La Tercera
Valor y actualidad de Adam Smith
No fue nunca lo que hoy llamaríamos un 'libertario', como no lo fue ninguno de los liberales clásicos ni muchos de los llamados 'neoliberales'
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Paloma de la Nuez
Hace ya 300 años que el que es comúnmente considerado el padre de la ciencia económica naciera en Kirkaldy, un pequeño pueblo escocés de pescadores que pasaría a la historia, precisamente, por haber sido el lugar de nacimiento de este insigne liberal que fue profesor ... de Filosofía Moral en Glasgow (la Economía no existía entonces como disciplina separada y autónoma), y que escribió no solo su célebre obra sobre la riqueza de las naciones, sino también 'La teoría de los sentimientos morales', sin la que no se puede comprender correctamente su pensamiento, porque para Smith las cuestiones económicas se entrelazaban con la moral, la política, el derecho y la justicia.
Sin embargo, la imagen que comúnmente se tiene del liberalismo económico que defendía Smith es la de un sistema que se basa y favorece la avaricia y el egoísmo. El individuo se mueve en el mercado como un 'homo economicus' frío y calculador, siempre corriendo tras sus intereses materiales y egoístas, lo que produce en muchos un profundo rechazo, algo que seguramente habría causado un gran asombro a nuestro autor, que había dedicado su primer libro a defender toda una filosofía moral. Una moral que, reconociendo el deseo natural del hombre de «mejorar su condición», explica que éste tiene también unos sentimientos morales que le inducen a preocuparse de los demás: la simpatía (hoy diríamos la compasión) y la benevolencia (la preocupación por el bienestar del prójimo). Y todavía más: nosotros mismos buscamos casi desesperadamente la aprobación de los que nos rodean; queremos ser queridos y reconocidos, lo que nos induce a realizar aquellas acciones –también en el mercado– que nos procuren una buena reputación porque «el hombre desea no solo ser amado, sino merecerlo (…) Desea no solo la alabanza sino ser merecedor de ella». No en vano, dentro de nosotros mismos existe un 'espectador imparcial' que aprueba o no nuestra conducta; una voz de la conciencia que nos incita al autocontrol, la limitación de nuestro egoísmo y la búsqueda de la virtud.
Y es que el mercado es un lugar de sociabilidad en el que, cada uno buscando su propio interés (entendido en un sentido amplio que incluye el de la familia, amigos o vecinos), contribuye, incluso sin proponérselo, al bienestar general. Se trata de la famosa metáfora de 'la mano invisible' que, a pesar de no aparecer apenas en su obra, ha generado toda una literatura académica, como también lo ha hecho el llamado 'problema Adam Smith', que se refiere a las contradicciones que se aprecian entre las dos grandes obras citadas del autor de la Ilustración escocesa, aunque más bien ambas se complementan.
En última instancia, porque la legítima búsqueda del propio interés sobre la que se basa el buen funcionamiento de una economía libre de mercado redunda en el bienestar general si se cumplen ciertas condiciones, como que los intercambios económicos se realicen bajo ciertas instituciones y reglas de Derecho que garanticen el orden y la justicia (Smith creía que existía un derecho natural al que el derecho positivo debía someterse).
No fue nunca lo que hoy llamaríamos un 'libertario', como no lo fue ninguno de los liberales clásicos ni muchos de los llamados 'neoliberales'. No sólo creía que el Estado tenía unas funciones que cumplir, sino que el mercado tenía que basarse en unos principios morales para funcionar bien. De ahí que criticase a los empresarios que «conspiran contra el público» para evitar la competencia y subir los precios, ciertos comportamientos de los ricos, así como a los políticos y funcionarios corruptos.
Aún más: Smith, como otros pensadores de la época dentro y fuera de Inglaterra, se oponía al mercantilismo y defendía la libertad económica, precisamente porque creía que esa era la única manera de sacar a los pobres de la miseria. Sólo esa libertad permitiría un aumento de la producción y la competencia y una disminución de los precios que acabaría con el hambre y la extrema pobreza que todavía en el siglo XVIII asolaba muchos lugares de Europa. En una sociedad en la que florece la libertad económica, habrá más oportunidades para todos, sobre todo para los más pobres porque «ninguna sociedad puede ser próspera y feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y miserables», escribe en su 'Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones' (1776). Asimismo, esa libertad vendría acompañada de la innovación y el progreso; del bienestar material y el disfrute de la vida, y no sólo a nivel nacional, sino que, como muchos otros filósofos ilustrados, estaba convencido de que el libre comercio internacional uniría a los pueblos y favorecería el desarrollo de la civilización y la paz.
Pues bien, en un momento en el que se da por supuesta la crisis de la democracia y del liberalismo en el que se apoya, recuperar la obra y el pensamiento de este ilustre escocés –insistiendo sobre todo en su vertiente más humanista– puede servir, quizá, para renovar este liberalismo en crisis que anda muy necesitado de principios legitimadores en un mundo en el que muy a menudo se lo identifica con la corrupción, la explotación, la competencia despiadada o el aumento escandaloso de la desigualdad.
Una recuperación que debe hacerse desde la humildad, la sensatez y la moderación que practicaba Smith tanto en su vida profesional como en su tranquila y sencilla vida privada. Su liberalismo se basaba en el estudio y análisis racional de los hechos sociales y económicos, así como de los históricos. No se dejaba llevar por pasiones exaltadas ni utilizaba una retórica apasionada. Confiaba en convencer a sus adversarios con argumentos racionales, y como buen liberal huía del espíritu de facción y del fanatismo que, en sus propias palabras, «han sido con diferencia los mayores corruptores de los sentimientos morales».
Puede que sea cierta la afirmación de lord Acton de que los amigos sinceros de la libertad han sido muy pocos en todas las épocas, pero también es cierto que no siempre esos mismos amigos saben cómo defenderla.
es profesora de Historia de las Ideas Políticas en la Universidad Rey Juan Carlos
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