LA TERCERA
¿De qué género es la violencia de Daniel Sancho?
«Toda conducta humana obedece a un complejo entramado de factores biológicos, psicológicos y sociales. En la práctica son indistinguibles, pues están completamente fusionados. Negar la importancia (o la existencia) de lo biológico, lo psicológico o lo social es convertirse en lo que podríamos llamar un 'idiota de género'»
Iconoclastia e identidad
La amnistía y su némesis
José Lázaro
¿A qué género pertenece la violencia de género?, se preguntaba en una ocasión la filósofa feminista Amelia Valcárcel. Una pregunta análoga (¿a qué género pertenece la violencia de Daniel Sancho?) se echa mucho de menos ante la catarata de naderías que nos abruma sobre ... el cocinero español que acaba de ser condenado a cadena perpetua en Tailandia. El caso (con sus hechos conocidos y sus hipótesis más o menos probables) es útil para analizar los diferentes géneros de violencia que podrían haberse mezclado en él (las violencias de género emocional, instrumental, sexual, familiar o de pareja) y los que se pueden –con los datos conocidos– descartar (las de género psicopatológico, sádico, creencial o ideológico).
Está claro que el homicidio de Tailandia incluye un componente emocional (en la actualidad se denominan «emociones» lo que el mundo antiguo llamaba «pasiones del alma», base del concepto, hoy prohibido, de «violencia pasional»). La declaración directa del homicida lo evidencia: «Soy culpable, pero yo era el rehén de Edwin. Era una jaula de cristal. Cada vez que intentaba alejarme de él, me amenazaba». Esto concuerda con los mensajes descubiertos por la Policía en los que el médico amenazaba a su futuro agresor con difundir fotos comprometedoras si lo abandonaba, lo que podría haber aumentado la presión que desencadenó el asesinato.
Ese fuerte conflicto emocional de la relación previa entre ambos contrasta con el hecho de que las armas y herramientas con que se cometió el crimen fuesen compradas el día anterior: la premeditación es mucho más racional que emocional.
El elemento interesado (instrumental) es muy típico en la violencia de género delictivo y criminal que, a diferencia de la emocional, es la que se usa fríamente como medio para conseguir un fin, sea económico o de otro tipo. En el desencadenante del caso tailandés queda también muy claro el interés, aunque con una gran diferencia entre el de una y otra parte: «Me engañó, me hizo creer que quería hacer negocios conmigo y meter dinero en la empresa de la que soy socio. Pero era todo mentira. Lo único que quería era a mí, es que fuera su novio». La violencia instrumental (y, en general, la conducta interesada) es siempre indirecta, orientada a un objetivo: la obtención de un beneficio, la eliminación de un obstáculo que impide la realización del deseo, etc.
El componente sexual de la conducta violenta –como el de la pacífica– busca directamente placer, que era lo que en este caso buscaba la víctima: «Me hizo destruir la relación con mi novia, me obligó a hacer cosas que nunca hubiera hecho».
El dictamen sobre el carácter familiar (o doméstico) de la violencia sanchista depende de cómo definamos familia y doméstico. La compleja relación entre ambos hombres tenía ya un año de duración y hay testimonios de sus encuentros en diferentes momentos y lugares (Segovia, Ibiza…). Si prescindimos del vínculo sanguíneo o del contrato matrimonial (cada vez más prescindibles en los actuales grupos familiares) parece razonable englobar una prolongada relación amistosa, económica y sexual en la categoría de familiar o doméstica. Y el mismo argumento vale para incluir este caso en el apartado de «crímenes de pareja». Estos múltiples componentes de los distintos géneros de violencia aparecen en ocasiones nítidamente diferenciados, aunque lo habitual es que se mezclen varios, como aquí ocurre. También hay otros géneros de violencia que se pueden descartar. Por ejemplo, la violencia de género patológico solo la podría establecer un dictamen psiquiátrico del homicida que hiciese un diagnóstico claro. El problema es que esa claridad a veces desaparece si se hacen varios dictámenes y los resultados no coinciden: la psiquiatría está aún lejos de ser una ciencia exacta.
No parece haber en el caso Sancho ningún dato que apunte a violencia ideológica, que es la que propiamente debería llamarse «violencia de género» por su carácter genérico, impersonal: la violencia de los terroristas contra los policías, de los hutus contra los tutsis, del Ku-Klux-Klan contra los negros, de los nazis contra el género judío… Este último aspecto aclara la diferencia categórica entre la violencia personal (en la que agresor y agredido tienen vínculos y conocimiento mutuo) y la genérica (en la que ambos lo ignoran todo del otro, salvo que pertenece a un grupo hostil). Es el punto más importante a la hora de analizar los distintos tipos de violencia (seguido de cerca por la distinción entre violencia conductual y patológica). Tan decisivo resulta que en función de él se pueden identificar formas de violencia claramente genéricas (como la creencial y la bélica), básicamente personales (la emocional, la doméstica y la de pareja) y algunas que, en distintos casos, pueden ser de carácter genérico o personal (las violencias emocional, sexual, sádica, patológica y machista).
Si la víctima de Daniel Sancho hubiera sido una mujer, el crimen se habría etiquetado inmediatamente de machista. Pero todos los componentes que aparecen aquí podrían también haberse dado en una pareja heterosexual, además del machismo. Y ese podría ser un buen punto de partida para enriquecer y radicalizar el estudio de las frecuentes muertes femeninas a manos masculinas. Y también para empezar a entender por qué resultan insuficientes los análisis que en la actualidad se suelen realizar sobre ellas. E incluso para plantear si el constatado fracaso de las costosas campañas que se emprenden contra la llamada «violencia de género» no se debe a una equivocación conceptual y terminológica de partida. Como escribió Simone Weil: «Donde hay un grave error de vocabulario es difícil que no haya un grave error de pensamiento». La violencia de género, a diferencia de la personal (como la violencia de pareja) se da entre desconocidos que se agreden por pertenecer a géneros enemigos entre sí: soldados rusos contra ucranianos, boixosnois contra ultrasures, chiíes contra suníes…
Conclusión: toda conducta humana obedece a un complejo entramado de factores biológicos, psicológicos y sociales. En la práctica son indistinguibles, pues están completamente fusionados. Pero el análisis teórico no puede olvidar ninguno de ellos sin caer en un reduccionismo de consecuencias desastrosas. Negar la importancia (o la existencia) de lo biológico, lo psicológico o lo social es convertirse en lo que podríamos llamar un «idiota de género». Los hay de tres tipos: 1. El idiota de género 'bio' (todo está en nuestros genes, nuestro cerebro y nuestras hormonas). 2. El idiota de género 'psico' (nada nos fue dado, todo se formó en la infancia y se inscribió en nuestra mente consciente o inconsciente). 3. El idiota de género 'socio' (la biología no existe, la personalidad tampoco: somos cultural e ideológicamente construidos y deconstruibles por completo). El problema es que los idiotas de género (en particular los del tercer tipo, hoy hegemónico) suelen ser además adictos al «negocio de género», como se ha visto recientemente con los Puntos Violeta de nuestro Ministerio de Igualdad, Libertad y Sororidad.
es profesor de Humanidades Médicas en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid
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