¿Dónde están los restos de Queipo y Bohórquez? Esta es la historia completa de su exhumación en la Macarena
Sevilla
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesión
Lo que pasó dentro de la basílica de la Esperanza Macarena el 2 de noviembre de 2022 se quedó allí dentro. No hay fotos ni grabaciones del desenterramiento de los generales franquistas. ABC reconstruye lo que ocurrió y cómo logró la exclusiva
Podcast: El relato de la exhumación de los restos de Queipo de Llano y Bohórquez de la Basílica de la Macarena
Los Queipo estuvieron por la tarde en la basílica, apenas unas horas antes de que los huesos del general saliesen de su agujero 86 años después de sus mensajes en Radio Sevilla en aquellos funestos días de julio de 1936. Fueron a misa. El ... hermano mayor de la Macarena, José Antonio Fernández Cabrero, pensó en ese momento que su plan se iba al garete. El Gobierno de España le había ordenado apenas unos días antes sacar los restos cumpliendo una serie de requisitos: con inmediatez, con un fedatario público como testigo y ofreciendo al ministro Félix Bolaños todos los detalles del paradero final de los cadáveres. Todo pensado para que a las puertas de la Esperanza se volviesen a reunir pancartas y la Virgen volviese a ser víctima de una trifulca que no le pertenecía. Cabrero había trazado una estrategia para cumplir todas las órdenes gubernamentales evitando el espectáculo. Puro malabarismo. Consultó cada detalle con un abogado sevillano de mucho prestigio. Nada podía salir mal. Hasta que aparecieron los Queipo en la misa aquella tarde del 2 de noviembre de 2022. El hermano mayor se había conjurado con ellos para que no abriesen la boca. Tenían que estar en la puerta lateral que da a la plaza a las 23.30. Antes, a las 21.30, estaban citados por la calle San Luis los familiares de Francisco Bohórquez, mano derecha de Queipo, hermano de la Macarena sepultado en el mismísimo altar. Los descendientes de quienes fueran los dos grandes personajes del alzamiento de julio de 1936 en Sevilla y la posterior dictadura no querían cruzarse dentro. Mantienen una mala relación. Todo estaba milimétricamente organizado. Pero la presencia de al menos una veintena de familiares de Gonzalo Queipo de Llano y Genoveva Martí aquella tarde en la misa iba a levantar la liebre.
Cabrero, que así es como se conoce en Sevilla al hermano mayor, está convencido de que eso fue lo que alertó a ABC, que fue el único medio en apostar periodistas esa noche en el entorno para dar la noticia. Se equivoca. Ha pasado más de un año y ya se puede contar porque no supone desvelar ninguna fuente. Este periódico se enteró de manera fortuita. Quien esto escribe estaba a mediodía en un bar del centro con un amigo y a su espalda había dos personas que, a tenor de la conversación que mantenían, pronto se delataron como familiares directos de quienes iban a ser exhumados. En la ciudad ya se sabía que aquello ocurriría en cualquier momento. Sólo hubo que levantar la antena. Estaban quedando para esa misma noche en otro bar cercano a la basílica. Blanco y en botella. Así que esta es la historia de lo que pasó dentro y de lo que pasó fuera. Aquí están las dos perspectivas: la de los periodistas de esta casa que hicieron guardia y la de los testigos directos de la exhumación, que han ido poco a poco levantando su omertá para que ahora podamos reconstruir un día histórico para Sevilla.
A las siete de la tarde el atrio de la Macarena tenía el bullicio habitual de un miércoles de noviembre. La Esperanza estaba vestida de luto. Jesús Bayort, periodista aguerrido, apoyó su espalda en el Arco y esperó sin levantar sospechas. A un lado estaba el fotógrafo Juan Manuel Serrano. Al otro, Manuel Gómez y Juan Flores. En la zona de la calle San Luis vigilaba el periodista Manuel Luna. Operación en marcha. Extrañamente, el templo cerró un poco antes de las nueve. Cabrero le había dicho a los empleados que el día estaba muy tranquilo y que podían marcharse antes, que él iba a terminar unas cosas en su despacho y se encargaba de cerrar. Bayort vio salir a su secretaria, María Bella García, y le preguntó sin contemplaciones: «¿A qué hora empieza la exhumación?». Ella contestó de forma creíble: «Yo no sé de qué me hablas, Jesús, te lo prometo». El hermano mayor había cumplido su parte. La cita sólo la conocerían él, siete miembros de cada familia, el secretario de la Hermandad, el sacerdote y los profesionales encargados de todo el proceso: un notario y los operarios de la funeraria. A las nueve no había un alma en la zona. Hacía frío. La siguiente media hora fue decepcionante para los periodistas. «Falsa alarma», pensaron. Y entonces aparecieron los siete Bohórquez. A trabajar. A la redacción llegaron sus fotos. Confirmado, eran ellos. Los teníamos.
