EN OBSERVACIÓN
Joe Biden y la cultura del descarte
Envejecer es ingresar en uno de los grupos de riesgo de la doctrina del desecho
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Iniciar sesiónSe lo quieren quitar de en medio, mandarlo a una residencia. «Vas a estar muy bien atendido, verás qué maravilla de sitio», le susurran con esa mezcla de cariño y violencia intrafamiliar con que se resuelve la ecuación de la obsolescencia programada. «Es por ... tu bien», le insisten. Ni caso. «Mira los Rolling, de gira con ochenta años, y nadie les dice nada», responde el buen hombre, que el viernes vio por la tele a Mick Jagger, cantando en Vancouver. Mañana tocan en el SoFi Stadium de Los Ángeles, y el sábado repiten. «No es lo mismo». «Sí es lo mismo». «No es lo mismo». «Sí es lo mismo». Así llevan dos semanas. 'You Can't Always Get What You Want', le tararean cuando la cosa pasa a mayores. Es entonces cuando él se pone a silbar la musiquilla de 'Time Is On My Side'. Así llevan dos semanas.
A Joe Biden lo quieren arrumbar en la mecedora de un asilo porque últimamente lo han visto despistado, como distraído. «La cabeza la tengo perfectamente», repite cada vez que le dicen que no puede ser, que ya está bien, que es mejor dejarlo. «Conmigo no vais a poder», clama por los pasillos, a menudo desorientado. Joe Biden es la mayor víctima –magnicidio figurado– de lo que los católicos conocen por el Papa Francisco como 'cultura del descarte', consistente en retirar de la circulación a cualquier humano que estorbe y obstaculice el disfrute de una vida sin complicaciones. Biden va a misa, comulga con Roma, invoca al Señor Todopoderoso y debe de saber, aunque sea de oídas, de qué va todo eso del descarte contra el que clama Bergoglio, una doctrina del desecho a la que Juan Pablo II hizo frente en sus últimos meses de vida, cuando, tembloroso, con los ojos apenas entreabiertos, representación máxima de la dignidad y el encarnizamiento con balcones a la plaza de San Pedro, ni siquiera quiso ocultar cómo le limpiaban la baba que le caía por la barbilla. 'Nunc dimittis'.
A Biden se lo quieren ventilar porque está mayor, enfermo de un mal que estigmatiza. Hay trastornos neurológicos y psiquiátricos bastante peores, diagnosticados a ojo en decenas de dirigentes políticos, pero envejecer incapacita para el desempeño y el escaparate. El descarte. El desecho. Muy humano todo. Biden quizás anduviese despistado cuando en misa hablaba el cura de su parroquia de una cultura utilitarista que, ligada al capitalismo, ha practicado en carnes ajenas. Donde las dan las toman. Defensor del aborto –descarte máximo, sin siquiera barajar la vida que se niega– y guardia fronterizo de un país amurallado, cerrado a la misericordia de la Escritura, el presidente de Estados Unidos forma parte –junto a los no nacidos y los inmigrantes– de uno de los grupos de riesgo que Francisco considera víctimas de esa forma de violencia que conocemos como 'cultura del descarte', ejercida contra los más vulnerables como garantía de bienestar para los elegidos. No está Joe Biden en condiciones de pedir para sí lo que ha negado a todos aquellos a los que se quitó de encima, a patadas y por decenas de miles. Pretende Biden, apelando al Todopoderoso, emular a Juan Pablo II, pero le viene grande un hábito que no hace al fraile. Andan las clarisas demócratas y sedevacantistas muy levantiscas, adoctrinadas por su propio catecismo.
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