LA TERCERA
Periodismo, el cambio permanente
Conferencia del director de ABC en la inauguración del Congreso de Periodismo de la Universidad Francisco de Vitoria, donde alerta de que la naturaleza de la censura informativa está cambiando y refinándose, la libertad de prensa va en retroceso (hasta la pandemia recortó los márgenes del derecho a la información) y por si fuera poco las 'fake news' se lanzan para contrarrestar el alcance del periodismo. Frente a todo eso, los medios ante todo deben verificar y disentir
Quizá deberíamos empezar encuentros como este por distinguir entre periodismo y comunicación. Pero antes de exponer algunas ideas sobre la vertiginosa evolución de nuestro trabajo, me gustaría entretenerles con dos imágenes que bien pueden simbolizar tanto la mutación como la permanencia de una actividad tan ... íntima y unida al ser social, al individuo y su comunidad.
Hace unas noches, buceando entre las plataformas audiovisuales, me encontré con una película de mediados de los noventa sobre la vida cotidiana en una gran ciudad, a través de un estanco como eje espacial. La cinta se llama 'Smoke' y vista hoy sorprenden sobre todo dos hábitos, porque han variado radicalmente, en tan sólo 25 años.
Primero, en la película todo el mundo fuma. Y fuma compulsivamente y en todas partes. El tabaco, lejos de ser una práctica clandestina o casi delictiva, era algo cultural, social y dominante en la conversación y en la escena. Y segundo, hace 25 años la gente andaba por la calle hablando entre sí, o mirando escaparates, edificios, parques, obras... Iban mirando alrededor, fijándose, conscientes de los contornos de la ciudad. Nadie allí iba repasando un teléfono móvil porque todavía no había llegado ese momento. El caso es que hoy todo aquello nos parece algo extraño, tipos extraños, de una época lejana, pero en realidad éramos nosotros mismos hace tres décadas. Quienes tenéis veinte años quizá no lo comprendáis, pero los que ya pasamos de los cincuenta vivíamos así cuando sólo teníamos vuestros veinte años.
De alguna manera, 'Smoke' nos demuestra todo lo que hemos cambiado. Lo que no quiere decir que lo fundamental en verdad haya variado y que nuestra alimentación informativa sea ahora más rica y mejor que entonces, aunque obviamente es muy distinta y mucho más intensiva. De verdad, ¿debemos aceptar que hasta que no llegamos nosotros, nuestra generación, la era de internet, hasta ese momento, el mundo no conoció el poder formidable de la alianza entre las posibilidades técnicas y el ansia de saber o de informarse? Yo no lo creo.
Les voy a hablar de 'los tambores que hablan'. Este es el otro episodio que quería contarles; es el inicio de un libro importante sobre comunicación ('La Información', de James Gleick). En 1730 Francis Moore remontó el río Gambia hacia el este, descubriendo que era navegable en parte de su cauce. Aquellas tierras de África estaban habitadas por distintas razas, como los mandingas, diolas y fulanis. Este agente de los esclavistas ingleses observó que algunos hombres llevaban unos tambores muy grandes, de cerca de un metro de longitud, que iban estrechándose desde la punta hasta el pie, y que estos tambores eran golpeados con fuerza cuando se aproximaba algún desconocido o para pedir ayuda a los poblados vecinos.
«Asistimos a una larga transición en la digitalización; será veloz, pero a su vez también extensa y duradera»
Un siglo después un capitán de la armada británica en una expedición por el río Níger se extrañó cuando uno de sus marineros, el piloto, le dijo que acaba de oír a su hijo, que le estaba hablando a través del sonido de un tambor. Y explicó al capitán algo asombroso. Cada poblado tenía instalado un tambor a modo de correo informativo, con el que se transmitían mensajes detallados con sucesivas frases a lo largo de varios kilómetros. Una tecnología rudimentaria de formidable eficacia, más rápida que cualquier sistema a caballo en la avanzada Europa. El sonido de un tambor por la noche podía oírse a diez kilómetros de distancia, transmitido de poblado en poblado, los mensajes podían propagarse en un radio de 150 kilómetros en apenas una hora. Sin internet.
El mundo informativo actual resulta apasionante, pero no seamos inocentes. Antes que nosotros y que nuestros teléfonos móviles muchos de los que nos precedieron consiguieron verdaderos prodigios.
