EN OBSERVACIÓN
Francia, modelo de integración
La 'égalité' pasa por poder quemar París sin distinción de raza o religión
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Iniciar sesiónSe aprecia algún que otro elemento de racismo y distinción social en quienes subrayan los hechos diferenciales –cuestión de piel, oculta bajo la sudadera con capucha que los iguala: 'égalité' textil, 'prêt-à-porter' de corte republicano– de quienes desde la pasada semana queman coches y saquean locales comerciales ... en las ciudades francesas.
—¿De dónde sale esta gente?, se pregunta Pedro Sánchez, horrorizado desde la posición supremacista que primero toleró y luego asumió en las mesas de diálogo que compartió con los autores del eslogan –también de inspiración republicana, pero de la república que no existe, idiota– de «las calles siempre serán nuestras». Traducida del catalán o del francés, la escritura de propiedad de las calles, de Barcelona o de París, habilita a su tenedor moral a meterles fuego a las tiendas, los vehículos y los contenedores de basura que considere oportuno para alcanzar sus fines, legitimados por su carácter benéfico para 'la mayoría social', adaptación de lo que hasta hace apenas unos meses era 'la gente'. «Estamos viendo el tráiler de una película tenebrosa», añade el presidente del Gobierno, espantado por la retirada de la bandera que, como el logotipo del puño morado a comienzos de marzo, identifica en julio al chiringuito de otro colectivo de perseguidos. Victimismo a la catalana: España nos roba, España nos odia. Sin sudadera, que hace calor.
Frente al catastrofismo de extintor, los desórdenes públicos agravados que se registran en las ciudades galas no representan sino el proyecto de integración ciudadana, y republicana, de quienes hasta ahora habían sido excluidos del París de Haussmann y de las manifestaciones libertarias –protagonizadas por blancos, educados en la revuelta, valor supremo de la Francia de las luces y las llamas– que de forma recurrente y entre fuegos amigos sacuden la capital francesa a cuenta de cualquier reforma estructural. «¿De dónde sale esta gente?», repite Sánchez con el desprecio que exhiben quienes despliegan cordones sanitarios e invierten la ecuación de la lucha de clases hasta despejar la incógnita del clasismo. No hay que confundir los chalecos amarillos con los 'fachalecos'. Básicamente, la elegancia es distinción, en el peor sentido.
Hace hoy dos semanas exactas de la presentación en París de la primera colección de hombre firmada por Pharrell Williams –aristócrata negro– para Louis Vuitton, cuyas tiendas se amurallan para evitar el saqueo de la turba de extrarradio que en los últimos días ha tratado de incorporarse a la 'mayoría social' y emular a quienes en Francia y desde el siglo pasado, gente blanca y blanqueada, han hecho uso de su libertad para actualizar con gasolina los fundamentos de la República. Se percibe cierto racismo en el rechazo a lo que en la práctica no es más que un gesto de aproximación al manual de civismo de los franceses, a la idiosincracia de un pueblo que en la escuela es adiestrado en la virtud de la revolución y al derecho de la 'gente' a constituirse en mayoría social y hacerse la perseguida. El miedo no es aquí la reacción al tráiler de una película tenebrosa, sino un síntoma de supremacismo.
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