pincho de tortilla y caña
El lento del grupo
El magín de los hiperactivos no está deforestado y permite largas excursiones mentales de rama en rama
El malo de la película
La opción menos mala
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Iniciar sesiónYo soy un lector lento. Y un escritor lento. Y un caminante lento. No es que me guste la lentitud, es que no doy para más. Me he acostumbrado al ritmo que mejor se ajusta a mis capacidades. Cuando era joven, un amigo con ... ganas de ayudar me sugirió que no caminara tan despacio porque de esa forma desaprovechaba el tiempo y disminuía notablemente mi eficiencia. Intenté seguir su consejo y durante los días siguientes aceleré el paso. El experimento fue un fracaso sin paliativos. Me di cuenta de que era incapaz de pensar mientras transitaba de un lado a otro a marchas forzadas. Tampoco podía observar con la calma debida los detalles de lo que sucedía a mi alrededor durante el trayecto. Comenzaron a invadirme ataques de ansiedad, perdía el buen humor y me daban ganas de arrollar a los peatones que se interponían en mi camino. No tardé mucho en comprender que se puede ir muy deprisa a ninguna parte. De hecho conozco a muchas personas con ese síndrome del culo inquieto.
La vida, que es aficionada a la ironía, me ha juntado con un nutrido ramillete de seres hiperactivos. Mi mujer lo es. Y algunos de mis mejores amigos, también. Su cabeza siempre está en ebullición y saltan de un árbol a otro como las ardillas legendarias que era capaces de cruzar la península de norte a sur antes de que la civilización talara los bosques. El magín de los hiperactivos no está deforestado y permite largas excursiones mentales de rama en rama. No sé si ellos son más listos, supongo que sí, pero desde luego son más capaces que yo. El tiempo les cunde el doble y su productividad está a años luz de la mía. Hasta ahora no me había preocupado mucho pertenecer al pelotón de los lentos. Incluso estaba convencido de que una vida contemplativa, pachorrosa, cocinada a fuego lento, era más razonable que la de mis prójimos cagaprisas, siempre con las luces del cerebro encendidas, la musculatura tensa como la cuerda de un violín y el culo despegado del asiento.
No sé cuántos viajes a la nevera, al baño, a los grupos de WhatsApp o a las consultas a Wikipedia admite una película de dos horas en el salón de mi casa. Hace tiempo que dejé de contarlos. Sin embargo, ha sucedido algo en mi vida que me ha dejado tocado del ala y ya no estoy tan seguro de que la cachaza sea mejor que la rapidez. Varios amigos han sido capaces de leer las 800 páginas del último libro de Juan Manuel de Prada, del que todo el mundo habla maravillas, en menos de cuatro días. Eso significa que han devorado 200 páginas diarias. Al verbalizar mi extrañeza todos me aclararon que esa era su promedio habitual. Según parece, el único idiota del grupo en el que me muevo que no es capaz de leer más de 40 páginas de un tirón, y eso si el libro es bueno, soy yo. Siempre he creído que estar rodeado de amigos tan listos podía ser perjudicial para mi autoestima, pero ahora no tengo duda. Pincho de tortilla y caña a que el precio de seguir en esa pandilla será el de acabar cazando moscas.
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