El gran Eugenio Scalfari, fundador de 'La Repubblica', solía repetir: «Yo reconozco a los lectores por la calle, por cómo se mueven, por cómo miran, por cómo hablan. Si un periodista, y sobre todo un director de periódico, no sabe cómo son sus lectores, no hay periódico». Hoy podríamos convenir que esto ya lo tenemos solventado gracias al famoso algoritmo, pero ¿estamos completamente seguros?: una cosa es medir a los lectores, pesarlos, cuantificarlos, y otra bien distinta es conocerlos a fondo en sus dimensiones a la manera que se refería Scalfari.
El heredero del imperio Hearst, nieto del hombre que inspiró 'Ciudadano Kane', estuvo hace pocos años en España; conserva la propiedad de muchos periódicos locales y cree hondamente, como auténtico editor, en el valor diferencial de la buena prensa. Decía Hearst: «Google nunca va a contratar un crítico de arte en San Francisco y Facebook tampoco va a mandar un reportero al ayuntamiento». Claro que no, ¿se imaginan a alguno de los gigantes tecnológicos contratando periodistas para cubrir los plenos municipales de Pozuelo de Alarcón, el municipio donde está radicada esta universidad?, pero es que tampoco mandará nunca un informador al pleno del ayuntamiento de Granada o al de Valladolid. Ni al tiroteo en una barriada, o a averiguar las diferencias ocultas en un partido político, los debates del plenario de la Conferencia Episcopal o los abusos o deficiencias en los servicios públicos de una comunidad autónoma. No esperen ahí a los gigantes tecnológicos porque ahí sólo puede llegar el periodismo.
Por ello, conviene que nos preguntemos en una ocasión como esta por el estado vital de nuestra profesión, por el momento que vive una vez ya avanzado este siglo XXI. Y debemos convenir que, pese a todas las potencialidades tecnológicas, hubo épocas recientes mejores, en muchos sentidos. El periodismo sufre porque está sufriendo la calidad de las democracias. El periodismo está directamente amenazado en muchísimas zonas del mundo: Rusia, China, Corea del Norte, Medio Oriente, África del Norte, Latinoamérica... e incluso en Europa y Estados Unidos padece unas amenazas que hace tan sólo unos años nos habrían parecido impensables. La libertad de prensa está en declive en todo el mundo y ese es uno de nuestros grandes problemas.
Necesitamos defensores de la libertad de prensa. Tal como se pregunta 'The Economist', resulta evidente que las guerras de Putin habrían sido distintas con una prensa con capacidad plena de informar y el misterioso nacimiento del Covid-19 se hubiera desarrollado diferente con una prensa libre en China. O sea, con periódicos capaces de escrudiñar a los poderosos, de exponer la corrupción y de disuadir los abusos, para que los ciudadanos, los votantes, puedan tomar decisiones informadas. Pero no cabe el periodismo libre donde no existen ciudadanos libres.
La libertad de prensa está en declive. El 85% de las personas viven en países donde se ha restringido en los últimos cinco años. Y la naturaleza de la censura está evolucionando. Sigue habiendo asesinato de periodistas y muchos otros son encarcelados. Pero empiezan a usarse armas más sutiles. En Europa conocemos bien el uso perverso de los presupuestos institucionales de publicidad o la concesión de las licencias audiovisuales. Pero en muchos países latinoamericanos y de la Europa del Este han florecido las auditorías fiscales, las multas por difamación y la expropiación de los activos, para entregarle los medios a amigos del poder. Pegasus ha espiado a periodistas. Las redes sociales se utilizan para el acoso a informadores. Y no sólo en las dictaduras o los regímenes totalitarios, también en eso que llamamos democracias iliberales, y hasta el populismo se contagia en las democracias más formales y asentadas.
El número de periodistas encarcelados por informar de la pandemia fue sorprendente en diversas zonas del globo. Javier Santirso, uno de los corresponsales de ABC en China, vivió hace unos meses cómo se presentaban tres policías en su casa, tras informarse de sus últimas publicaciones, y pedirle que llevara a cabo «una cobertura equilibrada, contando no sólo noticias malas, también las buenas». La hostilidad de las autoridades chinas contra los corresponsales extranjeros es creciente, porque suponen la única vía de agua en un sistema de opacidad perfecta, donde los ciudadanos no pueden acceder a los medios occidentales. La página web de ABC no puede ser leída en China, así como otras muchas.
Hace pocos meses, tuvimos un conflicto con el gobierno de Putin. La portavoz del Ministerio de Exteriores, María Zajarova, pretendió que publicáramos una entrevista con ella que se había hecho a sí misma a lo largo de mas de 3.100 palabras (o sea, cuatro páginas de la edición impresa). Como obviamente nos negamos, porque aquello no era una entrevista auténtica, el periódico fue objeto de una campaña de desprestigio, acusándonos de censura y parcialidad en los multicanales de propaganda del régimen.
En México asesinan a un periodista casi cada mes. Y frecuentemente, cada vez que ocurre, el presidente López Obrador lo celebra con nuevas arremetidas contra la prensa, por sus investigaciones contra la corrupción gubernamental.
Hasta en la democrática Grecia están creciendo los obstáculos. Ha caído 38 puestos en el Índice Mundial de Libertad de Prensa tras un reajuste en el Código Penal que aumenta las penas de prisión a periodistas y editores por difundir lo que llaman noticias falsas; mientras se suceden las donaciones gubernamentales a webs y periódicos cercanos y con déficits de liquidez. Turquía amenaza con encarcelar a periodistas y editores por difundir noticias falsas, según el criterio de un estado autoritario.
Nada de todo esto es nuevo, Miguel Delibes, director de 'El Norte de Castilla' durante el franquismo, solía recordar que «lo malo de la censura no es lo que te corta, sino lo que te obliga a decir». Estas palabras suponen una visión anticipada sobre cómo la censura iría sofisticándose en las décadas posteriores. Y los periodistas alguna responsabilidad tenemos. Ben Bradley (ya saben, el director de la investigación del Watergate) relatibizaba este conflicto en sus memorias, aseguraba estar acostumbrado a la enemistad que provoca nuestro trabajo, «siempre hay alguien a la que no le gusta lo que escribes», decía. Esto es así y nos lleva a una evidencia manifiesta: nuestros errores y equivocaciones han sido generalmente más recurrentes por ser demasiado amigos o próximos a algún poder o poderoso que por ejercer una crítica excesiva.
Nada de esto nos es ajeno en la España de hoy. Recordemos que un altísimo mando de la Guardia Civil, no hace tanto, presumió en rueda de prensa de estar investigando las informaciones hostiles al Gobierno.
De todas formas, la represión presenta sus fisuras. Cuba, por ejemplo. Décadas de horrible dictadura, sin libertad de prensa. Pero de repente surgen los 'podcast', hechos con pocos medios, con un móvil, de fácil difusión a través de redes, y que el régimen comunista no es capaz de frenar. El 'podcast' es muy fácil de distribuir de teléfono a teléfono y el Gobierno cubano no consigue evitarlo. No es tan sencillo como detener y procesar a la corresponsal de ABC, Camila Acosta, acusada de delitos contra la seguridad del Estado sólo por contar aquello que veía en mitad de la calle. A Cuba le pasa lo que al franquismo crepuscular. Para evitar que las órdenes escritas lleguen a manos de la prensa extranjera y puedan utilizarla como prueba de la falta de libertades, las consignas se hacen ya de viva voz y de una manera todavía más arbitraria. Yo dirijo ahora un periódico cuyo director, Torcuato Luca de Tena, fue destituido por el poder sólo por hacer preguntas inconvenientes. Y dirigí otro periódico donde también cayó el director, Martín Domínguez, por declarar a cuenta de las inundaciones del Turia en la ciudad de Valencia que «cuando los hombres callan, hablan las piedras». Quiero decir que la gran prensa centenaria española se conoce bien el paño de lo que estamos hablando y nunca las cosas fueron demasiado fáciles.
«Las 'fake news' se usan para intoxicar el debate público, justo para contrarrestar el peso del periodismo en la discusión colectiva»
Aquí, en el primer mundo, no hace tanto, la pandemia abrió una brecha irrecuperable en la economía física, tradicional... también para los medios de comunicación, debido al confinamiento y al parón de la actividad económica y del consumo. Se produjo una brutal aceleración de la digitalización, nuestro otro desafío.
El poder político se aprovechó del estado de 'shock' de la sociedad para ganar discrecionalidad:
- confinamiento, teletrabajo, estados de alarma, miles de muertos, terror social…
- Fue el momento de la desinformación y la opacidad, también entre los gobiernos democráticos. En realidad todavía seguimos sin saber muchas cosas de las que pasaron.
- Encubrimiento gubernamental. Desvío de responsabilidad, cálculo electoralista.
- Recorte de derechos fundamentales (ratificados por el Tribunal Constitucional).
- Continuas operaciones de propaganda: Sánchez en la TV, las comparecencias de Simón, los aplausos en los balcones.
- Bloqueo a la acción de los medios de comunicación. Control de las ruedas de prensa, vetos, Ministerio de la Verdad, comités de expertos, etcétera.
En fin, todo esto lo hemos comentado mucho estos dos años, y por eso no conviene extenderse, basta con recordar como señal de alarma lo que Orwell escribió hace casi un siglo: «Abolir los hechos es una de las señas de identidad del totalitarismo, cuya labor de destrucción de la verdad arremete en primera instancia contra el significado de las palabras».
En España estamos asistiendo a una inquietante toma de control de las instituciones por parte del poder partidista. La ofensiva gubernamental es preocupante; en todos los ámbitos despliega sus tentáculos el clientelismo: con los presupuestos públicos, con RTVE, con el CIS, con las empresas públicas o semipúblicas, con organismos autónomos como el INE, la CNMC, CNMV y hasta hacia los órganos de gobierno del Poder Judicial. Y con todo esto tenemos que manejarnos desde la precariedad de los tiempos.
La pospandemia acentuó un riesgo. El desequilibrio entre prensa y poder. Por la dependencia financiera acentuada con el parón de la economía mundial, por la pérdida de la iniciativa en la agenda y porque ellos cada vez tienen más recursos y nosotros menos. Y lejos de mejorar, nos hemos encontrado después con la guerra de Ucrania, los cuellos de botella en el abastecimiento mundial, la hiperinflación y la amenaza de recesión; no hay tregua para la prensa, ni en lo informativo ni en lo financiero.
El futuro no está escrito, pero hay que leer bien las señales, no dar nada por sentado, aprender de los errores y corregir sobre la marcha.
- Asistiremos a una larga transición en la digitalización, será veloz, pero a su vez también extensa y duradera.
- Internet ha roto los mercados y los paradigmas, de forma precipitada, lo que provoca mucha confusión.
- Hemos perdido el monopolio de la intermediación informativa, lo he dicho ya algunas veces: ya no decidimos todo lo que la gente sabe o ve. Pero, seguimos decidiendo sobre aquello que la gente todavía no sabe y podemos corroborar si aquello que la gente ya sabe es verdad o no.
La expansión de las 'fake news' en realidad son una oportunidad para mejorar nuestra credibilidad. Diferenciando el trabajo periodístico de las campañas de manipulación que se gestan en las zonas oscuras de las luchas de poder. El último argumento de los demagogos es que los medios fabrican noticias falsas. No, las fabrican ellos y sus contrincantes. Los medios cometen errores, muchos, pero no fabrican noticias falsas. Los medios tienen sesgos, pero no difunden hechos falsos de forma intencionada. Las 'fake news' se usan para intoxicar el debate público, justo para contrarrestar el peso del periodismo en la discusión colectiva. Son en realidad un montaje para escapar al control de la prensa y mientras menos calidad democrática practica un líder o una institución más tentado está de favorecer las 'fake news', especialmente contra la propia prensa.
Termino ya con alguna idea que uso con recurrencia; lo diré con extrema brevedad porque me estoy repitiendo, pero creo que es importante:
Primero
- El periodismo no está en crisis.
- Pero, objetivamente, sí lo está el modelo de distribución de las noticias.
Segundo
- Nuestra paradigma ha cambiado. Nuestra misión ha cambiado.
- Ahora nuestra función es DISENTIR, buscar las versiones alternativas a las fuentes oficiales, verificar si la verdad está en lo que nos están contando, o no es así.
- Sin olvidar la naturaleza más íntima y primaria de nuestro oficio: exponer los conflictos latentes de toda sociedad.
Es un trabajo sencillo y fatigoso. Se requiere no poca resistencia, honestidad, valor, decencia y mucha modestia; lejos de los focos y la celebridad abundante en la industria de la comunicación. Hace mucho tiempo que Julio Camba dio con la receta, lo que pasa es que la receta quizá no esté de moda. Dijo Camba: «El público de los periódicos no quiere genios, quiere enterarse de lo que pasa en el mundo con la mayor exactitud, con la mayor rapidez y la mayor claridad posible… pero esto no es fácil, porque en España hasta los albañiles trabajan por inspiración».