¿Para qué sirven los Borbones?

Por supuesto, toda monarquía tiene un coste, aunque solo sea por el número de castillos que los contribuyentes españoles deben mantener. Pero sea cual sea ese coste, que en realidad no conocemos, si lo comparamos con el respeto a la Constitución, el mantenimiento de la unidad nacional y la continuidad de la democracia, el balance es favorable a los Borbones de España.

Se puede hacer una comparación arbitraria, una entelequia, entre los Borbones de España y los de Francia. Descendientes del mismo antepasado, estos últimos reinaron hasta 1830, logrando resucitar tras la Revolución de 1789 y el Imperio napoleónico. ¿Podrían los Borbones de Francia haber encarnado la continuidad, la legitimidad y la unidad, como lo hicieron en España, acompañando al mismo tiempo la democratización de la sociedad? A diferencia de sus primos españoles, fueron incapaces de hacerlo. Cuando, en 1875, tras el reinado de Napoleón III, una mayoría de diputados propuso al heredero de los Borbones que reinara con el nombre de Enrique V, este, a diferencia de Juan Carlos, rechazó la democracia y exigió que la tricolor fuera sustituida por la bandera blanca de sus antepasados. Incluso a los más ardientes partidarios de la restauración les parecía imposible borrar de este modo casi un siglo de historia francesa. Este Enrique V, que “no había aprendido nada ni olvidado nada” (parafraseando a Talleyrand), no reinó. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, el general De Gaulle estuvo tentado por un momento de restaurar la monarquía, a la que creía capaz de reconstruir una nación destrozada por la guerra y la ocupación nazi. Por desgracia, una vez más, el heredero de los Borbones de Francia no era una persona sutil. Por eso, De Gaulle prefirió una constitución republicana a la restauración de la monarquía, pero con un presidente que, desde 1958, ejerce desde el Elíseo los poderes más absolutos de cualquier democracia occidental. Así es como, en España, los Borbones reinan, pero no gobiernan, mientras que en Francia ya no hay Borbones en el poder, pero nuestra democracia es monárquica, casi absolutista, más cercana a los soberanos del siglo XVIII que a cualquier República de Europa o América. No solo los poderes que la Constitución confiere al presidente francés son de naturaleza monárquica, sino también las costumbres políticas. En la República Francesa, estas costumbres se deben en gran medida a la Corte de Versalles; los Borbones han desaparecido, pero sus costumbres persisten. Entrar en cualquier ministerio de París es como retroceder en el tiempo hasta encontrarnos en el siglo XVIII. Los ministros franceses, lejos de instalarse en despachos modernos, como ocurre en el resto de Europa, disponen de lujosos palacios, chóferes, cocineros, coches y aviones, un estilo de vida que nada tiene que envidiar al de los aristócratas de antaño. He sido testigo de cómo ministros franceses de origen modesto, que han escalado todos los peldaños electorales que conducen a un ministerio, nada más entrar en su palacio se ven transformados por la magia del lugar y del protocolo; adoptan, por mimetismo, el comportamiento indolente y arrogante de la nobleza de antaño. En Madrid reinan los Borbones, mientras que en París la República es “borbonesca”.

La historia de los pueblos no es como un menú del día donde podemos elegir el plato que más nos gusta; no se puede reescribir la historia. Creo que la monarquía le resulta útil a España, pero no puedo imaginarme cómo sería Francia si Enrique V hubiera aceptado ser el discreto rey de una sociedad democrática. Paradójicamente, a falta de monarca, los franceses buscan incesantemente un hombre fuerte, un caudillo, un monarca sustituto. Puede que este papel se adaptara bien a De Gaulle, que reinó más que gobernó desde 1958 hasta 1969; su liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial le confirió una legitimidad incuestionable. Sus sucesores nunca han tenido su prestigio, lo que no les impide afirmar con arrogancia, como Luis XIV, que “el Estado soy yo”. Un Borbón de España nunca podría pensar eso, mientras que los no Borbones de Francia confunden fácilmente su persona con el Estado. Otra herencia borbonesca de una Francia sin Borbones: la incapacidad permanente para equilibrar el presupuesto del Estado, única en Europa, que se remonta a Luis XIV. Última tradición borbonesca sin Borbones: los franceses piden actualmente la destitución del presidente Macron. ¿Un sustituto civilizado de la guillotina? No me consta que en España el Rey Felipe VI despierta sentimientos tan negativos. ¿Es mejor un Borbón democrático que un no Borbón monárquico? Una entelequia, pero que da que pensar.