Un agujero en el pecho

Cada vez crees que aprendes el truco del dolor y no es cierto. Cada vez crees que la próxima vez sufrirás menos. La angustia es un agujero en el pecho, a mí me sube por la garganta como si fuera a vomitar pero se queda en acto reflejo. Es de los pocos sentimientos que no puedo controlar. Trato de fijarme en su funcionamiento pero nunca consigo que no me arrase y nunca sé cuándo va a disiparse.

Luego vuelve la calma y sobre todo de un tiempo a esta parte pienso que ha sido precisamente lo que he perdido, la angustia y el miedo lo que me ha enseñado a querer mejor. De este dolor atroz no he aprendido a evitarlo pero he notado cómo surgía una suavidad de la que carecía y que me permite ahora relacionarme con lo que me pasa y con los demás con más lucidez y agradecimiento. También he cambiado mi manera de escribir, más incisiva, menos violenta. Menos aparatosa aunque nunca ha dejado de sorprenderme cómo en ocasiones caen algunas de las frases.

Escribir sobre política me gusta y es necesario y en la política incluyo al Barça. Nada hay más político que el fútbol en España. Pero los artículos que prefiero son los que más tienen que ver con los materiales de que estamos hechos. Al principio eran percibidos con más extrañeza. A pesar de algunas incomprensiones, que espero ir revirtiendo, tengo la sensación de que poco a poco ha ido cuajando la idea de que las páginas de Opinión de un periódico pueden servir también para explicar una intimidad que aunque pueda parecer exhibicionista tiene siempre el propósito de ser un espejo para que los lectores puedan verse reflejados en ella aunque no hayan vivido el caso concreto. Hacerse mayor es que todos los lobos se te aparezcan y lo que aprendes de las derrotas es lo que más te hace como eres. La euforia queda enjuagada como las otras banderas por el tiempo. Lo que más nos iguala es el miedo que hemos pasado y deberíamos querernos todos un poco más aunque sólo fuera por eso.