el retranqueo
Berni, tito, sé fuerte
Lo que alimenta el caso no es el cohecho. Es el proceso 'prostituyente' y ese olor a despensa cutre con chistorra
Que haya un diputadillo de provincia fardón, chulesco, con su propio abuelo Florenci en el armario, sus fajos de billetes de doscientos euros, sus altillos de Ikea con un millón que apareció allí por un fallo de montaje del mueble, o que un mediador ase ... vacas como para atragantarse con el dinero de los parados, ya forma parte asentada del ideario colectivo. Nos han normalizado la basura a base de bien. Nos acosaron con aquello de la regeneración, la limpieza étnica de la corrupción, los bolsillos de cristal y la decencia. Y llegamos a creerlo, que podía ser, que tanta podredumbre se cargaba los palos del sombrajo y que la política era un noble y sacrificado ejercicio de servicio público. Todo sigue siendo mentira, y ahora, otra vez, la única respuesta son la improvisación acelerada y el miedo al titular y al caos. Ya no va a bastar con el doble rasero ideológico y con eso que tanto gusta a la izquierda de cerrar un cordón sanitario sobre su diputadillo de segunda RFEF, al que nadie dice conocer y todos conocían.
Ocurre que lo de menos con el Tito Berni es el montante, el cohecho, la falsedad, la extorsión, el manejo de cuatro queseros corruptibles para quitarse sanciones de encima por una mordida de nada. Unos aficionados al lado de los ERE andaluces fraudulentos. Dónde va a parar. Eso era profesional y esto, un simple menudeo de tres camellos de la coima, un reducto local, isleño, un divertimento para nuevos 'yonkis' del dinero, pero de platanera y mojo picón. Torrente 6, y ríete del tres por ciento. Aquí ya no es preciso desentrañar sesudos dictámenes periciales ni tecnicismos jurídicos, como han hecho con éxito Isabel Vega y Adriana Cabezas en ABC para destapar este sótano de cochambre y cutrerías. Este sumario se consume solo, como una revista del corazón en la que las fotos hablan más que los textos. Berni ya es nuestro Berni, carne de cañón y morbo patrio cuando creíamos que roldanes en democracia y calzoncillos solo había uno.
No es el dinero, ni los delitos. Es la estética de despensa con morcillas colgando lo que alimenta el caso. Es el secretismo, la caza de brujas entre socialistas, los silencios cómplices, ese 'quién será' en la búsqueda del putero anónimo convertida en deporte nacional. Nadie lee un sumario en esas tardes de batamanta y peli, pero si aparecen un diputado 'prostituyente', un mediador arrepentido, unos chochos voladores, copones sin hielo apoyados sobre la barriga, meretrices en toalla, mesitas con sus rayitas bien dispuestas, 60 gigas de móvil sin filtro ni control, o un ponente de la ley antifraude del PSOE haciendo guarradas, entonces Tito Berni entra en nuestras vidas y se hace como de la familia. Faltan quince diputados, quince (más que en cualquier cumpleaños de un portavoz parlamentario al uso), que callan sobre sus cenas prohibidas con nuestro Berni en elegantes reservados ocultos a la pandemia y a miradas indiscretas.
El privilegio de casta promete ya un guion incierto con giros imprevisibles. Quince en silencio y nadie dice conocer al golfillo con glamour de chapata y chistorra. Podrían decir que acudieron a una cena y tal, que vieron el percal, que se despidieron, y a otra cosa. Por buena fe, por ingenuidad. A todos nos han sorprendido en una encerrona de mal gusto. Cortas, lo cuentas dignamente y nadie te podrá reprochar nada, ni la copa. Pero, ay, ese silencio… Yo, como mínimo, le enviaría un sms por si acaso. Berni, tito, sé fuerte.