Joaquinismo moral

Nunca se vio un andaluz más claro, o quizá sí, pero Joaquín era el compromiso, el desmarque, una sonrisa y eso que llaman espíritu deportivo sin alarde. Si había que aguantar una fila al W.C. en la noche de Triana, el mito verdiblanco hacía más tierna la espera cuando quizá ensayaba chistes. Se fue entre los suyos, que fuimos todos. Habrá otra vida, catódica, pero no será la misma vida. Le robaron un Mundial que aún escuece, pero no iba arrastrando la pena negra que arrastraba Messi hasta este invierno.

Joaquín y Sánchez Mejías, con sus beticismos, fueron dos formas de entender esa mixtura de fútbol y tauromaquia que se da en Sevilla, «Roma triunfante en ánimo y belleza». La retirada de Joaquín; ese tiempo que implacable pasa, que decía una rumba. O el fútbol que nos queda, que ya va teniendo temblores delincuescentes y mafias en aquellos que fueron más que un club. Más que un club sí fue el Betis, y lo será. Con su Lopera a lo Drácula en la fiesta de víspera de Todos los Santos y esa voz de vicetiple cabreado dando pescozones a sus pupilos.

Con Joaquín maduramos al fútbol, el fútbol nos maduró aún no sabemos para qué, y lo de 'Hulio' al gigante Baptista ya forma parte de la Historia de España; como lo de «puedo prometer y prometo». Y sí, no hubo un español, un andaluz, más claro, transparente. Es ese tipo 'arrubiatado' que guarda siempre la Baja Andalucía, en el mismo joyero sentimental del Vaporcito del Puerto, de la chirigota que dice cuanto calla. Del mar de lirios de Platero. A Joaquín, como también a Alejandro Valverde, los llevaba un día de tertulia a un tentadero. Una becerrita. En ellos está esa España que resiste 'marlaskadas', TikTok y las coñas sin gracia de Pepefé Tezanos y sus chistes autocumplidos.