Un Papa desactivador de minas

El Papa León XIV, en una imagen reciente EFE

El Papa León XIV sigue siendo una incógnita en no pocos aspectos. Algunos, por cierto, se despejarán esta semana. Hace unos días el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, llenó el teatro de la jesuita Universidad de Fairfield para una 'Noche con el ... cardenal Timoteo Dolan: Reflexiones sobre el Cónclave y el nuevo Papa estadounidense: León XIV'. Ya saben, eso que saben hacer bien y con gracia los cardenales norteamericanos.

Recordó que estaba bajo juramento, por lo que no iba a dar detalles del cónclave que eligió a León XIV, pero dejó algunas ideas jugosas. Por ejemplo, la de que estuvieron buscando a un sucesor, «no solo un continuador. Un sucesor no solo del Papa Francisco, sino de San Pedro; para el caso, un sucesor de Juan Pablo y del Papa Benedicto», agregó. «Esto no era nada nuevo. Cada cónclave tiene el mismo desafío».

El cardenal Dolan recordó que el cardenal Robert Prevost «fue descrito como sensible, reflexivo, un oyente tranquilo, un trabajador duro, un gerente sólido, no reacio a las decisiones difíciles, con un profundo conocimiento de la Iglesia universal y sus diversas necesidades pastorales». Confesó que tardó en darse cuenta de que «no pertenecía a ninguno de los grupos de candidatos más ideológicos que el mundo exterior había identificado».

Esta semana, mi admirado Luis Badilla, vaticanista de raza, ha escrito que León XIV es un Papa desactivador de minas, una imagen que me ha parecido original e ilustrativa. No hay que descartar que en la Iglesia haya eclesiásticos y no eclesiásticos, altos y bajos, empeñados en sembrar el terreno de minas doctrinales, canónicas, económicas, de ejercicio de poder, con sus declaraciones, con sus actuaciones, con sus fijaciones, con sus emperramientos, incluso con las hipotecas ideológicas. Minas sembradas hace poco o mucho tiempo en la Iglesia universal, también en la de España, que producen el efecto de que se piense que la Iglesia progresa y cambia en la medida en que es capaz de superar los conflictos y las dialécticas internas. La naturaleza de la Iglesia no es conflicto, sino comunión.

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