Perdigones de plata

Colonizados

Me siento como el científico que estudia las manadas de algún bicho del Serengueti

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La tarascada (24/4/23)

Cada mañana los observo antes de que entren a las aulas del instituto que se plantifica a la vuelta de la esquina. Regreso temprano desde el quiosco cargado de papel pero soy invisible para ellos, hijastros de la angosta pantalla, encapsulados en su canutos, en ... decirse «mano», en lucir un chándal por el cual un yonqui de los 80 suspiraría. Y los observo, desde luego. Y los chequeo, los radiografío, los escaneo y los taladro parapetado tras mis gafas de sol intentando captar hebras de sus conversaciones, pero más allá del «mano» por aquí (abreviación de 'hermano') y del «mano» por allá tampoco parece que su oratoria sea la de Cicerón. Ni falta que les hace, qué leches.

En esos trances me siento como el científico que estudia las manadas de algún bicho del Serengueti, pero en más cómodo y sin esperar a que el dichoso ñu atraviese el río Mara para que el cocodrilo amaestrado se lo coma cuando lo ordene el realizador. Los veo y me pregunto qué será de ellos el día de mañana. Me fijo en sus camisetas. Todos lucen el escudo de algún equipo de la NBA, alguna palabra sajona vinculada a una universidad o una ciudad de allí. «UCLA», «Harvard», «Chicago», «L.A.», «N.Y», «San Francisco». ¿Sabrán al menos que San Francisco y Los Ángeles responden a nuestra herencia? Me extrañaría, a esas edades la sesera es como una cucaracha atropellada por un camión de gran tonelaje. Tampoco es extraño que sus camisetas vayan decoradas por la bandera inglesa, la de las barras y estrellas, la de Brasil o la de la madre que la parió. Lo que jamás he visto ha sido «Universidad de Salamanca» o la bandera española. Eso ni vende ni transmite ni emociona ni empodera. Colonizados por Yanquilandia nuestro idioma no logra sortear la fase de peluquería canina, de sombrerería centenaria y rebelde que resiste a duras penas frente a las franquicias que escupen rótulos en inglés. Pero la culpa no es de ellos, chavalería a la deriva de las modas de consumo masivo, sino nuestra por permitir la sumisión y no preservar nuestra cultura.

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