanzando paso a paso».

Mirando a tantos interrogantes que nos plantea nuestro mundo de hoy es muy saludable entender este punto candente: nuestra fe no es una enciclopedia que responde mecánicamente a todas las preguntas sobre las guerras, sobre el fenómeno migratorio, sobre los desequilibrios económicos, sobre nuestras circunstancias personales y familiares… Nuestra fe es adhesión al Resucitado, a sus palabras y a su presencia histórica en el cuerpo de la Iglesia. Esa es la gran luz que nos permite entrar en las circunstancias históricas sin miedo y sin altanería, avanzando paso a paso, y ofreciéndosela a todos.