Perdigones de plata

Lo de la Argudo

La pieza era brillante, descacharrante, gracias a una prosa, la suya, entre fresca y desmelenada

Adictos a la bronca

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No me reía tanto desde hacía lustros. Por desgracia, no soy de risa fácil. Uno se ha tronchado en ocasiones con escenas de los hermanos Marx y con algunos ácidos párrafos escritos por Céline, Bukowski o Kennedy Toole. Los payasos del circo jamás provocaron mis ... carcajadas. Y Charlie Rivel me deprimía. Pero la otra mañana, leyendo aquí mismo el reportaje de Rebeca Argudo, repasando desde el amanecer hasta el anochecer la parrilla de la televisión de todos teledirigida por los sectarios, resultaba imposible contenerse. La pieza era brillante, descacharrante, gracias a una prosa, la suya, entre fresca y desmelenada. Cada píldora desprendía talento y mucha ironía.

Y se produjo cierta magia porque se demostró que la prensa no remolonea tan comatosa como algunos pregonan. Fue un fustazo glorioso, tanto que el personal se avisaba: «¿Has leído lo de la Argudo? ¿No? Pues no te lo pierdas…». Se corrió la voz y el inicial runrún desembocó en imparable catarata. Cada uno mostraba sus preferencias. «Lo de Almodóvar me ha encantado», decía uno. «Lo de parar para poner lavadoras me ha desternillado», susurraba otro. Se suele comentar que, el día de mañana, Keith Richards debería donar su cuerpo a la ciencia para que esta lo estudie hasta destripar el motivo de su legendaria longevidad. No es normal que una estrella del rock que se ha metido tantas sustancias siga viva. Del mismo modo, creo que, dentro de muchísimos años, los científicos deberán analizar las secuelas que en el cerebro de la Argudo han padecido tras tantas horas de propaganda feroz. También deseo que, en vista de su heroico sacrificio, ABC le haya pagado un goloso plus de peligrosidad. En cualquier caso, cuando coincida con ella prometo convidarla a cenar. Mismamente en el Ventorro, para que los ofendiditos, los mismos que afirman campanudos que no existen límites en el humor si te pones chistoso con las cenizas de los judíos olvidadas en el cenicero de un coche, rabien con fundamento. ¿Se perdieron lo de la Argudo? Búsquenlo, su ánimo lo agradecerá.

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