PERDIGONES DE PLATA

Clásicos

Entendían que el papel aportaba prestigio, sabiduría, en definitiva otros horizontes

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Incluso en los hogares más humildes del pueblo yacía sobre una balda de la estantería de contrachapado una enciclopedia. A veces era la Espasa y otra una Larousse ilustrada. Se pagaba a plazos porque la vida era un poco así, sencilla y a plazos, pasito ... a pasito, tacita a tacita. Existía, pues, una vocación por ilustrarse y muchos padres pretendían que sus hijos se armasen de aquellos volúmenes para realizar los trabajos escolares que ellos nunca tejieron porque marcharon pronto al campo para las tareas agrícolas. Se trataba de mejorar, de prosperar, intuían que sólo con el estudio y la cultura sería posible que sus hijos escapasen de la tradición que les bloqueaba.

El televisor culón soportaba una muñeca flamenca o una que vestía con el uniforme de la mili, la mesa camilla con su brasero y la estantería angosta con su pedazo de enciclopedia. Ese era el decorado. Entendían que el papel aportaba prestigio, sabiduría, en definitiva otros horizontes. Si les salía un hijo enganchado a la lectura y se lo comentaban con orgullo al vendedor que mercadeaba puerta a puerta con sus libros, este, rápido de reflejos, graso de parla, les colocaba, también a plazos, una colección de clásicos universales. Recuerdo cuando me regalaron durante un cumpleaños un Larousse de esos que todavía conservo. Me pareció un regalazo. Me temo que, si hoy le obsequian a un chaval algo similar en vez del último móvil les arroja el libraco gordo con intención de romperles la crisma. Ayer temprano, en la visita habitual al quiosco, descubrí el lanzamiento de una colección encuadernada digamos a la antigua, o sea con esa entrañable elegancia algo cursi del quiero y no puedo. La inauguran con 'La guerra del Peloponeso', de Tucídides. Lo compré. Por nostalgia, por cariño, por melancolía, porque me salió de los huevos, porque no lo había leído y porque costaba lo mismo que un paquete de tabaco. Las modernas moradas de hoy destilan diseño pero no exhiben enciclopedias. Quizá buena parte de nuestra ramplonería nace de ese triste detalle.

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