La Tercera
El clima del futuro ya es presente
«¿A qué esperamos para revisar todas, digo todas, nuestras actividades, horarios y formas de vivir para ver si son compatibles con no poder estar al aire libre durante el día, o en edificios sin capacidad de controlar la temperatura dentro de límites tolerables para la salud?»
Este 2022 pasará a los anales de la climatología como un año excepcional. Durante buena parte del verano, día tras día, sin apenas tregua, las temperaturas sobrepasaron todo lo conocido en numerosas partes de España. Si malo era estar al aire libre durante el día, ... la noche no era mejor, pues la temperatura no bajaba lo suficiente para permitir conciliar el sueño sin la ayuda de aparatos eléctricos. Al usarlos, producíamos nuevas emisiones de CO2, alimentando así al calentamiento global. Las temperaturas extremas matan, pues no podemos evadirnos de ellas, y condicionan la vida de todos los organismos, incluidos nosotros. Si les añadimos sequía, el coctel de fuego está servido.
Más pronto que tarde empezaron a surgir incendios que en poco tiempo se hacían muy grandes, con frentes kilométricos que dificultaban su control. El peligro de incendio se ha mantenido por encima del umbral extremo en la mayoría de España y casi de forma continua durante la mayor parte del verano central. Bajo estas condiciones, cualquier chispa, natural (las menos) o antrópica (las más), puede desencadenar un virulento incendio que se va a ver alimentado por la baja humedad de la vegetación. Con todo, los incendios se han ido sucediendo en el tiempo, en vez de haber surgido de golpe a lo largo y ancho de nuestra geografía, lo que habría podido llevar a nuestros sistemas de extinción a la debacle. Los desastres no vienen solos; a una primavera más temprana de lo normal le siguieron unos fríos a destiempo, dejando las plantas congeladas en el momento de máxima actividad. Luego volvieron los calores propios del verano, interrumpiendo con ello el proceso de formación del grano, con sus correspondientes efectos sobre la productividad de las cosechas. Más aún, el año venía seco, sequía que ha mermado aún más el rendimiento de numerosos cultivos. Nada de esto ha sido ajeno al calentamiento global.
Lo que ha ocurrido en 2022 no es nuevo. 2003 supuso un más que potente aviso de los fenómenos meteorológicos extremos (olas de calor, sequía) que se nos venían encima, con sus más de 70.000 muertos atribuibles al exceso de temperatura en toda Europa, 6.000 de ellos en España. La temporada de incendios en España no fue mala, pero en Portugal fue la más desastrosa conocida. La sequía que afectó a Europa disminuyó la fotosíntesis de nuestros ecosistemas, de manera que en vez de ser nuestros aliados en retirar el CO2 de la atmósfera pasaron a ser emisores netos de 1.832 millones de toneladas de CO2, unas seis veces lo emitido por España en 2021. Si 2003 fue la alondra que anticipaba los extremos del nuevo día del clima recalentado en el que estábamos empezando a vivir, 2022 puede que lo esté siendo de la normalidad del nuevo clima en el que vamos a vivir. Un reciente informe de la Oficina Meteorológica del Reino Unido prevé que veranos como el de este año pasen a ser la norma a partir de 2035. Y esto ha ocurrido con un calentamiento global de apenas 1,2 grados, cuando los compromisos establecidos por los países en el marco del Acuerdo de París nos ponen en una senda de 3 grados, calentamiento que, simplemente, no podemos permitirnos
Ante la tesitura de unos veranos insoportables, invivibles, o al menos no vivibles en la forma en que veníamos haciendo, no cabe bajar la guardia: necesitamos reducir las emisiones todo lo posible para llegar a 2050 con emisiones netas nulas. La guerra en Ucrania supone un desafío, pero, por difícil que sea, no hay que mirar atrás. La salida pasa por usar menos combustibles fósiles y consumir menos energía y de fuentes renovables. El clima seguirá calentándose si emitimos CO2 como lo hacemos. La ciencia lo viene diciendo desde hace décadas. Ningún altavoz debe prestarse a quienes, por muy dignos representantes que sean del pueblo español o de otros pueblos, solo tienen opinión, probablemente interesada, pero no autoridad para cuestionar lo que la ciencia anticipó hace tiempo y ahora vivimos en primera persona año tras año.
Al tiempo que reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero, hay que poner en marcha planes de adaptación para reducir los impactos. No sabemos cuándo llegará el desastre, pero estamos avisados. Trabajar a temperaturas que matan no es factible. ¿A qué esperamos para revisar todas, digo todas, nuestras actividades, horarios y formas de vivir para ver si son compatibles con no poder estar al aire libre durante el día, o en edificios sin capacidad de controlar la temperatura dentro de límites tolerables para la salud? Nuestras formas de vida se han establecido con el clima del pasado, por lo que no queda más remedio que cambiarlas en sintonía con el nuevo clima.
Las personas, las comunidades, los ayuntamientos, todos los actores privados y públicos, tienen que empoderarse para adoptar una cultura de riesgo frente a los desastres que nos trae el nuevo clima. Los planes puestos en marcha en España desde 2003 han disminuido las muertes por calor extremo, luego la adaptación funciona. Aun así, veremos el impacto de este año cuando se consiga eliminar el efecto Covid, pues puede que el calor extremo haya causado decenas de miles de muertes tempranas. Si su pueblo está rodeado de vegetación lo más probable es que termine ardiendo, así que ¡sea consciente de ello y movilícese! Adoptar una cultura de riesgo supone que hay que informar y formar, empezando por las escuelas.
Hay que preparar a las poblaciones que pueden verse afectadas para que puedan usar todos los recursos disponibles antes, durante y después del desastre. Por ejemplo, valoremos el combustible de vegetación excesivo en forma leña para estufas que no queman combustibles fósiles, o como pasto. Los retenes que apagan el fuego en verano pueden seguir apagándolo en invierno, antes de que prenda, eliminando el combustible que amenaza nuestras poblaciones y ecosistemas. Por favor, que ni un solo responsable político vaya a un incendio caliente para decir a quienes han perdido lo poco que tenían que van a hacer lo posible para que aquello vuelva a ser lo que era antes de arder. Quizás eso es lo que lo llevó a quemarse. Hay que repensar el futuro bajo el nuevo clima, y planificar qué beneficios queremos obtener del territorio sabiendo que el peligro de incendio será extremo en veranos como los que nos esperan. No todos los usos van a ser compatibles con semejante espada de Damocles. Habrá que tomar decisiones sobre lo que queremos, y al planificar lo único que no podemos omitir es el alto peligro de incendio que trae el futuro. 2022 ha sido un aviso del nuevo clima que puede que estemos ya 'disfrutando'.