pincho de tortilla y caña
Lo de siempre
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Iniciar sesiónLa vuelta a la rutina laboral está llena de contrastes. Por ejemplo: impone la necesidad protocolaria de volver al pantalón largo. O al suplicio de la alarma del despertador. O al marasmo enloquecido de los atascos. O a la tiranía implacable de la prisa. Las ... experiencias liberadoras de las bermudas, el despertar natural, la soledad contemplativa o la emancipación de las obligaciones horarias –todas ellas ingredientes básicos de unas vacaciones verdaderamente reparadoras– se convierten en recuerdos melancólicos, como todos los buenos, en cuanto suena el pitido que señala la reanudación del partido. No me quejo. No hay luz sin oscuridad. Los contrastes son necesarios para darle relieve a la existencia humana. Pero eso no quita para que haya algunos que sean más llevaderos que otros. El que yo sobrellevo con más pesadumbre, con gran diferencia sobre el resto, es el del giro argumental de las conversaciones. Pasar de las tertulias sobre el ocaso deportivo de Nadal, el debut titubeante del Madrid de Mbappé, el punto del arroz en las paellas o los efectos benéficos de la posidonia a las de las trapaceras técnicas de supervivencia del sanchismo es un ejercicio de masoquismo intelectual que pone a prueba la resistencia psíquica del ser humano. Al menos, la mía.
Algunos amigos se han enfadado conmigo, durante el reencuentro posveraniego, porque dicen que no me indigno lo suficiente cuando sacan a relucir el grotesco episodio de la fuga agosteña de Puigdemont ante las mismísimas narices de la policía. Tengo la impresión de que, de todos los acontecimientos ocurridos en el último mes, el del numerito del prófugo más escurridizo de la 'troupe' independentista es el que ha dejado más huella en el ánimo de los espectadores. La indignación general por lo del cupo catalán se mitiga un poco por el hecho de que aún no sea un hecho consumado. Cabe soñar con la posibilidad de que el Gobierno no cuente con los votos suficientes para sacarlo adelante. Lo de la evaporación de Puigdemont, en cambio, no es reversible. A mis amigos les indigna mucho que el tipo se haya reído de los jueces, del Gobierno, de los ciudadanos y de la Policía y que algunos insensatos como yo nos encojamos de hombros y miremos hacia otro lado en lugar de poner pies en pared y echar humo por la boca. ¿Pero por qué debería indignarme? El numerito no me causó ningún asombro. Lo verdaderamente asombroso hubiera sido que, obedientes a la orden judicial, los Mossos hubieran cumplido con su obligación o que el Gobierno les hubiera hecho pagar por su incompetencia. Pero todos sabemos que ni los Mossos tenían ninguna intención de obedecer a Llarena ni el Gobierno de tomar represalias por el huevoneo policial. ¿Indignante? No más que la colonización del Banco de España, o la pasividad ante la dictadura de Maduro, o la defensa de un Gobierno sin Parlamento, o las carantoñas a Xi Jinping. Por desgracia no hay nada nuevo bajo este sol de injusticia que utiliza Sánchez para broncearse en la playa del poder. Pincho de tortilla y caña a que veremos cosas peores en este curso que acaba de doblar el cabo de Hornos.
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