CINE
Paula Ortiz: «Espiritualidad es una palabra que nos da muchísimo miedo»
Un estreno necesario
Reunimos a la cineasta Paula Ortiz y a la actriz Blanca Portillo para que nos cuenten el viaje que les ha prodigado rodar 'Teresa', la esperada película que se estrenará el 24 de noviembre
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Iniciar sesiónSi pudiésemos nombrar las cosas invisibles, como ella; los cambios de temperatura en nuestro corazón; si fuésemos capaces de borrar la frontera entre el mundo y nosotros, proteger de nuestro propio miedo los pensamientos difíciles que se desvanecen cada día en mitad de la lluvia ... de pensar, nos acercaríamos un poco al lugar desde el que vivió, escribió y también rezó Santa Teresa.
Ella «puso en duda todo, sobre todo dudó, para luego determinarse. Y eso nos sigue pareciendo revolucionario». Quien habla es la cineasta Paula Ortiz (Zaragoza, 1979), que presenta el lunes en la Seminci su nueva película, 'Teresa', la indagación de una no creyente en la vida de quien es, tal vez, la mujer más libre de nuestra historia, basada en la obra de teatro 'La lengua en pedazos', del dramaturgo y premio Princesa de Asturias Juan Mayorga.
Recordemos: Vemos a Teresa en la cocina del Convento de San José, su primera fundación. Mientras está cortando cebollas, llega un inquisidor, personaje imaginario con el que Mayorga supo llevar al límite nuestra percepción de lo subversivos que fueron las paradojas y los empeños que encarnó la monja, la poeta, la mística. Supone todavía hoy un abismo que nos produce inquietud, y de eso va este filme, más allá de los lugares comunes.
Blanca Portillo ha logrado con esta Teresa una de las mejores interpretaciones de su carrera (y menuda carrera para estas comparaciones). Da voz al castellano de la santa de un modo tan natural que se vuelve nuestra respiración, un prodigio al que suma tales rangos de fuerza y de emoción que no se explica. La réplica se la da un Asier Etxeandia en estado de gracia. Ambos ponen en pie este guion desafiante de Paula Ortiz, con sabor a clásico, festín de imágenes cargadas de tanto simbolismo y belleza que muestran lo más difícil: los matices, profundos, sutiles, de un personaje tan grande y tan manido. El estreno en salas tendrá lugar el 24 de noviembre.
Santa Teresa ha llevado muy lejos al equipo. «No hay 'thriller', ni motor romántico, es la historia de un personaje que permanentemente duda. La duda es para mí el motor más subversivo, porque en Teresa acaba en una determinación —afirma Paula Ortiz—. Si no, la duda acabaría disuelta. Ella duda permanentemente, pero adopta una posición.
—¿Mujer de acción tras la duda?
—Hay una convulsión en ella, no deja indiferente. Mayorga dice que es la singularidad lo que la hace subversiva. Yo digo que es eso y su duda y su determinación. Determinación o fe, depende como cada uno quiera nombrarlo. Esa fe es una herramienta del conocimiento y de la inteligencia.
Paula Ortiz: «No hay herramienta más poderosa contra los dogmatismos que la duda»
—Hoy en día no la queremos en esa caja de herramientas.
—Somos hijos del siglo XVIII, de quienes intentaron acabar con cierto pensamiento que no se explicaba a través del método científico. Cuando la lees dices: «¿Cuántas cosas hemos perdido?». Yo estudié Filología y luego hice el doctorado en Historia del Arte, y hay conocimientos que quizá no te dan certezas, lo que te dan es la pregunta y la duda, y tú ya te determinas.
—¿Por eso se determinó a rodar esta película?
—Yo creo que hay gente a la que le va a resonar esta historia que aborda, por supuesto, el feminismo 'avant la lettre' de Teresa, pero que va más allá hasta un tema estructural de la ontología, de la experiencia humana. Espero que la película genere ese debate.
—¿Hay otro modo de llamarlo?
—Claro. La espiritualidad es una palabra que da muchísimo miedo. La fe, exacto. Salvo cuando es exótica, que entonces la miramos con curiosidad. Hay que tener en cuenta también que ha habido unas generaciones con una educación muy represiva desde la religión. Pero creo que ya hemos llegado a un momento distinto. Yo fui educada en la enseñanza pública, en absoluta libertad, para poder elegir qué pienso, qué siento y cómo buceo mi vida en cualquier área.
