El Paseante
Leopoldo, ¡sigue echando el toldo!
La implantación de sombras en un tramo de la Avenida de la Constitución, desde la noche de este viernes, confirma lo que dicta el sentido común y contradice al anuncio más conocido de la radiodifusión local: no nos olvidemos de aquello ya tan lejano y pasemos de la modernidad
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Iniciar sesiónAsí como el rascacielos de la Cartuja encontró pronto una legión de admiradores y defensores a ultranza por cuanto significaba de entrada simbólica en la modernidad arquitectónica -dicho sea con todas las reservas imaginables-, va a ser difícil hallar un grupo de entusiastas de las ... sombras textiles que -¡por fin!- acaban de colocar en el primer tramo de la Avenida de la Constitución, en la zona más próxima al antiguo teatro Coliseo. Inciso entre paréntesis: qué genuina esa forma de señalar lugares de la ciudad con nombres de otra época.
El caso es que ya han comenzado a poner las velas. O lo que quiera que sean, porque, de entrada, son modestitas tirando a rácanas. En metros cuadrados de velamen, puede que las de la bien cercana plaza de San Francisco la superen. En estética y gracilidad, la victoria es por goleada. Desde la esquina del Banco de España, uno mira para atrás y ve esos palitroques de madera bien altos, enjalbegados como se hacía antiguamente, y con el toldo en lo alto combado, sostenido en los mástiles como si fuera una nave de la Carrera de Indias a punto de zarpar.
Y ahora mira hacia delante, en dirección a la Catedral, y todo cuanto ve es una sucesión de tubos metálicos insertados en unas pirámides truncadas de cemento fino en las que lo más vistoso, desde luego, resultan ser las armas chicas de la ciudad (el sempiterno No&Do) ejecutadas con finura en altorrelieve. Ahí parece acabar la elegancia, porque toda la superestructura (antes que voz marxista fue ferroviaria) es horrorosa: los trinquetes resultan demasiado bastos, por gruesos y cortos, y los toldos vienen a acortarlos visualmente todavía más.
No se entiende por qué la Comisión del Patrimonio se tomó tanto tiempo para aprobar estas cubiertas textiles en un lugar tan privilegiado como la Avenida de la Constitución. De hecho, no creo que se vayan a colocar jamás delante de la Catedral o del Archivo de Indias, ambos monumentos con la vitola de Patrimonio de la Humanidad. Porque sería un atentado estético inasumible. Una tremenda barbaridad, dicho a la pata la llana.
De momento, los toldos de la Avenida ya se han cargado las miles de fotos que miles de turistas tomaban de las fachadas regionalistas de las casas de Espiau y Aníbal González. Ya no se ven, a hacer puñetas las perspectivas. A la del banco Urquijo (actual hotel Soho Catedral), que originó una acerba controversia en la ciudad en su momento, no he visto a nadie fotografiarla nunca.
Así que, de entrada, lo que hay son diez postes metálicos en cada lado, con más tornillos apretados que un submarino, de los que se han colgado unos toldos en horizontal que no se los va a llevar ni un huracán, por lo visto. ¿Y dan sombra? Pues depende de la hora a la que se pase bajo los mismos. Si es mediodía solar (que no coincide exactamente con el de las manecillas de nuestros relojes), hay que ir andando tan campante por en medio de las vías del tranvía para evitar el sol. Conforme el ángulo de inclinación del astro rey varía, la sombra se proyecta en dirección a una u otra fachada puesto que la Avenida está trazada de norte a sur.
Pero da la impresión de que se ha conseguido muy poco a un precio demasiado alto. Y no lo digo sólo por los casi 300.000 euros en que se ha licitado el montaje y el desmontaje durante el trienio 2025-2027. Sino más bien, por el brutal impacto visual de los toldos en su conjunto. Y Dios quiera que no tengamos que hablar de otros impactos más peligrosos de bicicletas y patinetes a los que se les ha estrechado el carril por el que circular. Acabarán quitándolo, tiempo al tiempo.
Luego está también el impacto estético de las pirámides truncadas en que se asientan, pegándose tortas con las farolas fernandinas que las escoltan. Nada guarda afinidad con nada. ¡Con la que se formó por los palitroques de las catenarias en la Avenida cuando se inauguró el tranvía!
El alcalde Sanz prometió y cumplió (lo cual le honra como político) eliminar tantos mupis, carteles y expositores como habían convertido la acera de los pares de la Avenida de la Constitución en una muralla visual. Bien hecho. Pero acabar colocando los soportes de unos toldos demasiado cicateros acaba por deshacer todo lo que se había hecho bien. Cómo estará de convencido con la intervención que ha acabado abogando por plantar árboles de porte para asegurar sombra natural. ¡Albricias!
En fin, ya se verá. Pero este paseante tiene la sensación que en vez de copiar las soluciones de fachada a fachada de la ciertamente más estrecha calle Sierpes o los airosos soportes de madera del Salvador o la Plaza o incluso los postes metálicos anclados al suelo con registros escamoteables de la plaza de la Campana, han ido a fijarse en los toldos más ridículos de toda Sevilla, los que están delante del comercio donde estuvo el teatro San Fernando en la calle Tetuán: así como pequeñitos en unos vástagos finos empotrados en unas jardineras de cemento, fuera de escala urbana por minúsculos y prescindibles.
Han copiado el modelo pero les ha salido un engendro. Seguro que los lectores que paseen bajo esas cubiertas textiles oirán en su mente el soniquete del anuncio más característico de la radio sevillana con ganas de contradecirlo: «Olvídese de aquello ya tan lejano de 'Leopoldo, échame el toldo' y pase a la modernidad». Hay veces que lo antiguo es preferible a tanto invento y a tanta modernidad.
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