LA suerte contraria
Crepúsculo de Guardiola
Si Bécquer nos presentó a uno que tenía alegre la tristeza y triste el vino, Guardiola tiene arrogante la humildad y humilde el genio
Dabiz
Afortunado en amores
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Iniciar sesiónYo me imaginaba que sus malos días irían acompañados de mucho silencio, de algo de humildad y de una reflexión tendida, amarilla y prolongada como la luz del frío cuando rebota en las paredes encaladas, esa luz de confesionario que se te mete en el ... alma y en el estilo y te empuja a la introspección, al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, que diría Pedro Salinas. En lugar de eso, nos encontramos con una secuencia de autolesiones, de tocamientos compulsivos en la oreja derecha y de calvas arañadas como un código de barras, como el rascador de un gato, como una urticaria por alergia al fracaso. Y todo ello me produce cierta incomodidad. Reconozco que no me gusta verlo así. Se diría que, a Guardiola, la derrota le da vergüenza, como la pobreza sobrevenida en casa del pijo que pasa los veranos en un campo de trabajo. Él intenta evitarlo, da la cara con ese aire de normalidad que solo es capaz de mostrar el que está aterrado y ofrece el medio pecho, como los toreros del pase sucio. Pero no lo logra: solo trasciende la caricatura, la frivolidad y la parodia. En el fondo cree que esto no le corresponde, y cuanto más lo piensa más sobreactúa lo contrario y más tensa los músculos para cargar en sus hombros el peso del mundo, como un Atlas de Sampedor. Pero le sale el Cirineo, que es el que carga una cruz, pero que no es suya. Y la generosidad se torna de nuevo en egoísmo.
Parece que los malos tiempos le son ajenos y que gestionar el crepúsculo es una característica de entrenadores vulgares, pobres, españoles. Y hasta en su intento de modestia le sale la soberbia, que bloquea todo esfuerzo por la empatía, a mi pesar. Si Bécquer nos presentó a uno que tenía alegre la tristeza y triste el vino, Guardiola tiene arrogante la humildad y humilde el genio. Es el socialguardiolismo, que a veces te hace mirarlo y pensar en una película de misioneros dominicos en Paraguay y otras en el BDSM de una mazmorra del Soho londinense. Lo mismo calla y estira el muletazo de la sonrisa –la sonrisa del único hombre bueno que habita el mundo, ese que no te dice lo que piensa porque, total, no le vas a entender y tampoco te quiere hacer daño–, que se enfrenta a toda la grada del Liverpool echándoles en cara los títulos ganados como un reguetonero de Puerto Rico. Dice entonces que todo era una broma, claro. Seguro que era algo simbólico, como el 'procés'. Y asegura que no pasa nada, que ni antes era tan bueno ni ahora es tan malo. Solo que él se ha encargado de hacernos saber hasta la saciedad que sí, que era muy bueno, así que ahora toca apechugar y aprender que todo está en la mirada, en la inteligencia de esos hombres que no necesitan gritar para hacerse oír y que la única manera de imponerse es la del que lo hace de modo natural, sin discursitos mancunianos con acento del Bages ni simbolismos nacionalprogresistas. Y, el que no pueda, que al menos sepa encerrarse en la dignidad del silencio de los días trágicos. Libre como un poeta troyano.
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