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LA suerte contraria

Crepúsculo de Guardiola

Si Bécquer nos presentó a uno que tenía alegre la tristeza y triste el vino, Guardiola tiene arrogante la humildad y humilde el genio

Dabiz

Afortunado en amores

José F. Peláez

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Yo me imaginaba que sus malos días irían acompañados de mucho silencio, de algo de humildad y de una reflexión tendida, amarilla y prolongada como la luz del frío cuando rebota en las paredes encaladas, esa luz de confesionario que se te mete en el ... alma y en el estilo y te empuja a la introspección, al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, que diría Pedro Salinas. En lugar de eso, nos encontramos con una secuencia de autolesiones, de tocamientos compulsivos en la oreja derecha y de calvas arañadas como un código de barras, como el rascador de un gato, como una urticaria por alergia al fracaso. Y todo ello me produce cierta incomodidad. Reconozco que no me gusta verlo así. Se diría que, a Guardiola, la derrota le da vergüenza, como la pobreza sobrevenida en casa del pijo que pasa los veranos en un campo de trabajo. Él intenta evitarlo, da la cara con ese aire de normalidad que solo es capaz de mostrar el que está aterrado y ofrece el medio pecho, como los toreros del pase sucio. Pero no lo logra: solo trasciende la caricatura, la frivolidad y la parodia. En el fondo cree que esto no le corresponde, y cuanto más lo piensa más sobreactúa lo contrario y más tensa los músculos para cargar en sus hombros el peso del mundo, como un Atlas de Sampedor. Pero le sale el Cirineo, que es el que carga una cruz, pero que no es suya. Y la generosidad se torna de nuevo en egoísmo.

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