EL RETRANQUEO
Hablar de uno en pasado
Cuando Sánchez dice que «dejamos un futuro mejor para los jóvenes» le traiciona el subconsciente del adiós
El centrista improvisado (13/6/23)
La cerveza caliente del sanchismo (7/6/23)
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Iniciar sesiónAtrás quedaron las mesas de Iván Redondo repletas de mapas provinciales, 'excels' con infinidad de datos cruzados, votos rebañados por zonas y el cálculo fidedigno de escaños. Atrás quedaron los golpes de efecto, las piruetas demagógicas, los penaltis a lo Panenka, la magia de los ... saltos al vacío, las sorpresas de chistera de prestidigitador. Pedro Sánchez no es el mismo, o no lo parece. El Sánchez que se presentó ante Alsina era un Sánchez circunspecto, a la defensiva, incapaz de defender con un mínimo de brío y coherencia una sola de sus decisiones. Cada palabra sonaba a lata hueca, y ni siquiera apareció su célebre cintura de 'killer' improvisador. Cuando tus estrategas te piden que combatas la pregunta previsible –por qué nos ha mentido tanto– poniendo cara de extrañeza despistada, y como preguntándose «¿es a mí?», y finalmente rescatas una respuesta tipo de las que antes servían y ya no –Carmen Calvo sabe de eso–, entonces estás perdido. Ido. Lo que antes parecía convincente con su simple sonrisa, hoy en Sánchez es todo duda, flaqueza. Sánchez alega que no miente; sólo cambia de «posición política». Bien. Dedicar otra línea al argumento es desperdiciar papel. Relleno de artículo. Y no.
Algo transmite Sánchez con su gesto, con su lenguaje no verbal… Es mucho lo que se ha roto en aquel sanchismo de 'Aquarius', feminismo fetén y fuegos artificiales que tanto excitaban a palmeros y aduladores. Reducir la mentira a una mera cuestión semántica, y recurrir al autoengaño como forma de congraciarse con su manera errática de gobernar, su desconexión con la realidad, su alejamiento de la calle o la incomprensión hacia sus complejos meandros mentales, tiene algo inconsciente de rendición. Y eso, en aquel Sánchez de mítica infalible y cualidades mesiánicas, es precisamente lo novedoso. Verlo taciturno, pasmado, paradete, se hace tan raro como no ver ya los mapas de Iván Redondo sobre la mesa.
Pero quizás esa rendición no sea tan inconsciente. Con Sánchez el elector siempre está en un ay, no se fía de qué cauce elegirá para resucitar, cómo se recompondrá, qué inventará, qué querrá trampear, dónde está la bolita. Porque a eso nos ha acostumbrado. Fue un no sé qué de presidente alicaído, soso, apático, ese Sánchez abúlico que parece bostezar cuando no embiste en modo facineroso. Y en esas, pasó inadvertida, al final de la entrevista, la expresión más auténtica y realista de todo su argumentario. Habló en pasado de sí mismo. Fue preguntado (larga vida a Màxim Huerta) sobre cómo creía que sería visto cuando dejase de ser presidente. Sánchez pudo replicar con una obviedad propia de alguien con reflejos. Un «pregúntemelo dentro de cuatro años, al final de la nueva legislatura, porque voy a gobernar». No sé, una pizca de gracia, rapidez, esa chispa… Pudo sonreír, sacudirse ese dardo vitriólico. Qué va. Muy al contrario, contestó muy serio que «han sido años en los que hemos tratado de gobernar dando la cara, no ignorando los desafíos, con nuestros errores y aciertos». Y zanjó: «Dejamos un futuro mejor para los jóvenes». Han sido años, dejamos un futuro… Traición del subconsciente o no, el pretérito perfecto en su boca sonó a impotencia y a adiós. Fue lo único 'perfecto' que dijo.
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