Y parece que fue ayer... LAS LEGISLATURAS DE LA EXPO
3. El Supremo dictamina sobre las cenizas
Según la sentencia, el incendio fue consecuencia de la «negligencia» del trabajador que se encontraba efectuando unas tareas de soldadura y se marchó del lugar dejando un grupo electrógeno en funcionamiento.
Andrés Ollero
El pabellón quedó inutilizado y acabaría siendo derribado a finales de 2005. Tres años después, el Tribunal Supremo condenó a la empresa que montó el pabellón y a la que suministró los materiales de construcción a pagar más de 5 millones de euros a la ... aseguradora de la primera de ellas. Según la sentencia, el incendio fue consecuencia de la «negligencia» del trabajador que se encontraba efectuando unas tareas de soldadura y se marchó del lugar dejando un grupo electrógeno en funcionamiento. El tribunal condenó también a la compañía que suministró un producto llamado Slastic «como ignífugo, cuando en realidad no lo era», sino «fácilmente inflamable», lo que «tuvo una especial incidencia en la propagación el incendio».
Sin embargo, el ministro Virgilio Zapatero lo había incluido, en su comparecencia, entre los «materiales homologados por la propia Sociedad Estatal como materiales no inflamables o tratados contra fuegos».
La conmoción fue general y dejó traslucir aspectos del malestar acumulado. La declaración oficial hizo hincapié en descartar que se tratase de un acto terrorista, lo que dejaba en la penumbra los errores que podían haberlo hecho posible. Tuvo luego lugar la comparecencia con el ministro. El tono fue amable, como es usual entre catedráticos de idéntica asignatura; no dudé en reconocerle «que su intervención hoy aquí es difícil, porque venir a dar la cara después de lo que ha ocurrido no es un trago agradable», «pero reconózcame que la mía también lo es, porque muchas fanfarrias puestas en movimiento momentos después del incendio han creado tal ambiente que parece que preguntar es ofender y, además, ofender no a personas que harían muy bien en sentirse ofendidas, con la simple descripción de determinados hechos que son de dominio público, sino ofender no sé si a los sevillanos, a Sevilla o a las esencias patrias en su conjunto. Parece que la consigna al segundo después del incendio era traidor el que no aplauda»..
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Intentando levantarle la moral añadí: «La verdad es que la sensación que había respecto a la Expo es que sería un éxito en todo caso. Cualquiera que conozca Sevilla mínimamente sabe que lo será».
«Lo que queda por ver es a pesar de quién o de quiénes. Siempre tuve la sensación de que algo fallaba ahí, porque en Sevilla no había aún ambiente respecto a la Expo y lo atribuía a cuestiones de imagen, a falta de habilidad en la creación de esa imagen, a que los intentos de dar esa imagen habían fracasado; hasta que los mismos periodistas sevillanos me dijeron que no, que lo que pasaba es que había un interés especial en que nadie se acercara a los muros de la Cartuja, que aquello parecía para los periodistas un campo de concentración, y que el señor Pellón no tenía ningún interés en que se hablara ni mal ni bien de la Expo y más bien se sentía rodeado de desagradecidos y de indocumentados, lo cual evidentemente es grave». Pero «el sevillano medio ha entendido perfectamente las tácitas señales de humo del gran jefe Pellón y ha actuado en consecuencia. Se han dado cuenta de que, con la exposición en estas manos, si no son ellos los que procuran caldear el ambiente, mal nos va a ir a todos».
No perdí sin duda la ocasión de transmitir al ministro cuál era el ambiente reinante: «Su señoría sabe a estas alturas lo que es un 'pellón', porque en Sevilla esa unidad contable surgió enseguida, no solamente como algo equivalente a mil millones, sino con cierta afinidad a la pólvora de rey y un cierto olor a chamusquina, que no necesariamente tiene que ver con incendios».
Tampoco era cuestión de abandonarnos a un fatalismo complaciente. «Si usted viene aquí y dice que esto es un simple accidente, entonces cunde la desconfianza. Porque si la culpa es de Júpiter, ¿qué garantía tengo yo de que Júpiter vaya a estar de vacaciones en agosto? Ninguna. Ahora, si la culpa es de usted y usted me asegura que no se va a volver a repetir y me explica qué es lo que no se va a volver a repetir, yo estaré confiado e iré para allá».
Como es sabido, «hay gobiernos irresponsables, y lo que quiero saber es si estamos disfrutando de uno de ellos. Ese es el problema, señor Zapatero, aunque lo excluye porque está instalado en el olimpo de los dioses. Yo, que estoy en la tierra, quiero saber si tengo un Gobierno responsable o irresponsable. Será responsable si responde, no si es Gobierno. Esa es la cuestión».
«Usted no me ha respondido, respóndame. ¿Qué ha pasado, por qué ha pasado, qué medios puso para que no pasara? Porque, si no, tendremos que sacar a Júpiter en procesión. No hay otra explicación y, al no haber otra, debe haber sido un rayo divino, porque todo estaba perfectamente previsto y se ha hecho de una manera maravillosa. Ahora lo que tenemos que hacer es poner una medalla a cada uno y pedir a Júpiter que apunte para otro sitio».
Quizá –indiqué– el problema empezó cuando «el señor Olivencia es cesado, ese día deja de ser una cuestión de Estado para algunas personas que creían que entender la Expo como una cuestión de Estado era hacer el primo. Ese es el problema, señor Zapatero; señores de su partido, esa es la cuestión. Se perdió mucho tiempo con esa historia y hoy se va contra reloj».
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