LA SUERTE CONTRARIA

Éxodo

Las imágenes son duras, pero conservan algo profundamente humano: el impulso por el regreso

La opa

Vuestro Vietnam

Uno no sabe cómo pudo ser el retorno de los judíos desde la esclavitud de Egipto hasta la Tierra Prometida, pero, viendo las columnas interminables de gazatíes volviendo a casa, es posible que la escena fuera similar: el mismo polvo, las mismas lágrimas, el mismo ... dolor cronificado en la misma tierra silente. Vuelven también desde Egipto -unos- y desde Rafah o Khan Yunis –otros–, pero, en cualquier caso, vuelven como entonces, desde el sur, en busca de su tierra prometida. O de lo que quede de ella. Y, al igual que sus vecinos, intentan liberarse de una esclavitud que, en su caso, es doble. La de Hamás, que los ha condenado a la miseria; y la de Netanyahu, que ha hecho algo aún peor que esclavizarlos: asesinarlos.

Hay imágenes que devuelven relatos antiguos. Solo que la historia se ha girado en el espejo, los que ahora vuelven a su tierra prometida son otros y los que fueron esclavos son quienes marcan el paso en un desierto lleno de escombros. Y, así, vemos a los gazatíes caminar con «una columna de nube y de fuego». No tienen la duda de si llegarán a una tierra «donde fluyen leche y miel», tan solo la incertidumbre de si su casa seguirá en pie. Avanzan entre ruinas como quien cruza un Mar Rojo seco, sin milagro que los proteja, sin tablas de la ley y sin patriarcas que digan: «Esta es la senda». Solo hay madres con niños en brazos, ancianos que arrastran las piernas y jóvenes que han envejecido de puro horror empujando sillas de ruedas. Todos haciéndose la misma pregunta: ¿a dónde volver si ya no queda nada?

Desde el norte, Israel observa. Y uno no puede dejar de pensar en la idea judía de la tierra prometida y en el 'derecho al retorno' que marcó el nacimiento de su estado. ¿O acaso hemos olvidado que los judíos de Israel también son refugiados? ¿Qué pasa ahora que los que regresan son otros? ¿Y si resulta que estos tuvieran el mismo derecho que ellos? ¿Quién decide qué éxodo vale más, qué dolor tiene más legitimidad, qué cadáver pesa más en la balanza?

Si setenta mil judíos hubieran muerto en Gaza, el mundo entero habría ardido. No habría refugio, tregua, ni descanso. Pero los muertos son palestinos, una categoría inferior. Aun así las fotos están ahí, tercas, bíblicas y obstinadas: hombres y mujeres avanzando por el desierto como si escaparan del faraón, caminando entre ruinas como hicieran los hebreos hace miles de años, sin escribas ni libros sagrados, con las manos vacías y la mirada fija en un punto humeante del fondo, justo al lado del mar. Sólo que esta vez no los acompaña Yahvé, sino el zumbido de los drones.

Las imágenes son duras, pero conservan algo profundamente humano: el impulso por el regreso. La obstinación de volver a poner una puerta donde una vez hubo un dintel. El deseo de tocar el marco calcinado de una ventana y decir: «Aquí viví yo». Nadie abrirá el mar esta vez en dos. Pero, pase lo que pase, el hombre seguirá buscando bajo los escombros una tierra prometida en la que fluya leche y miel. O, al menos, que no sangre.

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