Reloj de arena
Joseliqui o la teoría del abejorro
El abejorro de oro de la esperpéntica corte de la Sevilla de los 60 y 70 fue Joseliqui, cuya geografía vital limitaba con la rosa de los vientos de las ventas, tabernas, güisquerías y colmaos
Félix Machuca
Hubo una noche cruel , desalmada, brutal que disfrutaba del vino golfo , de las putas y del vinagre con el que trataban a los bufones y homosexuales. Una noche colonizada por señoritos, chupatintas con ínfulas y veinteañeros a la caza de la ... mayor gamberrada. Siempre con la risa como argumento y con la humillación como arma de destrucción masiva. Aquella Sevilla tenía cada noche una cita con el desmadre y una saga de lo grotesco . Y entre estos hubo gente indefensa, con limitaciones físicas y mentales. Nada de eso impedía que las barrigas llenas de cristales de los que manejaban tres pesetas de más jugaran al abejorro con los que las necesitaban para comer. Porque no tenían donde caerse muerto. Y con esa carta blanca, sin piedad alguna, sin un atisbo de sensibilidad por el enano, el tullido o el border line, se registraron noches más tristes que las de Cortés en México. Aunque lo pasaran muy bien los explotadores de tan desigual situación.
En aquella Sevilla de los sesenta y los setenta no estaba mal visto jugar al abejorro con un jorobado o con un rezagado intelectual. Resultaba divertido, chistoso y prueba testifical de lo chulo que eran los maltratadores . Quizás por eso siempre hubo algo de heroica grandeza en la mala leche proverbial de Garbancito , cuyo bastón probaron los graciosos que se metían con él mientras engrasaban su herramienta con las lagartas que les buscaba. Pero no todos eran como Garbancito. Quizás el abejorro de oro de aquella esperpéntica corte de fenómenos fue Joseliqui .
El circuito neuronal de Joseliqui soltaba chispas. Él formaba parte de la tribu de bufones de la noche , de aquellos que por cinco pavos hacían el pino o meaban, rodeados de sus socios, en mitad de un bar. Joseliqui era gangoso total, sostenía que bailaba y cantaba, se creía 'play boy', bebía sin piedad de su hígado y la geografía vital limitaba con la rosa de los vientos de las ventas, tabernas, güisquerías y colmaos. Fue asiduo del Traga , del Martinete , del Morapio y de la venta Bella . Y junto a los hermanos Gutiérrez , El Gran Simón, Miguel de la Isla y Manolito Rubio formaban una reunión a la que le llamaban el 091, porque iban todos con gabardinas y sombreros de sabuesos. El grupo, cuando terminaban las actuaciones profesionales, se dedicaban a hacer sus números con mucha sal gorda y brochazos gruesos. Y pasaban la gorra para salir de carpantas. No era esta una cuestión menor. Sobre todo, sabiendo que algunos de aquellos apellidos largos que se reían de ellos tenían cocodrilos en los bolsillos. Joseliqui acompañaba al Vari en una actuación de cierto nivel en 'Los Gitanillos' de Pepe Donaire . El Vari estuvo cumbre, cantando dos Gardenías para ti con dos berenjenas a modo de maracas. Llegó la hora de pasar la gorra y un famoso cirujano local le dejó dos duros. El Vari se sacó de la cartuchera un colt de sarcasmo y le dijo: Se le ha ido a usted la mano ¿no?...
Pero a veces la pequeña estrella que alumbraba su desatino le sonreía y su alma rozaba el larguero del triunfo. En una finca de un industrial harinero de Las Cabezas , Joseliqui tuvo acceso al marisco, a cigalas con cabezas de enanos y un tronco del grosor de las secuoyas del parque nacional de Yosemite. Iba con El Beni y El Cojo Peroche . Dieron las once de la noche, el salón estaba preparado, las mesas con el cuerno de la abundancia derrochando viandas y como aquello estaba oscuro y nadie daba la voz para comenzar el festejo, El Beni, El Cojo y Joseliqui, aprovechando la oscuridad, se encalomaron delante de las cigalas. Las cabezas las dejaron. Y el anfitrión de la fiesta, al descubrirlos, les dijo con guasa: ¿No os guastan las cabezas? La respuesta fue una chispa gloriosa: «Es un pueblo muy aburrío…». Joseliqui se divertía a su manera, tragando quina y vengando su pisoteada autoestima con el Peseta, otro bufón más, al que despreciaba porque pedía calderilla en vez de veinte duros. A Joseliqui lo vestían de payaso en Navidades, en una caseta de la feria del Prado se negó a cantar fandangos porque cada vez que iba al servicio se llevaba una descarga eléctrica de los guasas que amañaban la instalación, le encantaba montarse en la motillo de impedidos que tenía Garbancito y una de las vedettes más jamonas de la época, cada vez que venía a Sevilla, lo llamaba para que no faltara en los madrugones de ventas de extrarradio y reservados de amores de pago. En El Traga le presentaron al actor Mel Ferrer diciéndole que Joseliqui era un estimable novillero que iba para figura. Una figura muy maltratada.
Un grupo de adolescentes de reprobable conducta lo invitaron a Matalascañas . Joseliquí se puso un meyba y echó el día en la playa, bajo un sol beduino y sin una mínima protección solar. De regreso lo montaron en la baca del land rover, pasando por los pueblos de la carretera antigua de Huelva a Sevilla, como si fuera uno de aquellos negros del Congo belga que se exhibieron en la exposición de Bruselas. A un conocido que, en alguna ocasión, le quitó el hambre pidiéndole en un bar que le hicieran una tortilla de jamón, le llegó a confesar: «Lo peor de todo es que la gente me veía y se reía cuando el coche paraba en la plaza de los pueblos». Jesús Quintero solía recordar con frecuencia que lo escuchó en un garito de Triana cantar con una extraordinaria imperfección un fandango: «Te lo dije, te lo dije/si no es por mi dinero/ ¿entonces por qué me quieres». A su lado, su hermano, celebraba que la letra era suya. Mientras, los presentes llenaban sus palmas de cachondeo y con vítores de ojaneta le hacían creer el pedazo de artista que era. Una mujer franca y poderosa le dijo a uno de aquellos petimetres abusadores: «Tu madre no tiene coño, tiene un circo por la cantidad de payasos que hay en vuestra familia...». Y debió sentirse tan bufón y humillado como cuando jugaban al abejorro con Joseliqui.
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