editorial
¿Qué hacer con Afganistán?
A dos años de la caótica evacuación de Kabul, la amnesia se impone en Occidente, que fue incapaz de llevar la democracia ni de gestionar a los refugiados que aceptamos
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEl martes que viene se cumplen dos años desde la caótica retirada de Estados Unidos y sus aliados de Afganistán y la entrega del control del país a los talibanes. Por un lado, casi todos los negros presagios sobre lo que ocurriría con las mujeres, ... las niñas y los medios de comunicación se han cumplido con creces. Desde el primer momento, los talibanes demostraron que no cumplirían las promesas que hacían en aquel verano de 2021 cuando se enseñorearon de Kabul. Quizá el mejor ejemplo de esto sea el anuncio por parte de las autoridades afganas, el 24 de diciembre pasado, de que las mujeres ya no podrán trabajar con las organizaciones no gubernamentales locales e internacionales, incluida la ONU, con algunas excepciones en proyectos de sanidad, nutrición y educación. En los últimos dos años, la norma ha sido discriminar a las mujeres y niñas en la educación, el trabajo, y en sus libertades de circulación y reunión. De igual modo, los talibanes han impuesto una amplia censura a los medios de comunicación, y han aumentado las detenciones de periodistas y disidentes.
La evacuación de Kabul fue traumática para Occidente y eso justifica el deseo de olvidar. El retorno de los talibanes supuso la impugnación de la idea de que todo el mundo aspira a la democracia liberal o tiene una percepción parecida de los derechos humanos. El resultado ha sido la exclusión de Afganistán de la agenda global, salvo para cuestiones testimoniales. Incluso para la ONU, el asunto es problemático. «La ONU no abandona a Afganistán», dijo António Guterres en julio pasado, pese a que su capacidad de maniobra sobre el terreno es reducida. Lo cierto es que el mundo no sabe qué hacer respecto del país de los talibanes. Hay expertos que dicen que la dureza es la mejor manera de obligarles a respetar los derechos humanos. Otros sostienen que hay que armarse de pragmatismo y cooperar en cuestiones como infraestructuras, regadíos y carreteras porque la crisis de un país donde 28,3 millones de personas necesitan ayuda humanitaria, según Naciones Unidas, no puede esperar. Y ese cruce de caminos tiene al mundo paralizado.
Una cosa sí ha cambiado y ha tenido efectos a medio plazo: Estados Unidos (y por extensión Occidente) salió de la ecuación. El tiempo empieza a darle sutilmente la razón a los que decidieron que su país no tenía nada que hacer a 11.000 kilómetros de Washington DC. Poco a poco, los vecinos de los talibanes empiezan a concretar su propia agenda. China, por ejemplo, quiere que los talibanes le entreguen a los militantes uigures que tenían bases en Afganistán, pero éstos se han limitado a reasentarlos lejos de la frontera china. Pakistán, que ha apoyado a los talibanes desde 1990, quiere que le ayuden a luchar contra una facción local del talibán. Irán y Uzbekistán están preocupados por la gestión de los grandes ríos afganos, afectados por años de sequía. El régimen tampoco tiene el control efectivo de todo el país y ha habido enfrentamientos con una facción de Daesh que se autodenomina Estado Islámico del Gran Jorasán.
Pero este olvido, esta amnesia estratégica, no debería de ninguna manera afectar a los compromisos morales que Occidente, y en particular España, adquirió con ese puñado de colaboradores afganos y sus familias que trabajaron junto a militares y cooperantes españoles en el tiempo que duró el despliegue occidental en el país. Estos refugiados denuncian el abandono por parte del Gobierno español y las innumerables cortapisas que se encuentran en nuestro país para integrarse y desarrollar una vida digna. España no puede darles la espalda por muy traumática que haya sido la experiencia.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete