Francisco hace limpieza en el Vaticano, y aparta a los críticos que siembran división

La retirada del sueldo y el apartamento a un cardenal hostil abre el debate sobre qué significa «oposición leal» en la Iglesia

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La 'oposición' del Papa Francisco: Georg Gänswein, el cardenal Angelo Becciu, el cardenal Raymond L. Burke, el Cardenal Gerhard Ludwig Müller y el exarzobispo Emmanuel Milingo ABC

La paciencia tiene un límite, incluso para el Papa Francisco, que esta semana ha decidido retirar sueldo y alquiler al cardenal Raymond Leo Burke, abanderado de los movimientos opositores a su Magisterio. Burke, jubilado desde el pasado mes de junio, pierde su sueldo ... mensual de cinco mil euros y su apartamento de 417 metros cuadrados junto a la plaza de San Pedro. La decisión es un aviso a otros de que los tiempos han cambiado definitivamente en el Vaticano y abre el debate sobre qué es realmente «oposición leal» al magisterio papal.

Francisco ha tomado en el pasado decisiones parecidas contra exponentes de la Curia que lo han criticado públicamente, como el cardenal Gerhard Müller, a quien no renovó como prefecto de la Congregación para la Doctrina de le Fe; o a Georg Gänswein, ex secretario de Benedicto XVI, autor de un duro libro contra el Papa. Al cardenal Angelo Becciu, acusado de malversación, lo despojó de sus derechos como príncipe de la Iglesia.

«Naturalmente, cuando el Papa toma una decisión que te parece errónea, nuestra obligación es hacérselo notar, precisamente para protegerle. Pero se hace en privado y sin presionar, para no provocar una herida mayor de la que estás curando», explica un cardenal a ABC. «Hay que reconocer además que el Pontífice está en contacto con más personas y es probable que haya tomado la decisión con otros elementos», añade.

«Naturalmente, cuando el Papa toma una decisión que te parece errónea, nuestra obligación es harcérselo notar para protegerle»

Un cardenal consultado por ABC

En abril de 2018, Burke justificaba sus críticas al Papa citando a un autor del siglo XIII, Enrique de Segusio, para quien sorprendentemente «el colegio cardenalicio es de facto un mecanismo de control de los errores papales», a pesar de que ninguna norma actual le reconozca esa función.

Según el purpurado, «la crítica debe ajustarse a las enseñanzas de Cristo sobre la corrección fraterna». Significa que «si el Papa se niega a corregir su gravemente deficiente manera de enseñar o actuar, debe hacerse pública, porque de ella depende el bien de la Iglesia y del mundo».

«¿Por qué ha tardado tanto?»

Aunque los admiradores del cardenal Burke presentan la medida de Francisco como una «venganza papal» contra el purpurado disidente, la realidad es ligeramente diferente. «La pregunta que se hacen la mayoría de los católicos ante la decisión del Papa no será '¿por qué lo ha hecho?', sino '¿por qué ha tardado tanto?'», asegura Austen Ivereigh, biógrafo del Papa Francisco.

En su opinión, «cualquiera que haya seguido durante esta última década las actividades, los discursos y las maniobras del cardenal tradicionalista se habrá asombrado de cómo se ha permitido a Burke socavar constantemente la autoridad del Papa, colocándose como contra-magisterio del Papa y construyéndose una lucrativa carrera presentándose como el verdadero guardián de la tradición».

Fuentes consultadas por ABC subrayan que el problema no son las críticas de Burke a Francisco, sino su insistencia en socavar su magisterio. Para que escarmienten en cabeza ajena, el Papa explicó el pasado 20 de noviembre a altos cargos del Vaticano que toma la decisión porque el purpurado está usando los recursos contra la Iglesia y para impulsar división con el papado.

Juramento de fidelidad

Benedicto XVI nombró en 2008 a Raymond L. Burke prefecto del tribunal de la Signatura Apostólica, la corte de apelación del Vaticano, y en 2010 lo creó cardenal. En la ceremonia, Burke «prometió y juró» «obediencia a San Pedro en la persona del Sumo Pontífice Benedicto XVI y de sus sucesores canónicamente elegidos».

Lo cierto es que nunca se entendió bien con el Papa Francisco, quien en noviembre de 2014 lo destinó como su representante en la Orden de Malta, y lo apartó por desobediencia en 2016. En paralelo, Burke ya abanderaba iniciativas de sectores críticos con Bergoglio.

El problema no son las críticas de Burke a Francisco, sino su insistencia en socavar su magisterio

En 2018 el purpurado explicó en la conferencia 'Iglesia católica, ¿a dónde vas?' que a lo largo de la historia ha habido algunos papas herejes, y que en esos casos la labor de los cardenales es señalar el error. Él mismo había preparado en septiembre de 2016 cinco «dubias» o solicitudes de aclaración al Papa sobre su decisión de permitir «en ciertos casos» que personas divorciadas vueltas a casar pudieran recibir la Eucaristía. El Papa les remitió a documentos oficiales, pero no respondió directamente, por lo que hicieron públicas las cuestiones como gesto de presión.

Este verano, el cardenal volvió a la carga, esta vez interrogando al Papa sobre cuestiones ligadas al «sínodo de la sinodalidad». Como no le convencieron las respuestas que le hizo llegar Francisco, reformuló las cuestiones y las envió de nuevo. Al no recibir respuesta, las hizo públicas en vísperas del sínodo.

Por esas fechas Burke presidió un encuentro en Roma duramente crítico con el sínodo de Francisco, al que comparaban con la torre de Babel. Sin mencionar al Papa, denunció que «estamos asistiendo a un sutil cambio semántico de algunas palabras o expresiones que hace incomprensible la enseñanza de la Iglesia sobre algunos puntos». Por si había dudas de a quién se refería puso como ejemplo la expresión «misericordia de Dios» o «sinodalidad». «Los obispos y cardenales de hoy necesitan mucho valor para enfrentarse a los graves errores que provienen del interior de la propia Iglesia», aseguró entonces. En primera fila le escuchaba el cardenal Robert Sarah.

Burke, que no ha contestado la sanción del Papa, suele explicar que sus críticas son «leales» y que no es un enemigo de Francisco. «Pedir –con el respeto debido al cargo–la corrección de una confusión o error no es un acto de desobediencia, sino de obediencia a Cristo, y por tanto también a su Vicario en la Tierra», aseguró en 2018.

El problema es la insistencia. Ivereigh piensa que «es difícil imaginar que cualquier otra organización permita esto, la injusticia de que un cardenal rico e independiente viva a costa del pueblo de Dios mientras recorre el circuito tradicionalista sembrando sospechas y dudas sobre el sucesor de San Pedro».

Los otros afectados

El Papa siguió el mismo criterio este año con Georg Gänswein, secretario de Benedicto XVI. Después de la publicación de sus memorias con duras críticas a Francisco, como no se daban las condiciones para concederle un cargo de confianza en Roma, el pontífice lo envió de vuelta a la diócesis de Friburgo, sin ninguna misión concreta, y le retiró el derecho a disponer de vivienda en el Vaticano.

Precisamente este jueves se ha entregado en el Vaticano el Premio Ratzinger, considerado el Nobel de Teología, y Gänswein no ha participado en la ceremonia. Aparentemente, está realizando un viaje a EE.UU. para promocionar su libro.

Otro precedente es de septiembre de 2020, cuando el Papa retiró al cardenal Angelo Becciu sus derechos como cardenal, al descubrir indicios de malversación. El fiscal ya ha solicitado siete años y tres meses de cárcel para el cardenal, pero sus abogados consideran que no se benefició personalmente y solicitan la absolución.

Independientemente de la sentencia, que se conocerá en dos semanas, es difícil que se normalicen sus relaciones con el Papa después de que saliera a la luz que grabó en secreto una conversación con Francisco en la que intentaba que reconociera su inocencia.

Otro de los «opositores» afectados es el cardenal Gerhard Ludwig Müller, a quien en 2017 no renovó como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sin concederle ningún otro cargo de confianza. Sin embargo, este año lo ha invitado a intervenir en el sínodo de la sinodalidad, para que pueda exponer libremente su visión de la Iglesia.

El caso de Milingo

No sólo Francisco se ha visto obligado a tomar medidas especiales contra colaboradores de la Curia Vaticana. El caso más llamativo es el de Emmanuel Milingo, completamente diferente a los actuales.

Juan Pablo II se lo trajo a la Curia en 1983 cuando era arzobispo de Lusaka (Zambia) para que dejara de hacer exorcismos por su cuenta. Le nombró «delegado especial del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes», pero Milingo se cansó y en los 90 empezó a coquetear con corrientes tradicionalistas y sedevacantistas.

La historia no terminó ahí porque años más tarde se pasó al extremo contrario: primero se casó con una coreana siguiendo el rito de la Iglesia Moon, luego habló arrepentido con Juan Pablo II y repudió ese matrimonio, y más tarde fundó una organización para solicitar el fin del celibato obligatorio.

En 2006 ordenó obispos a hombres casados, e incurrió automáticamente en la excomunión. Visto que no estaba arrepentido, Benedicto XVI lo expulsó del sacerdocio en 2009. En una de sus últimas declaraciones, asegura que sigue siendo católico.

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