—Pero la fe no es su palabra favorita.
—Se han abierto muchas simas espirituales en los últimos tiempos. Tienen un carácter de vacío existencial y de vacío espiritual. Hay muchas palabras que se pueden usar. Lo existencial, lo espiritual, la fe, la determinación en lugar de la fe. Se puede usar algo que a mí me ha ayudado a entenderla mucho y la codifico desde ahí. Juan Mayorga dice que Santa Teresa es una romántica, en el sentido de que es alguien para quien el mundo no le es suficiente. Canalízalo como quieras, pero por alguna vía positiva, porque si no te puedes autodestruir por esta razón. Porque nada te es suficiente.
—Es lo mismo que dice Sender. No puede ser que trates a una persona que simboliza esa espiritualidad «con malicia», con una etiqueta de fanatismo. Es tratarla de nuevo como a una hereje.
—Absolutamente. Fue una persona que dudó. Nuestra película toda está articulada sobre una mujer en busca del conocimiento más profundo del alma, emocional e intelectual. Y el conocimiento político, porque fue una mujer con unas capacidades políticas tremendas.
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—Mientras corta una cebolla.
—Ella sola, cortando cebollas, entre pucheros. Intentando entrar en el conocimiento más profundo de lo humano y dudando de él. Y para mí no hay herramienta más poderosa contra los dogmatismos, los totalitarismos o el fascismo que la duda. A mí me parece que lo más punki que hace Santa Teresa es dudar y determinarse ante la duda, elegir. Eso es muy subversivo. Ella es revolucionaria en el pleno sentido de la palabra. Si hay un pensamiento en contra de cualquier dogmatismo, totalitarismo, y por ende fascismo, es el suyo.
—Esto es muy actual, ¿no?
—Santa Teresa es un «ángel de la historia» al modo en que lo explica Walter Benjamin. Su contexto sirve de bisagra, de encrucijada; su genio, su texto, su obra son tan poderosos que pueden ser leídos en cada época histórica con parámetros culturales y políticos. Que es lo que le ha pasado a Teresa. O le ha pasado a Nietzsche.
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—O sea, que nos la estábamos perdiendo.
—Nos la estamos perdiendo si sólo la leemos bajo una agenda coyuntural. Es mucho más compleja y abismal. Para mí, Teresa es abismal. Como narradores y narradoras, lo que tenemos que hacer es asomarnos a los abismos.
—Llegar al borde. ¿Y a usted a dónde la ha llevado?
—¡Uf! A mí. Pues mira, ha sido un viaje que me ha... A mí me ha devuelto a la semilla original por la que yo estudiaba, me ha hecho recuperar las ganas de indagar y contar esto, me ha generado un andamio interior indestructible. Eso es lo más fuerte, recordármelo y reconstruírmelo para el cine. Me ha redimido para el cine.
—¿En qué sentido?
—La película anterior sobre Hemingway fue muy dolorosa y muy destructiva. Aprendí mucho de ella y no habría dirigido Teresa sin pasar por ahí. No habría tenido ciertas valentías. Fue un caos. Fue una película muy compleja y me enseñó a buscar un centro, me enseñó a tratar con el contrario, a tratar con lo contrario. Y Teresa, que está siempre tramando entre el uno y su contrario, o sea, que sube al cielo y baja a los infiernos con una facilidad pasmosa (o no tanta, porque también hay un camino ahí), me ayudó a sostenerme hasta el final. Teresa me sanó para creer que hacer películas merece la pena. Es un noble trabajo. Ya no lo pensaba. Ya no lo pensaba.
—¿Por qué? ¡Caramba!
—Pues porque es muy doloroso y tiene unos costes vitales excesivos. No sólo es sufrir el maratón, como dice nuestro amigo Rodrigo Cortés, sino que a veces te genera heridas y renuncias personales demasiado excesivas que te llevan a desequilibrios o a tener que sacrificar cosas demasiado queridas, y no merece la pena.
—O sea, que ahora se siente casi fundadora de películas.
—Sí, en cierta manera, Teresa me ha refundado. Y he aprendido de ella también que «en la contradicción está la ganancia». Profundamente. Y al mismo tiempo es una película que se ha hecho con buena gente, muy comprometida, empezando por Blanca Portillo, que el viaje que ha hecho ella y que he hecho yo con ella y con Asier ha sido de lo más nutritivo actoralmente que he vivido nunca. Un largo viaje, y lo hicimos hasta el final.
