Cardo máximo
Una ciudad que funcione
Basta un paseo con los ojos abiertos para advertir aquí y allá ejemplos de que las cosas no ruedan bien
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Iniciar sesiónEn las últimas semanas, tal vez desde el cambio en la Alcaldía, viene repitiéndose por parte del actual alcalde, Antonio Muñoz, y su futuro rival por el PP, José Luis Sanz, un eslogan que, a la vista de las circunstancias, más bien parece una jaculatoria: « ... Una ciudad que funcione». El reclamo ya lo puso en circulación Zoido cuando su campaña triunfal de los veinte concejales, pero después se olvidó de su promesa y la ciudad siguió su disfuncional trayectoria que nos ha conducido a donde estamos exactamente. La verdad es que hay poco que funcione en Sevilla: basta un paseo con los ojos abiertos para advertir aquí y allá ejemplos de que las cosas no ruedan bien en lo ordinario, esto es, limpieza, orden y ornato.
Los concejales del PP han hecho alarde con que se les ha prohibido entrar en la antigua iglesia del colegio jesuítico de San Hermenegildo, pero con sólo dirigir la mirada a Poniente habrían visto el lamentable estado de la lona que en tiempos cubría la desnudez estructural de la comisaría de la Gavidia con un fragmento de Chaves Nogales. Eso fue cuando Monteseirín y la lona, desvaída por el sol y la lluvia, ha aguantado años hasta que se ha descolgado como una 'deshabillé' que le hubiera resbalado por los hombros a la diosa Hispalis. Hasta la metáfora pedestre es demasiada poesía para lo que no es más que abandono.
Y otro tanto con las naranjas de los árboles. El viernes, 21 de enero, estaban recogiendo las del andén del Ayuntamiento. Que no serán porque no las ven los munícipes, que las tenían literalmente delante de las narices. Pues hasta el viernes no las han quitado. El jueves 30 de diciembre, a eso de las diez de la noche, andaba una cuadrilla de braceros recolectando naranjas de la calle San Jacinto con gran estrépito y nocturnidad. Ha pasado casi un mes, pero la mitad de los árboles se los dejaron sin recoger, lo mismo es que hay que esperar a otra rebusca nocturna como si fueran pámpanos de primor que hay que vendimiar a la luz de la luna.
Es una cuestión del reloj de la ciudad, que no está en hora. El reloj ni el calendario. Ya sabemos lo que ocurrió con las velas del Centro en verano, pero es que todavía está en medio de la Plaza el árbol de Navidad cuando hemos entrado en la tercera semana del tiempo ordinario. Lo mismo es que planean dejarlo allí de exposición hasta la Candelaria, como en Roma hacen con los nacimientos, que se mantienen instalados hasta la fiesta de la Presentación. O que empalman con el montaje de los palcos…
Que la ciudad funcione ha dejado de ser la mera expresión de un deseo para convertirse en una acuciante necesidad. Pretender a estas alturas que además funcione como un reloj en hora es una ensoñación que ahora mismo somos incapaces de imaginar.
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