LA TERCERA
Una red eléctrica estable y competitiva
«El apagón del pasado lunes pone de manifiesto la necesidad de contar siempre con una generación eléctrica firme. Algunos teóricos recomiendan un mínimo del 20-30 por ciento. El año pasado, las cuatro grandes tecnologías firmes –hidráulica, nuclear, gas y carbón– aportaron el 47 por ciento de nuestra generación eléctrica. Minutos antes del apagón, estas cuatro tecnologías apenas suponían el 16 por ciento de la electricidad producida»
La Tercera de ABC

Estados Unidos es el primer productor del mundo de petróleo y gas. Esa es su gran ventaja competitiva. Uno de los ejes de la política de Trump es precisamente explotar esa ventaja. China, por su parte, es el mayor productor del mundo de carbón. No le importa electrificar su economía, siempre que la electricidad se produzca, sobre todo, con su carbón. De hecho, consume más del 54 por ciento del carbón que se utiliza en el mundo y un 61 por ciento de su electricidad se produce con carbón. Gracias a sus posiciones privilegiadas en la producción de gas y de carbón, las dos grandes potencias mundiales cuentan con una energía y con una electricidad barata. La Unión Europea, que aspira a hacerse un hueco entre las dos grandes potencias, carece de ventajas competitivas en materia energética, pero tiene ante sí una oportunidad: las formas más baratas de producir electricidad son la solar fotovoltaica y la eólica terrestre. Incluso en Estados Unidos y en China. Sistemas eléctricos basados en esas dos fuentes renovables pueden ser perfectamente competitivos en una economía globalizada.
Esta necesaria apuesta por la electricidad renovable requiere asumir que cualquier política energética debe, además de tener en cuenta las restricciones económicas derivadas de los costes de las distintas alternativas, no olvidar las restricciones técnicas propias de cualquier sistema eléctrico: la primera es que la oferta debe ser igual a la demanda en cada instante de tiempo. La traslación a la realidad de esta primera restricción es que un sistema eléctrico basado en renovables, por definición intermitentes, necesita complementarse con energía firme y flexible. Energía firme procedente de centrales que funcionan cuando se les requiere y que, además, confiere –y esta es una de las lecciones de lo ocurrido el lunes en España– calidad y estabilidad a todo el sistema. La flexibilidad, necesaria siempre para adaptar oferta y demanda, es la rapidez con la que las tecnologías que aportan firmeza pueden adaptarse a los requerimientos de la demanda. De más a menos, contamos con la hidráulica, los ciclos combinados de gas, el carbón y la nuclear. Si se introduce la variable económica, de estas cuatro tecnologías la más barata es la hidráulica, seguida de la nuclear, el gas y el carbón. La energía hidráulica es la más flexible y la de menor coste. Su aportación es imprescindible. El único problema es su dependencia de la pluviosidad. La nuclear, pese a sufrir una carga fiscal específica, tanto estatal como autonómica, que supone el 25 por ciento de sus costes, es más barata –en el caso de centrales antiguas como las nuestras– que la electricidad producida a través de la combustión de gas o carbón. Si consideramos la seguridad de suministro, la hidráulica es de nuevo la que proporciona un abastecimiento más seguro, seguida de nuevo por la nuclear. Importamos el uranio enriquecido, pero las barras de combustible se fabrican en España y la recarga de las centrales se produce, por término medio, cada dieciocho meses. Importamos el 100 por ciento del gas y del carbón que consumimos. Tenemos por norma reservas para noventa días de suministro, pero nuestra dependencia del exterior es absoluta. Por último, desde el punto de vista de emisiones de CO2, hidráulica y nuclear no generan emisiones. Gas y carbón, sobre todo este último, lo hacen de forma relevante. Con estas reflexiones presentes, resulta sorprendente leer que en España se desmantelan pequeñas centrales hidroeléctricas al término de su periodo concesional y, más relevante aún, que seamos el único país del mundo con un programa de cierre de la totalidad de su generación nuclear. La consecuencia será una electricidad más cara, más dependiente del exterior y con más emisiones.
El apagón del pasado lunes pone de manifiesto la necesidad de contar siempre con una generación eléctrica firme. Algunos teóricos recomiendan un mínimo del 20-30 por ciento. El año pasado, las cuatro grandes tecnologías firmes –hidráulica, nuclear, gas y carbón– aportaron el 47 por ciento de nuestra generación eléctrica. Minutos antes del apagón, estas cuatro tecnologías apenas suponían el 16 por ciento de la electricidad producida. Con independencia del suceso concreto que desencadenara la desconexión de las centrales y con independencia de las decisiones tomadas o dejadas de tomar por Red Eléctrica, la causa última de la crisis fue la escasa generación firme disponible. La generación con grandes turbinas, propia de las tecnologías firmes, es capaz no sólo de producir cuando se necesita, sino también de absorber y neutralizar pequeñas oscilaciones de la calidad de la electricidad, aportando así estabilidad a todo el sistema y evitando que pequeñas oscilaciones se transformen en grandes alteraciones del sistema. El corolario es que un sistema eléctrico cien por cien renovable no es posible ni deseable. Sí lo es un sistema eléctrico libre de emisiones, en el que la energía hidráulica y la nuclear aporten la necesaria firmeza. Aún más, una generación con gas adicional garantizaría la flexibilidad necesaria en caso de sequía y sería un complemento que aportaría seguridad adicional. La generación eólica y la solar fotovoltaica produjeron en 2024 el 40 por ciento de la electricidad que consumimos. Hay margen para seguir incrementando su participación. No son las culpables del apagón, pero una y otra vez hay que recordar que la política energética requiere lidiar con restricciones técnicas y económicas. Ninguna de ellas puede ser olvidada, ni siquiera preterida. El necesario equilibrio de un sistema eléctrico entre generación intermitente, firme y flexible es quizás una de las más relevantes.
Un sistema eléctrico estable y competitivo, en el que las renovables aporten la producción más barata, requiere invertir en almacenamiento, tanto baterías como bombeo hidráulico. El almacenamiento, además de contribuir a la estabilidad del sistema distribuyendo la electricidad renovable a lo largo de las veinticuatro horas del día, supondrá también una reducción de las oscilaciones de precios al trasladar electricidad barata a las horas del día en las que el precio es más alto. Incrementa la demanda en las horas de precio bajo e incrementa la oferta en horas de precio alto. Con la aportación adicional del almacenamiento, la forma más segura y barata de producir electricidad es contando con las energías solar fotovoltaica y eólica terrestre como principales recursos, complementadas por la hidráulica y la nuclear, con una pequeña capacidad remanente de producción con gas que aporte garantías adicionales de flexibilidad y seguridad. Tendríamos una electricidad competitiva y, en nuestro caso, más competitiva que la producida por nuestros socios europeos, gracias a nuestro recurso eólico y a nuestra mayor irradiación solar.
Explotar esta ventaja competitiva requiere incrementar el consumo de electricidad. En edificios, en la industria, en el transporte. Una electricidad barata permite atraer nuevas industrias, ampliar la capacidad de las existentes o desarrollar nuevas actividades, como los centros de procesos de datos, imprescindibles para nuestra vida diaria y para la digitalización de nuestras empresas. Pero, de nuevo, no es posible olvidar una gran restricción técnica: el suministro eléctrico requiere líneas de transporte y distribución de alta, media y baja tensión. Sin ellas, nada es posible. Liberalizar su planificación y adecuar la retribución de la inversión en redes a su necesaria expansión, son otras dos asignaturas pendientes para llegar a un sistema eléctrico estable y competitivo.
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