Para certificarlo aparece en este preciso instante una risueña Blanca Portillo, con la que hemos quedado cerca del jardín del Príncipe de Anglona, un oasis con algo de huerto conventual en el Madrid de los Austrias. Ella ha habitado esta santa Teresa, pero su voz trae el timbre de mil personajes inolvidables (de ambos sexos). Fue Segismundo en 'La vida es sueño' más impresionante. Y Bocanegra en 'Alatriste', pero ya pisó desde el inicio de su carrera el Siglo de Oro, porque pasó por 'El perro del Hortelano' de Pilar Miró, como Dorotea. Portillo ha ensanchado la escena y el cine español con decenas de interpretaciones magistrales, la lista es inacabable, por decir dos más: la Maixabel de Bollain o su papel actual en 'La madre de Frankenstein', función de cuatro horas que la tiene plenamente en forma.
—Queremos que nos hable de cómo puede un actor abordar un papel difícil como el de 'Teresa'. ¿El viaje empieza con...?
—Mucho miedo [la actriz mira hacia arriba y sonríe, como buscando las palabras], porque era consciente de la responsabilidad, por el personaje, por la directora, por Mayorga, por todo. Y porque es una historia en la que se cuentan cosas que a mí me resultan lejanas, aparentemente. [Pausa. Sonríe]. Luego resulta que no, que tenemos mucho más que ver de lo que yo imaginaba, ¿no?
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—¿En qué?
—Mi relación con mi propia profesión. Esta cosa casi mística, de devoción absoluta. Como dice Mayorga, lo llevo como un sacerdocio. A partir de ahí entendí que podía comprender. Olfatear cómo podía esa mujer vivir su amor infinito y su veneración y su relación casi física con la idea de Dios. Implica su cuerpo, su alma, su mente, como yo creo que me implico en lo que hago.
—Hay algo en cómo habla el castellano de Teresa en la película que asombra y abruma.
—Había que transitarlo desde la verdad, desde la emoción, no desde la técnica actoral. Cargarlo de humanidad, de vida, como que tú tengas la sensación de que esas personas no pueden hablar de otra manera.
Paula y Blanca recuerdan los ensayos, vividos tan intensamente, y les manan anécdotas y las comentan entre risas.
—Paula: El primer día que se probaron el vestuario se abrazaban y bailaban y Asier luego dio positivo en covid. Reír nos vino muy bien porque llegábamos a lugares muy oscuros.
—Blanca: ¡Uf! Eran inmersiones a mucha profundidad, donde corres los riesgos de la apnea. También para eso había que crear un vínculo entre los tres. Para que ella pudiera meterse dentro de nuestras vísceras
—P.: Ellos tienen una relación eléctrica, muy especial.
—B.: Es físico, se palpa.
—¿Y qué fue lo más duro?
—B.: El rodaje, el calor que pasamos. Yo lo pasé mal porque tenía que llevar ese rostrillo. Tapas el pelo y todo. Es muy agobiante.
—P.: Es la pieza debajo de la toca, la que ponen en todas las culturas para anular la sexualidad de las mujeres.
—B.: Era difícil mantener el estado, no diré de concentración, porque no creo en ella, eso es meterte para dentro y no haces más que ahogarte.
—Entonces cómo se prepara.
—B.: No dejando de estar en contacto con las zonas emocionales que van a ponerse en juego, por ejemplo, al día siguiente. Si mañana toca tal momento, hay que generar en ti una temperatura emocional, que no se te vaya aunque te rías o tomes unas cervezas.
—P.: Están tan preparados y luego ves que acababa una toma: «¡Corten!», y Asier o Blanca tenían que cortar un poco, darse una vuelta o soltar un taco, para regresar: «¡Maricón!» [Risas]
—¿Hizo algo más para acercarse a Teresa?
—B.: Sí, tuvimos la suerte de que nos abrieron un convento de clausura. ¡Esta profesión es maravillosa! Nunca habría podido imaginar esta experiencia. Me encontré con un grupo de mujeres fascinantes.
—¿En qué sentido?
