En obserbación
El caso Gómez, o el caso Sánchez
El caso Gómez se convierte en el caso Sánchez por pura lógica, por simple cercanía. El roce hace el cariño
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Iniciar sesiónComo cuando va García Ferreras a la Moncloa a entrevistarlo -«Mira, Antonio», «Eso es, Antonio», «Claro que sí, Antonio»-, el juez Peinado se va a desplazar a la residencia oficial del matrimonio Sánchez para tomar declaración al presidente del Gobierno, testigo de los encuentros ... que el recomendado Barrabés confesó haber mantenido con la catedrática Gómez. El juez que instruye el caso de la profesora de la Complutense seguramente pregunte al jefe del Ejecutivo por los detalles de aquellas reuniones, tan escasamente éticas como presuntamente legales. Lo más normal del mundo, al menos a este lado del muro y del foso de fango, es que un instructor tire del hilo de la madeja que se trae entre manos, que es lo que hace el juez Peinado cuando cita a declarar, en la modalidad de 'rider', reparto a domicilio, al presidente del Gobierno.
Si en aquellas memorables cartas a la ciudadanía confesó el amor que sentía por su mujer -«Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; soy como una campana desafinada»-, entonces acosada por la galaxia ultra, en su tercera epístola a los españoles Pedro Sánchez tiene previsto compartir con su parroquia un ejercicio espiritual de amor propio, que es su especialidad. No es para menos en una coyuntura adversa que nunca fue conyugal, sino personal.
El caso Gómez siempre fue el caso Sánchez. Si la esposa del presidente del Gobierno medró en los chiringuitos académicos de la Universidad Complutense fue por su proximidad a quien ostentaba el poder ejecutivo, y si se relacionó con empresarios que posteriormente fueron beneficiados por el Ejecutivo tampoco fue por sus méritos en el campo del emprendimiento, la multicanalidad y la segmentación (sic). El caso Gómez se convierte en el caso Sánchez por pura lógica, por simple cercanía. El roce hace el cariño. No hay nada que ocultar ya. Están casados, comparten el colchón que cambiaron en cuanto Rajoy salió por patas de Moncloa y reciben juntos a las visitas, como cualquier pareja bien avenida. El juez Peinado se limita a seguir el hilo del ovillo de Penélope.
Hace ahora cuatro años, Pedro Sánchez tachó de «inquietantes» y «perturbadoras» las revelaciones sobre el patrimonio de Don Juan Carlos. En este tiempo, el jefe del Ejecutivo ha pasado de perturbarse e inquietarse por las informaciones que publicaba la prensa sobre una personalidad pública a trasladar toda su inquietud y perturbación, cruzando el foso de fango, al otro lado del muro tras el que vive enamorado y acosado, precisamente por la misma prensa que tanto respetaba entonces.
Está en su derecho de no declarar ante el juez Peinado el presidente del Gobierno, como cuando la semana pasada le preguntaron en Woodstock por la familia, pero dada su alta responsabilidad política y, más aún, su estado civil y su pasión marital, Sánchez debería confesar y compartir, aunque sea con García Ferreras, otro 'rider' que reparte a domicilio, su inquietud y perturbación por lo que van diciendo por ahí de su mujer, si es que la quiere tanto como dice en sus cartas.
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