pincho de tortilla y caña
El malo de la película
Los fiscales no suelen caer simpáticos. En gran medida, la culpa de su mala fama la tiene el cine. Allí suelen ser los antihéroes
La opción menos mala
Pitina
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Iniciar sesiónSi hay una locución que resulta odiosa para la mayoría de los mortales es la de «fiscal». Yo, desde luego, comparto el recelo que despierta la acepción económica del término. El fisco, es decir, Hacienda, también es el leviatán que invade mis peores pesadillas. Sin ... embargo, cuando se utiliza para identificar a las personas que ejercen el Ministerio Público en los tribunales, me resulta entrañable. Sé que soy una rara excepción. Los fiscales no suelen caer simpáticos. En gran medida, la culpa de su mala fama la tiene el cine. Allí suelen ser los antihéroes, los sañudos instigadores de condenas injustas. Los guionistas tienden a presentarlos como seres insensibles, generalmente más torpes que los abogados defensores, movidos por el ansia de castigo. Cuanto más dura es la sentencia más grande es su recompensa moral. Eduardo Torres-Dulce, ex fiscal general del Estado y cinéfilo erudito, les llama «los malos de la película» en el prólogo de un libro que versa sobre la materia. El hecho de que a mí me caigan bien, a pesar de todo, se debe a que soy hijo de fiscal y hermano de fiscal. Algunos de mis grandes amigos también lo son. He crecido en medio de esas puñetas. Siendo pequeño no dejaba de preguntarme por qué mis seres queridos habían elegido el oficio de acusar en vez de el de defender, que a mí me parecía bastante más noble, y no acertaba a dar con una respuesta satisfactoria. Un día, al verme sumido en pensamientos tan oscuros, mi padre me explicó que la obligación de los fiscales es velar por el cumplimiento de la ley y que esa tarea equivale a defender a la sociedad. Desde ese día aprendí a verles con una óptica distinta, aunque confieso que seguí sin entender muy bien la dinámica de su trabajo. Yo sabía que mi hermano calificaba los sumarios que le tocaban en suerte y que las conclusiones provisionales a las que él llegaba eran defendidas después, durante el juicio, por otros colegas que las asumían como propias y las elevaban a definitivas. ¿Y qué pasa si tu colega no ve los hechos como tú?, le pregunté en una ocasión. La respuesta, por hacerlo rápido, fue que la ley, por regla general, es un carril lo suficientemente bien delimitado como para no depender de la brújula particular de un fiscal o de otro. De ahí viene lo de la unidad de criterio y la dependencia jerárquica. Estos recuerdos me vinieron a la cabeza cuando leí el otro día en 'El País' que García Ortiz no pensaba dimitir por mucho que un juez le imputara un delito de revelación de secretos porque él, a pesar de todo, estaba convencido de su inocencia. Ordenó por escrito a una subordinada que hiciera algo que ella consideraba ilegal y puede que un juez le empure por compartir la misma sospecha, pero eso, al parecer, no importa demasiado. Defender la ley es defenderle a él. El bien de la sociedad coincide con el suyo, y si no coincide es porque la brújula de los demás está averiada. Pincho de tortilla y caña a que no hace falta mucho más para saber quién es el malo de la película.
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