—B.: Olvídate, Blanquita, del término monjita [se dice a sí misma]. Unas mujeres cultísimas, sensibilísimas, generosas, dulces, fuertes, con carácter. Yo había llevado un chandal y me daba vergüenza estar así. Una me dejó el hábito y así convivimos cinco días. Fue... ¡clarificador! [lo subraya con lucidez]
—P.: Fue en Toro. Uno de los conventos que fundó Santa Teresa, todas monjas castellanas, mayores. Señoras que no han recorrido más de 15 kilómetros desde su pueblo pero con una cultura y unos planteamientos filosóficos de asombro.
—B.: Son libres, ahí entendí que la clausura es libertad. Son muy curiosas. Tienen dos momentos al día de charla, hablan de lo divino y lo humano. La verdad es que hablan poco, lo necesario, eso lo deberíamos aprender. Me preguntaban, «¿cómo es tu casa?». Tuvimos conversaciones muy divertidas pero también muy profundas.
—¿Cuál es la que más recuerda?
—B.: Algo que me dijo una de ellas, que me vino muy bien: deja que ella venga a ti y se meta y hable, porque es muy poderosa y te va a llevar. Es lo que hago con muchos personajes. Y pasó físicamente.
—¿Físicamente? ¿Cómo?
—P.: Recuerdo el momento, en el huerto. En un ensayo. Fue increíble lo que vimos.
—B.: Yo dejé de pensar, de tener conciencia de mí y salió. Hay cosas actorales, técnicas, y sentí que desapareció todo eso, y pasó algo que a mí me tocó en lo más profundo.
—P. En el rodaje volvió a pasar, afortunadamente. Se lo tuve que enseñar porque Blanca nunca quiere verse.
—B.: Es muy bestia, muy fuerte. Ocurrió cuando hablo de una presencia que está a mi lado y que cuando se va dudo de todo. Digo: «Yo no sé cómo sé, pero no puedo dejar de saber». Y cuando vi la peli me quedé muerta. Me emocioné, pensé: a esa señora le está pasando algo muy gordo.
—P.: Es que a Teresa casi la quemaron por querer orar en silencio. No repetir los rezos de los curas, sino dejar a las mujeres entrar en su interior y pensar en libertad. Eso daba mucho miedo. La priora de Toro me dijo que tuviera cuidado que no pareciera meditación porque la oración no es vaciamiento, sino diálogo.
—B.: Hemos cumplido con su deseo de no frivolizar. Yo hice algunos rezos con ellas. Me dije: «Vamos a vivir esta experiencia». Y eran los momentos más bonitos del día. ¡Cómo sentí su respeto por alguien que no es creyente como yo!
—¿Conocían su trabajo de actriz?
—B. La priora me dijo: «Yo he visto un dvd pirata [nos reímos a carcajadas], porque nosotras no sabíamos quién eras tú y vimos 'Maixabel'. Esa señora se parece muy poco a ti, así que habrás entrado algo en ella…». ¡Me decía unas cosas!
—¿Se le hizo corto?
—¡Yo me habría quedado más tiempo! Me hizo mucho bien estar allí aquellos días. Aunque no sea creyente, hay una parte espiritual, que tiene más que ver con lo filosófico, pero sí creo en ese nivel, donde están todos tus miedos y tus angustias. Y yo estuve en contacto con ello, felizmente, sin la presión de la vida. Estás allí encerrada y puedes pensar. ¡Es que se está muy bien!
—¿Están contentas con el resultado, además del 'viaje'?
—B.: Sabía que estábamos haciendo algo grande, pero al ver la película me quedé loca. Al ver la película me quedé… «¡¡¡¿Perdona?!!!» ¡Qué maravilla!
Los recuerdos del rodaje no se detienen, imposible registrar aquí todos. Entre risas y gestos cómplices rememoran los primeros planos a centímetros del rostro, los momentos de relajación y la manera en que metabolizaron todo. Concluyen:
—B.: Pienso ahora sobre 'Teresa', me digo: «Has tocado un lugar de ti y te ha dejado una huella indeleble». Hay algo muy íntimo que esta película me ha dado y yo también he dejado algo de mí en esta cinta. Por ejemplo, las monjas me regalaron un libro con los salmos que cantan, que perteneció a una hermana que ya no vivía. Y fíjate, sigo leyéndolos.
—P.: Para mí es, sencillamente, la película que no podré explicar.
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