La cita sólo la conocerían el hermano mayor de la Macarena, siete miembros de cada familia, el secretario de la Hermandad, el sacerdote y los profesionales encargados de todo el proceso: un notario y los operarios de la funeraria
MÁS INFORMACIÓN
- Exhuman los restos de Queipo de Llano y Francisco Bohórquez en la basílica de la Macarena
- El Gobierno, tras la exhumación de Bohórquez y Queipo de Llano: «España se ha levantado más digna y con una democracia mejor»
- La hermandad de la Macarena publica un comunicado sobre la exhumación de Queipo de Llano y Francisco Bohórquez
- Así fue la última noche de Queipo de Llano en la Macarena: de la exhumación a la incineración
- En qué consiste una exhumación como la de Queipo de Llano y qué precio tiene
- La exhumación de Queipo de Llano en la Macarena llega a la prensa internacional
- La hermandad de la Macarena cubre con una alfombra la zona donde estaba la tumba del general Queipo de Llano
- El tenso encuentro tras la exhumación de Queipo: de los aplausos de su familia al «honor y gloria para las víctimas del franquismo»
- Los restos de Queipo de Llano, su mujer y Bohórquez se incineraron en el tanatorio de Alcalá de Guadaíra
El teléfono de Cabrero hacía llamada, pero después de varios tonos saltaba el contestador. Unos días después supimos que no lo tenía encima. Eso formaba parte del plan. Al entrar en el templo por la zona del Museo, el secretario pidió a cada uno de los siete Bohórquez que depositaran sus móviles en unas bolsas con sus nombres. Los recuperarían al salir. Alguno se mostró reacio, así que el hermano mayor fue el primero en dejar el suyo. Finalmente, todos aceptaron. Aquello había que hacerlo sin dejar pruebas. Tenían dos horas hasta la llegada de los Queipo para sacar al general Bohórquez. Todos rodearon la lápida y los operarios comenzaron a trabajar con el martillo hidráulico. «¡Se escucha un martillo!», comunicó Bayort a la redacción a las diez de la noche. Acercó su teléfono todo lo que pudo al muro y grabó el sonido. Ese es el único rastro que ha quedado. Fuera todo era incertidumbre. Dentro, también. Tras acceder al nicho, costó un tiempo encontrar a Bohórquez. Hubo minutos de estupor. El cuerpo llevaba allí sepultado desde 1955. El trabajo no era fácil. Había que seguir buscando. Bingo. Estaba más abajo. Rezaron un responso. En teoría, Cabrero tenía que terminar el trabajo llevando los restos junto con la familia a su destino definitivo, donde se los entregaría, pero decidió cumplir la orden del Gobierno de una forma alternativa. A través de la funeraria de Mapfre, la empresa en la que había sido directivo, consiguió un crematorio en Alcalá de Guadaíra. La única manera de lograr que todo se ejecutase sin que nadie se enterase era buscar un tanatorio totalmente privado. Así se dispuso. Pero para eso necesitaba un coche fúnebre. Y además los trabajos en el altar se habían retrasado por la dificultad de la búsqueda. Los Queipo habían llegado ya y los Bohórquez aún no se habían ido. Además, no eran siete. Venían casi 30. Entre ellos, un pseudo periodista infiltrado. Tras una discusión en el acceso, el intruso se quedó fuera y, finalmente, pasaron todos los familiares, que traían incluso unas bandejas con medias noches por si la cosa se alargaba y el hambre apretaba. No sabían que la hermandad ya les había preparado la cena. Cabrero les explicó que sólo podían estar alrededor de las tumbas de siete en siete. Tras otra porfía con una bisnieta del general, aceptaron y organizaron unos turnos.
