LA TERCERA

De la Universidad a la Huniversidad

«En cuanto a los 'alumni', tómese ejemplo de Oxford y Cambridge. Que solo adquieran la condición de ilustres (y se inscriban sus nombres en bronces o mármoles) aquellos que caigan en lejanos campos de batalla –en Crimea, por ejemplo– defendiendo los valores de la civilización occidental. Lo de proclamar ilustre a alguien por sacar un 9'8 de media en Ciencias de la Información es de un hortera que quita el hipo»

Nieto

La Universidad Complutense es un clásico. Cuando me estrenaba como director general de Universidades de la Comunidad de Madrid, su rector me invitó a presidir con él una entrega de premios a alumnos distinguidos, en el Museo de América. Allí me presentó de la siguiente ... guisa: «Este es el nuevo director que nos manda Esperanza Aguirre: es del PP, pero buen chico». Recuerdo haberle contestado: «No se fíe de las apariencias, rector Berzosa. No soy del PP y, en cuanto a lo de buen chico, ya se irá enterando».

En 2021, la Universidad Politécnica de Madrid rindió homenaje a la memoria de Gregorio Millán Barbany (1919-2004), que fue catedrático de Mecánica de Fluidos de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Aeronáutica (hoy también 'y del Espacio', gracias a sus discípulos). Millán, que desarrolló en España la Aerotermoquímica, se había formado junto al padre de la aviación a reacción, el ingeniero y físico Theodore von Kármán (1881-1963), un judío húngaro que emigró a EE.UU. en los treinta y creó allí la empresa Aerojet, donde se fabricaron los primeros reactores. Hasta su muerte, Gregorio Millán Barbany presidió la sección de Ciencias Exactas de la Real Academia de Ciencias. Fue también, como director general de Enseñanzas Técnicas del Ministerio de Educación (1957-1961), quien gestionó la incorporación a la universidad de las titulaciones de Ingeniería y Arquitectura. Antes de que la Universidad Politécnica de Madrid diera su nombre a un aula de la Etsiae, el 4 de abril último, se creó, en 2007, en la Universidad Carlos III, el Instituto Universitario 'Gregorio Millán Barbany' para la investigación en Fluidodinámica, Nanociencia y Matemáticas.

Millán Barbany fue el primer gran científico español que conocí en persona. Yo tenía diez años cuando él se trasladó a Bilbao con su familia, en 1961, para dirigir la Babcock & Wilcox. Don Gregorio contaba entonces 42, menos de los que hoy tiene mi hijo mayor. De entonces data mi amistad con el suyo, Teodoro, ahijado de Von Kármán y mi compañero de colegio. Teodoro me abastecía de tebeos y don Gregorio me dejaba libros: Marañón, Ortega y cosas así. Teodoro estudió Economía en la Universidad de Minnesota, volvió a España, ganó por oposición una titularidad en una universidad pública y pidió de inmediato la excedencia en cuanto vio el panorama. Se ha dedicado a las finanzas y a la literatura, aunque también entiende bastante de arte contemporáneo. Con frecuencia, nos convida a lentejas, en su casa, a Félix de Azúa y a un servidor de ustedes. Tanto Félix como yo renunciamos a pedir la condición de catedráticos eméritos en nuestras respectivas universidades cuando nos llegó la jubilación obligatoria.

Ninguno de los tres tenemos una alta opinión de la universidad pública, pero la de Félix es demoledora. No por casualidad ejerció en la de Barcelona, donde los 'escamots' me reventaron una conferencia en 1999. Sin embargo, me he reconciliado mucho con la del País Vasco, que contribuí a fundar y de la que tuve que salir huyendo. En esta hubo al menos una minoría resistente, sobre todo entre los profesores, que impidió a ETA apoderarse por completo de sus tres campus. Hace un mes, en mi antigua Facultad de Letras, se presentó un libro-homenaje de casi novecientas páginas que la UPV me ha dedicado. Probablemente como represalia por ello, semanas después, algunos ilustres locales lanzaron un artefacto incendiario en un pasillo de dicha facultad.

Azúa piensa que determinadas titulaciones –por ejemplo, Ciencias de la Información– deberían desaparecer de la universidad y añora aquellas escuelas de periodismo de otra época. A mí, en cambio, las escuelas de periodismo me parecieron en su día una tentativa franquista de domesticar la opinión pública. Pero coincido con Azúa en que ciertas supuestas 'ciencias' elevadas al rango de facultades deberían ser privadas de presupuesto. No otra parece ser la convicción tácita de las más ilustres personalidades del alumnado. Por ejemplo, la de la detentadora de la nota más alta de Ciencias de la Información de la Complutense, que, el martes 24 de enero, afirmó que «el conocimiento es criterio», dando a continuación las gracias a su madre, presente en el acto de la entrega de diplomas a los estudiantes ilustres, por haberle «dado el criterio» que necesitaba para la vida. Entonces, ¿para qué universidad? Con la madre basta y sobra. Incluso, como sostuvo la hija en un fulgurante anacoluto, sobra el padre.

Ahí, a mi parecer, está la clave. En la cosa edípica. La gente no se separa de las madres, y los padres renuncian a ejercer su función. Como ya no hay ritos de paso, porque la secularización y la democracia social han terminado con la mili y la primera comunión, se pretende que la enseñanza superior universal los sustituya. Pero la universidad no es un espacio relacionado con lo sagrado o con la muerte. Hoy por hoy, en ciertas facultades, se parece más a una macrodiscoteca. El personal va a otra cosa, a divertirse. Porque «me gusta el cine y lo audiovisual», como declaraba el día del escrache a Isabel Díaz Ayuso, la ilustre (¿fregona?). Es inevitable, por tanto, que la universidad se convierta en huniversidad, un lugar para que campen y medren los hunos y las ostras.

Persistirán quizás las escuelas técnicas superiores capaces aún de rendir homenajes a maestros como Gregorio Millán Barbany, que las metió en la universidad (aunque tal vez habría que pensar en sacarlas de allí y ponerlas a salvo). En cuanto a los 'alumni', tómese ejemplo de Oxford y Cambridge. Que solo adquieran la condición de ilustres (y se inscriban sus nombres en bronces o mármoles) aquellos que caigan en lejanos campos de batalla –en Crimea, por ejemplo– defendiendo los valores de la civilización occidental. Lo de proclamar ilustre a alguien por sacar un 9'8 de media en Ciencias de la Información es de un hortera que quita el hipo.

Teodoro Millán me prestaba aquellos tebeos de 'Vidas ejemplares' y 'Vidas ilustres' que publicaba la editorial mexicana Novaro. Las vidas ejemplares eran de santos. Las ilustres, de artistas, inventores o asesinos de masa. Entre las ejemplares, recuerdo la de San Pío X. En un almuerzo de su infancia, el futuro papa se quejaba así: «¡Oh, mamá, otra vez polenta!». Pero el padre cortaba las protestas con un verso del poeta católico François Coppée: «En la mesa del obrero solo hay carne un día al mes». El padre de Pío X era cartero: la madre era costurera. El tebeo decía de ellos que «aunque pobres, valoraban la instrucción». Hubo padres, hubo obreros católicos, e incluso hubo instrucción, aunque parezca increíble.

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