mar de fondo
El PP suspende la asignatura Vox
No saben defender la realidad del tablero multipartidista
El espectáculo más impúdico
El presidente se cobra su inversión en Cataluña
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Iniciar sesiónA estas alturas nadie va a sorprenderse de que Sánchez plantee una campaña al ataque para llevar la iniciativa arrolladoramente durante las dos semanas decisivas; pero sí que sorprende, y mucho, que el PP no haya sido capaz de diseñar una estrategia para responder ... a esto un año después del fiasco en la campaña del 23J. El guion parece repetirse, otra vez. Sánchez ha afrontado esto –como vaticinábamos días atrás, en víspera de su comparecencia en el Congreso– con el pack previsible: estadista internacional, victimismo personal y el recurso de Vox. Y el PP de nuevo parece mal preparado para frenar eso y contragolpear, pero sobre todo parece no tener una respuesta competitiva frente al comodín de «la derecha y la ultraderecha» y va dando tumbos contradictorios con el sambenito de Vox clavado en la espalda, avergonzado en la plaza pública.
La audacia de Sánchez, por añadidura sin escrúpulos, está descontada. Con su mujer investigada bajo la imputación de tráfico de influencia y corrupción en los negocios, algo que tumbaría a cualquier presidente con estándares democráticos básicos, él se tomó cinco días para someter a toda la organización socialista a sus pies, con el Comité Federal convertido en un club de fans entre discursos de 'grupis' que han renunciado a cualquier amago crítico. El Gobierno incluso ha sido capaz de poner en crisis la relación con Argentina para forzar esta impostura chusca del victimismo, en lugar de dar una explicación mínimamente articulada. Los miramientos del PP son ridículos, mientras Sánchez se pavonea como estadista global con una agenda exterior muy calculada: Zelenski, reconocimiento del Estado palestino en plena campaña impúdicamente, hoy festival árabe, Gibraltar, cortes en inglés en el telediario servil, una dosis de relatores de Naciones Unidas a sueldo... Y entretanto sin dejar de hacer sonar el tam-tam de la fachosfera para excitar a las tribus de PSOE y Vox con el PP atrapado ahí.
Cuesta creer que los de Feijoo se hayan plantado un año después en otras elecciones sin tener un relato solvente que sirva de muro de contención ante el mantra previsible de «la derecha y la ultraderecha». Con la campaña lanzada, de momento suspenden esta asignatura pendiente. No saben defender la realidad del tablero multipartidista, algo doblemente asombroso cuando su némesis es un PSOE en minoría, con socios radicales de extrema izquierda populista, entre comunistas y secesionistas carlistones, además de batasunos que no acaban de sacudirse su herencia negra. El PP tendría que haber resuelto sus réplicas sin enredarse en taxonomías, exhibiendo simplemente las líneas rojas con autoridad frente a Vox y a la vez defendiendo una aritmética inevitable frente al conglomerado Frankenstein. Pero han perdido la batalla del lenguaje, arrugados si los llaman ultraderechistas –algo que los medios afines a Moncloa repiten a tiempo completo– sin capacidad de respuesta. Y no era tan difícil.
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