TIGRES DE PAPEL

En el nombre de España

Sánchez no ha cambiado de opinión y es consciente de la injusticia que supone la amnistía

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En nombre de España. Así fue como Sánchez, líder de la segunda fuerza política más votada en las pasadas elecciones, defendió por primera vez de forma abierta la amnistía en una estrategia que le hemos visto ensayar en varias ocasiones: doblar la apuesta hasta ... límites inverosímiles para lograr estresar los márgenes de la realidad concebible. El nuestro pasará a ser un extraño país donde una élite política amnistiará la corrupción perpetrada por otra élite política, en contra de la voluntad de los españoles, y que lo hará por su propio bien y en nombre del progreso. Nos gobierna alguien transmutado en el trapecista del «más difícil todavía» en el que si las cosas salen mal será el orden constitucional el que saldrá sacrificado.

El presidente hace pocos meses defendía lo contrario de lo que ahora sostiene, pero no se confundan: Sánchez nunca cambió de opinión. Él sabe, al igual que sus once ministros que se pronunciaron en contra, que la amnistía es una medida no sólo dudosamente constitucional, sino que es, y este es el problema, fundamentalmente injusta. Lo formidable es que esa injusticia le resulta indiferente porque el único bien indiscutible de su constelación de valores es volver a ser investido presidente. Esa es la premisa oculta en el razonamiento que expuso sin pudor: para que el PSOE gobierne hace falta la amnistía, 'ergo' la amnistía habrá de tramitarse. Entre los dos enunciados se esconde un supuesto discutible y peligroso que afirma que el Partido Socialista debe gobernar por encima de todo y de todos. Cuando tu propia subsistencia se convierte en el 'summum bonum' al que todo debe supeditarse, cuando se puede sacrificar la igualdad entre españoles, los principios del Derecho, la palabra pública y el orden constitucional sólo para mantenerte en el poder, estás incumpliendo la encomienda básica de la misión del buen gobernante.

El problema del Partido Socialista no es ideológico. Como bien acuñara John Müller, Pedro Sánchez es un invertebrado que adopta una forma y su contraria con tal de adaptarse a la circunstancia. No hay ideas densas contra las que confrontar, es puro gas. Todos los que el sábado aplaudían en el Comité Federal batirían las manos con la misma intensidad si el presidente del Gobierno hubiera sostenido la tesis contraria. Los mismos que jalearon las palabras del presidente serían capaces de asentir al discurso de García-Page si fuera éste quien estuviera al mando, y así lo harán si algún día llega a estarlo. Sólo me cabe la duda de si quienes aplauden lo hacen en cumplimiento del axioma sanchista, que es la propia supervivencia, o si ya podemos concluir fehacientemente que el PSOE ha dejado de ser un partido político para convertirse en una religión de sustitución. Bien pensado, puede que no haya que elegir, y que las dos hipótesis puedan ser ciertas al mismo tiempo.

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