1M

Morante miraba a las estrellas de la inmortalidad del Baratillo, y estos yo ya no sé a qué miran. Quizás aún a cómo vieron –los sindicatos– de bien y de adecuado aquel 1 de Octubre, porque las 'tietas indepes' de Cataluña, lo que tienen es que son hacendosas, trabajadoras, como la Marta Ferrusola, sindicalista de la rama de la jardinería, del trinque y de que no les faltara de nada a la Sagrada Familia del Aneto. Los 'pujolones', que dice Expósito.

Pero que es 1 de Mayo, por los compañeros del metal. Y hay que recordar a quienes, en su momento, hace nada, antes de los puñales de coalición, se manifestaron contra sí mismos en conmemoración del santo subvencionado del día. Con Ábalos partiendo la pana, Pablo Iglesias salido aclamado por los suyos en ese esperpento que fue el Día del Trabajo del 2021; plena precampaña de las madrileñas y los Álvarez (Pep) y los Sordo (Unai) tenían cara de circunstancias porque aquello, lo juro, cantaba demasiado.

No vi a Morante en Sevilla por emoción y regios compromisos, y no iré al 1M por convicción. Yo, quizá, llevaría a hombros a Marcelino Camacho como a Morante, de cuello vuelto y oro, de Carabanchel al Ministerio de Igualdad. Aunque las romerías sindicales, con tanto plástico y tanto mensaje colado de tapadillo, provocan una alergia en la glándula pineal que escuece.

La cuestión es que a Morante no le van a dar una medalla al trabajo, que saldrán puños sobaqueros, y Madrid olerá a cigalas de tronco, a meme contra Ayuso, a esta guerra incivil del feminismo que nos desangra en un debate apasionante, vivo, necesario como el aire que respiras.

Vuelven a ca(r)garnos, por mayo, los mamelucos.