diario de un optimista
¿Debemos temer a la IA?
Mary Shelley representó mejor que nadie este temor a que la criatura se adueñe del creador
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Iniciar sesiónToda innovación tecnológica y científica que rompe con nuestros hábitos suscita siempre algo de temor. En el siglo XIX, los pasajeros temían asfixiarse en los túneles cuando hacían viajes en tren. Lo de que las máquinas destruyen nuestro modo de vida y nuestros empleos ... tradicionales es una obsesión tan antigua como la primera revolución industrial en la Europa del siglo XVIII. En realidad, y a modo de ejemplo, nuestras vidas han seguido alargándose gracias a la innovación médica, y nuestros empleos tradicionales han seguido siendo sustituidos por otros menos agotadores y mejor pagados. ¿Es eterno este ciclo virtuoso de 'destrucción creativa'? Es imposible pronosticar qué pasará en el futuro, pero llama la atención que la humanidad reaccione constantemente con los mismos reflejos primarios.
Sin duda sentimos una aversión instintiva al cambio; debe de estar escrito en nuestros genes. A estos comportamientos arcaicos se añade una mitología más antigua todavía: la del robot creado por el hombre que se apodera de nuestra humanidad. La escritora inglesa Mary Shelley representó mejor que nadie este temor a que la criatura se adueñe del creador en su novela 'Frankenstein o el moderno Prometeo' (1816).
Mira por dónde, últimamente todo vuelve a empezar, igual que antes, con el pretexto de la inteligencia artificial. Hoy por hoy, unos robots rellenos de ordenadores son capaces de pensar como nosotros, más rápido que nosotros, a través de la escritura y de la imagen. Los médicos ya utilizan los programas de inteligencia artificial para realizar un diagnóstico, y luego confían a la máquina la redacción de informes y recetas. Ahora, profesores y alumnos confían (discretamente) a las máquinas la tarea de redactar sus lecciones y sus disertaciones. Las películas de ficción y de actualidad ficticia creadas por la IA nos hacen creer que la ficción es una realidad. Recientemente se ha hablado mucho de una pieza musical que John Lennon había escrito supuestamente para los Beatles, aunque él ya haya muerto. Las profesiones desaparecen y seguirán desapareciendo; se dice que los abogados corren un riesgo especial, porque basta con introducir unos cuantos datos en un ordenador para que este produzca, en cuestión de minutos, un alegato con referencias legales.
Por tanto, distinguir lo verdadero de lo falso será cada vez más complejo, y esto requiere, sin duda, una regulación. El Parlamento Europeo acaba de aprobar una propuesta, tras dos años de reflexión y redacción. Los fabricantes de IA en Europa, bajo la supervisión de la autoridad nacional responsable de la aplicación de la norma, deberán indicar mediante alguna sigla si lo que tenemos delante es real o virtual. Se trata de una decisión justa, a consecuencia de la cual el mundo de la web y de la IA se dividirá en tres zonas: Estados Unidos, donde el Gobierno deja en manos de las empresas privadas el informar o no a los consumidores; China, donde solo el Estado, en lugar del consumidor, decidirá lo que es bueno o malo para él, y Europa, que busca un equilibrio entre preservar la innovación e informar al consumidor y al ciudadano. El siguiente paso será una carrera de influencia entre estos tres modelos.
El resultado es incierto, ya que resulta difícil controlar estas técnicas y su difusión, que desafían las fronteras nacionales. Por el momento, Estados Unidos tiene una clara ventaja, ya que casi todas las innovaciones en materia de IA siguen siendo 'made in USA'; ellos asocian la inteligencia artificial a la continuidad de su dominio de la tecnología, el mundo de lo virtual. China le va a la zaga con cierto éxito, pero todavía muy por detrás. Mientras que los europeos siguen siendo, sobre todo, consumidores y reguladores, pero apenas innovadores.
Esta exclusión de Europa, a pesar de haber sido la cuna de todas las revoluciones industriales anteriores desde el Renacimiento (la máquina de tejer, la máquina de vapor, el motor de combustión interna, la energía eléctrica), deja perplejo; pero ese es otro tema. Del mismo modo, puede que la próxima vez nos sorprenda la irrupción de países 'pequeños' como Taiwán, Corea del Sur, Estonia o Israel como pioneros de la web y después de la IA.
Solo falta desentrañar la hipótesis de Frankenstein: ¿será la IA más inteligente que los humanos, hasta el punto de sustituirnos? Los científicos de Estados Unidos lo temen hasta el punto de instar en peticiones públicas a que se detenga toda investigación que aumente el poder de la IA. Este miedo me parece absolutamente infundado; fue Mary Shelley quien inventó a Frankenstein y no al revés. Del mismo modo, los humanos han creado la IA y no al revés; las máquinas se limitan a digerir y devolvernos los datos que introducimos en sus cerebros de metal. Lo verdadero seguirá siendo distinto de lo falso. Nos corresponde a nosotros aprender a distinguirlos, preferiblemente desde la escuela.
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