Cardo máximo

Humanidad

Mientras hablaba la ministra de Defensa, un sano orgullo invadía al auditorio del teatro de Capitanía donde se celebraba el acto de entrega de los premios Sabino Fernández Campo

Hay que imaginarse la escena que, por simple pereza, llamamos dantesca. El rictus helado de la tripulación del Superpuma del SAR ('Search and rescue') del 802 escuadrón del Ala 46 al colocarse en la vertical de un cayuco del que asoman sólo cuatro brazos pidiendo ... ayuda. El silencio dentro del helicóptero, sobrecogidos los seis militares a bordo, por la montaña de cadáveres que se apila en el bote al pairo y los escasos veinte minutos que tienen para bajar con la grúa, enganchar a los tres supervivientes e izarlos antes de partir de vuelta a tierra firme volando a diez mil pies de altura más de quinientos kilómetros para ahorrar combustible y poder conducirlos a un hospital de Tenerife donde ofrecerles una segunda oportunidad.

A los mandos de la aeronave, el comandante Ignacio Crespo que ayer recibió uno de los premios Sabino Fernández Campo con que ABC y BBVA galardonan acciones militares y civiles dignas de mérito. El otro premio recayó en Gabriel Ferrán, embajador en Kabul con la misión prorrogada durante los interminables días de la evacuación de la capital afgana, cuando todo el dispositivo previsto para sacar del país a los colaboradores afganos de España se vino abajo con idéntico estrépito al que siguió a la entrada de los talibanes en Kabul. Hay que imaginarse la emoción contenida de tantas horas de desvelo en medio del caos en los diplomáticos, los policías y los militares para cumplir con el deber.

Lo que no hay que imaginar, porque resulta evidente, es la humanidad que destilan esas acciones y muchas otras de nuestros militares. Lo decía ufana la ministra Margarita Robles en su alocución final, ensalzando ese valor que no pasa inadvertido ni a los aliados militares ni a la población civil que ha tenido contacto con nuestros soldados. Por encima de la profesionalidad, el adiestramiento, la disponibilidad, el espíritu de equipo, el sacrificio y la abnegación en el servicio, los militares españoles destacan por su humanidad. Por saber imprimirle un estilo propio a lo que hacen en el que brilla en todo su esplendor esa cualidad que permite salvar distancias, protocolos, diferencias y barreras hasta quedarse al borde, sin sobrepasarla, de la orden recibida.

Mientras hablaba la ministra, un sano orgullo invadía el auditorio del teatro de Capitanía donde se celebraba el acto. «Nadie trabaja más por la paz que las Fuerzas Armadas, incluso arriesgando su vida», dijo Robles a favor de la corriente emocional que habían subrayado en sus agradecimientos los premiados. El orgullo de confirmar que, en el fondo del alma de los militares españoles, refulge el destello de su gran humanidad. Y eso no se enseña en ninguna academia ni está redactado en ningún manual de combate: lo traen nuestros soldados de serie. Y hay que felicitarse por ello.

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