Fuera, Jesús Bayort encendió todas las alarmas. La tranquilidad con la que estábamos trabajando la noticia se podía ver alterada. «Aquí hay uno con un móvil que trabaja para un digital, yo lo conozco y estoy seguro de que está grabando». Hasta entonces todo estaba funcionando como un reloj. El hermano mayor estaba logrando su objetivo y ABC también. Los cuerpos habrían salido de la basílica sin hacer ruido. Todo el mundo se enteraría con la portada del periódico y la apertura de la web por la mañana. A partir de entonces, los planes se torcieron. Era casi la medianoche. Tuvimos que publicarlo en la edición digital para, al menos, capitalizar la noticia. Levantamos la liebre nosotros. Pero para la salida del primer coche fúnebre, el de Bohórquez, aún no había aparecido la maraña de periodistas. Tardarían en llegar más de una hora. Alguien había avisado a Cabrero de que estábamos fuera y él dio orden al conductor de que pusiera las luces largas para deslumbrarnos y evitar la foto. No le salió la jugada. Bayort se anticipó. «Te lo paro, Serrano, te lo paro», le dijo al gran fotógrafo de esta casa. El periodista se echó encima del capó para que tuviese que frenar y hubiese tiempo de congelar la imagen. Serrano lo captó todo. Y Manuel Luna pudo incluso hacer un vídeo.
El ministro Félix Bolaños se quedó toda la noche despierto tras conocer la noticia por ABC y le reprochó al hermano mayor que no le hubiese avisado con anterioridad
Mientras el coche iba camino de Alcalá, volvió a sonar el martillo hidráulico. Empezaba la exhumación de Gonzalo Queipo de Llano y de su esposa. En este caso sólo se hizo un agujero porque los ataúdes estaban correlativos y por el mismo hueco se podían sacar los dos. Sin embargo, el general, que murió en 1951, estaba inaccesible como Bohórquez. Por un momento, pensando que llegar hasta el cuerpo de Genoveva Martí, enterrada en 1967, iba a ser también complejo, se barajó levantar su lápida, pero un operario tiró y logró terminar la operación sin romper más suelo. Cuando ambos cadáveres salieron a la superficie, el director espiritual de la Macarena comenzó el responso. Uno de los Queipo se clavó de rodillas. El resto permaneció de pie. Y Cabrero repitió la operación. Todos para Alcalá. Antes, en la puerta, la familia dio un aplauso a sus antepasados y una mujer de la comitiva gritó: ««¡Viva Queipo de Llano!». Allí fuera estaba, también alertada por la publicación de ABC, Paqui Maqueda, presidenta de la asociación Nuestra Memoria. El encuentro fue tenso. La activista gritó: «¡Honor y gloria a las víctimas del franquismo!». Luego enumeró a algunos de sus familiares asesinados y represaliados. Todo quedó ahí.
Bayort se montó en su moto y se fue detrás del cortejo. Eran más de las dos de la madrugada. En la A-92 uno de los coches de la comitiva le obligó a parar. «¡Vete de aquí, no nos sigas!», le gritó. Su viaje terminó muy cerca del tanatorio donde esperaban todos, pero él no podía saberlo. «Yo pensaba que se lo estaban llevando a alguna finca de su propiedad por Morón o por ahí», nos contó luego.
Cada familia estuvo en una sala. Nunca se cruzaron. Primero fue incinerado Bohórquez. Cabrero tuvo que ir, con el notario levantando acta, hasta la misma puerta del horno para certificar que quien estaba siendo quemado era el general. Cuando el proceso terminó, entregó las cenizas a uno de los familiares, que le firmó la recepción, y los despidió. Exactamente lo mismo hizo después con los Queipo, que recogieron las dos urnas. La exigencia del Gobierno era que le tenía que certificar en qué lugar descansarían los restos. El abogado al que consultó le explicó que técnicamente una inhumación termina en el nicho, si se entierra el cadáver, o en el crematorio, si se incinera. Los datos de Alcalá bastaban. Las familias podían marcharse libremente a depositar las cenizas donde quisiesen sin tener que dar más explicaciones al Gobierno y, al mismo tiempo, sin incumplir sus instrucciones. La Ley de Memoria Democrática se siguió a rajatabla. El hermano mayor regresó a su despacho de la basílica a las cinco de la madrugada. Preparó todo el papeleo y lo remitió al ministro, Félix Bolaños, y al secretario de Estado, Fernando Martínez, a las 6.36 horas. Bayort, Luna, Serrano, Gómez y Flores ya dormían, pero Bolaños y Martínez estaban despiertos. Habían estado pendientes de la operación después de ver la noticia publicada en ABC. Respondieron en menos de diez minutos dando el visto bueno a todo el procedimiento. Cabrero había cumplido escrupulosamente el protocolo impuesto. Contó con un fedatario público, que era el notario, y se comunicó el lugar definitivo de los restos, que técnicamente era el crematorio. Sin embargo, el Ministerio incluyó en su aceptación una postdata: «Nos habría gustado haber sido informados con anterioridad». El hermano mayor se sonrió. Una vez más, había ganado la Esperanza Macarena.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete