la tercera
Espejismos digitales
De esta época que ahora concluye nos llevamos dos cosas a la siguiente: la consolidación de la plataforma digital como la forma más eficiente de organización económica y social jamás inventada, y la carencia de un humanismo que permita al ser humano entender el mundo digital
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El mundo cambió en 2007, cuando Apple lanzó su primer iPhone y con él comenzó la colonización de nuestra atención y nuestro tiempo. Poco antes, en 2004, Facebook había inventado lo que ahora conocemos como redes sociales, una nueva forma de ejercer la sociabilidad humana ... basada en la entrega de nuestra intimidad a una empresa. Amazon, los grandes almacenes del mundo occidental, se había percatado de que podía usar sus servidores para proporcionar la infraestructura de procesamiento de datos que se necesitaría para sostener esta nueva era digital y creó Amazon Web Services en 2006. Para entonces, Google había consolidado ya su producto de subastas de espacio y tiempo digitales para proporcionar a sus clientes publicitarios precisión milimétrica en el acceso a la atención, la voluntad y el bolsillo de los usuarios de su universal motor de búsqueda. Durante este tiempo, Microsoft viró sus productos y servicios de ofimática hacia la red y los grandes datos. Sin apenas darnos cuenta, en unos pocos años se había constituido la infraestructura del mundo digital. En quince años, de click en click, de mensaje en mensaje, de 'selfi' en 'selfi', de juego en juego, se produciría el cambio más radical y acelerado nunca experimentado por el ser humano. El resultado ha sido la digitalización de la condición humana.
A comienzos de 2023, se comenzó a propagar como el fuego ChatGPT, la herramienta –nada más y nada menos que una gran herramienta– de inteligencia artificial generativa de OpenAI. En la vorágine creada durante su distribución se escondían dos claves de esta era digital tan necesitada de un nuevo humanismo. Por un lado, un gran avance tecnológico se valía de los principios de la magia –provocar la admiración por medio de ilusiones– para cautivar nuestra imaginación a escala global. Por otro, una herramienta digital concreta, un producto, aparecía envuelta en el manto transparente de una plataforma digital, como si ambas cosas, tecnologías y plataformas, productos y formas de organización, estuvieran unidas indisolublemente en una especie de necesidad digital. El advenimiento de la inteligencia artificial generativa cierra de alguna forma la era digital que inauguró el iPhone. De esta época que ahora concluye nos llevamos dos cosas a la siguiente: la consolidación de la plataforma digital como la forma más eficiente de organización económica y social jamás inventada –y por ello una de las más peligrosas para la sociedad cuando no se regula– y la carencia de un humanismo que permita al ser humano entender el mundo digital para aspirar al ideal de vida buena, de vida humanizada, que imaginaron nuestros fundadores renacentistas.
Hay que afirmar que el humanismo que inauguró Petrarca y continuaron Pico della Mirandola, Erasmo y otros en Europa, y Nebrija, Valdés, Arias Montano o Pedro de Valencia entre los españoles, constituye la tradición fundacional de la vida española y europea modernas. Al constituirse como tradición, como conjunto de prácticas para la vida, su importancia es mayor que la de un mero acervo de conocimientos teóricos u obras de referencia. Lo que importa, nos dicen los humanistas, es hacer de la vida humana una práctica cotidiana orientada por el principio de que la fuente de la dignidad humana se esconde y hay que buscarla en las profundidades del yo. La epifanía que disfrutó Petrarca en su ascenso al Mount Ventoux en 1336 resume el objetivo de todo humanismo –el propio yo–, sus herramientas –los objetos de la cultura que hacen posible la reflexividad, en su caso, el libro–, y el método –la lectura y la escritura– de esa práctica. El objetivo y las herramientas del humanismo siguen siendo los mismos hoy día, aunque muchos de los objetos culturales son digitales, mientras que el método precisa de una alfabetización digital que permita a los jóvenes adquirir el control de su propia vida digital y desarrollar las habilidades digitales con las que alcanzar la autonomía económica, requisito último de la dignidad humana.
La vulnerabilidad del humanismo reside precisamente en que solo su ejercicio lo actualiza y lo hace realidad. El humanismo es una práctica de los valores que encuentran en el yo la fuente de vida y energía humanas, incluso en medio del sufrimiento, la incertidumbre y la tragedia. Como ha dicho con gran claridad la teóloga canadiense Kate Bowler, el hecho de que no haya cura para el hecho de ser humano, por más que la industria del 'wellbeing' se empeñe en vender otra cosa, no hace sino confirmar nuestra propia humanidad. El sentido del humanismo es su ejercicio, de manera que si las condiciones de la vida cambian, y la era digital ha producido una alteración radical de esas condiciones, la mayor urgencia es la actualización de esa práctica en que consiste el humanismo para que podamos seguir accediendo a la fuente de nuestra humanidad.
La propuesta del humanismo digital, la práctica cotidiana de una serie de disciplinas académicas conocidas como Humanidades Digitales, inauguradas en los años cincuenta por la profesora Josephine Miles en Berkeley y el sacerdote jesuita Roberto Busa en Italia, consiste precisamente en la adaptación del humanismo tradicional a la era digital. Este humanismo digital es ético, es decir, postula el establecimiento de límites entre lo digital y lo humano, como los que acaba de anunciar Suecia para la exclusión de los teléfonos móviles de las escuelas. Tiene una dimensión social basada en la entrega de nuestra confianza a las instituciones a cambio de seguridad, protección y eficacia en su papel de mediadoras de las relaciones sociales. Es radicalmente político, porque asume que el estado democrático de derecho tiene la responsabilidad de regular las plataformas digitales y de educar a los más jóvenes en el ejercicio de su humanidad en la era digital. Es eminentemente práctico, puesto que prepara para la adquisición de habilidades y capacidades digitales para la vida y el trabajo. Además, este humanismo es creativo, ya que la creatividad para encontrar soluciones a los problemas de la vida se basa en la posibilidad de acceder al propio yo.
Empieza a haber cierto consenso acerca de nuestra desorientación en esta era digital controlada por las grandes plataformas. Quizás la señal más evidente de nuestro extravío procede de los jóvenes que, nacidos y criados en un mundo sin apenas referencias analógicas, encuentran que su yo no les pertenece, porque no les hemos enseñado cómo acceder a él. Muchos de esos jóvenes protagonizan ya una crisis de salud mental que está alcanzando dimensiones epidémicas y nos habla de una sociedad perdida en sus espejismos digitales. Con ese atronador grito de auxilio que los jóvenes están dirigiendo a los adultos, la generación que proporciona las claves de la vida en todas las especies animales, nos están pidiendo que les enseñemos a vivir como seres humanos, a vivir en la realidad, a acceder y cuidar su yo. Depende de nosotros dejar de mirar a nuestras pantallas y responder a este llamado.