el contrapunto

'Caza del moro' en Torre Pacheco

Exigir a quienes vengan a España respetar leyes y costumbres es la condición indispensable para salvar la convivencia

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Quemar a Vox en la hoguera mediática por racista no apagará el incendio prendido en Torre Pacheco, ni los que cabe esperar en el futuro en lugares donde la realidad demográfica sea parecida. Instar 'a la caza del moro' y proponer la expulsión de ... millones de inmigrantes, tampoco. Porque lo sucedido este fin de semana en esa localidad murciana es solo el síntoma de una patología social grave. La manifestación visible de un problema extraordinariamente complejo, que irá a más si nadie lo remedia y desde luego no se remedia recurriendo al populismo, ya sea de izquierdas o de derechas, ambos igualmente dañinos. Con la diferencia de que el imputable a los autoproclamados «progresistas» es el que ha inspirado las políticas aplicadas desde hace años y nos ha traído hasta donde estamos.

Según el ministro del interior, Grande Marlaska, que disfrutaba viendo en directo la final de Wimbledon mientras en Torre Pacheco se desataba el infierno a raíz de la brutal agresión perpetrada presuntamente por un joven marroquí contra un anciano indefenso, la culpa de lo sucedido es de «los discursos de la ultraderecha». Ni una palabra sobre la realidad incuestionable de una inmigración ilegal creciente a la que no se intenta poner freno, ni sobre la alarma que suscita en muchas poblaciones pequeñas la existencia de guetos culturales y religiosos cuyos miembros no hacen el menor esfuerzo por integrarse, ni sobre el malestar que provoca en muchas personas, especialmente las más desfavorecidas, la percepción de que quienes vienen de fuera reciben más ayuda que ellas. A decir de la podemita Montero, flamante eurodiputada con 10.000 euros de sueldo al mes, que se derretía de admiración ante el terrorista Otegui a la vez que los agentes de la Guardia Civil, que no pasan de los 1.500, se jugaban el tipo interponiéndose entre los bandos enfrentados, la cosa se resuelve legalizándolos a todos de golpe. O sea, lo contrario que predica Abascal, quien propugna echarlos en bloque sin especificar cómo y a dónde, en un alarde de demagogia que aboca a la frustración y acaba a menudo en violencia.

La inmigración descontrolada no es carnaza electoral, sino el gran reto al que se enfrenta Europa. Un desafío ante el cual no sirve cerrar los ojos ni apelar a los bajos instintos. España ha llegado tarde a esta realidad porque, a diferencia de lo que acontece en Francia, Reino Unido o Bélgica, la mayor parte de quienes llegan aquí proceden de Hispanoamérica y comparten nuestra lengua y nuestros valores. Pero allá donde eso no es así acaba saltando la chispa. Por eso es imprescindible trabajar por la integración y evitar la proliferación de comunidades reacias a respetar nuestras leyes y nuestras costumbres. Exigir ese requisito a quienes quieran instalarse en España no es xenofobia, sino reciprocidad. Y la condición indispensable para salvar la convivencia.

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