Los detalles de la Historia

En el artículo publicado el pasado 19 de noviembre sobre la situación en la que quedó el Emperador Hirohito tras la Segunda Guerra Mundial, el autor menciona cómo en su búnker «Hitler permaneció desafiante hasta el mismo momento en que paladeó la pastilla de cianuro», a lo que el lector Carlos Latorre apuntilla que «Hitler no murió tras tomarse una pastilla de cianuro, sino que se pegó un tiro». Unas semanas antes, Enrique Gabriel Borrego señalaba que la imagen que acompañaba el artículo sobre el enigma de la pirámide de Keops era, en realidad, de la de Kefrén.

El interés y el alcance que pueden tener estos artículos es muy cierto, como pone de manifiesto que el publicado el 24 de octubre sobre Emilio Griffiths, uno de los verdugos de Franco, provocó un mensaje del Servicio de Información del Gobierno de Gibraltar en España. Tras señalar como inapropiadas algunas expresiones que confundían localidades españolas, como La Línea de la Concepción o el Campo de Gibraltar, con territorio soberano gibraltareño, solicitaban su corrección, cosa que el periódico hizo, tal y como reconoce Israel Viana, autor del texto.

César Cervera, redactor de la sección, sabe que estos temas son particularmente apreciados por los lectores. Y también que «se nos lee con mucha atención» y, aunque en ocasiones se encuentran errores, en otros casos lo que emergen son «discrepancias con el lector». De acuerdo con esto, Manuel Villatoro, autor del artículo sobre Hirohito, defiende su versión sobre la muerte de Hitler. Aunque es consciente de la existencia de otras visiones, se apoya en las conclusiones del investigador británico Trevor-Roper, compartidas entre muchos historiadores, según las cuales «Hitler sí pudo tomar una pastilla de cianuro, aunque llevado por el pavor de que no hiciera efecto y caer en manos del enemigo, terminó pegándose un tiro». Villatoro, con un amplio conocimiento en la Segunda Guerra Mundial, explica que para redactar artículos de temas con los que tienen menos familiaridad, los redactores de la sección se apoyan en una «red de contactos extensa de expertos de cabecera, construida a lo largo de más de diez años, y en la lectura de muchos libros de historia».

Israel Viana, por su parte, reconoce que acostumbra a leer los comentarios de los lectores, tanto en la 'web' como en las redes sociales, porque en ocasiones «efectivamente detectan una errata o añaden algo que enriquece el texto». También de estas aportaciones pueden «surgir temas para otros artículos». Considera que es una ocasión excelente para abrir un «diálogo con el lector» que, suelen ser, además, personas «muy especializadas o aficionadas» a la historia.

Pudiera parecer que la redacción de estos artículos, no sujetos a la urgencia de la actualidad, debería contar con el tiempo suficiente para revisar los textos y evitar errores. A esto, Cervera aduce que la sección, además de los artículos de historia, también trabaja para poner en valor el archivo de ABC, y elabora contenido para otras secciones cuando la actualidad lo demanda. Cuenta que algunos sistemas de edición alternativos que los redactores de la 'web' han puesto en marcha en el pasado no han acabado de cuajar. Y piensa que contar con una mesa de edición similar a la del diario impreso podría ayudar a incrementar la calidad final de los textos, aunque es consciente de que el volumen lo hace difícil.

La buena conexión de estos contenidos con el entorno digital apunta a una posible área de desarrollo que debería ser tenida en cuenta de manera apropiada. Algunas de las prácticas que señalan los redactores son particularmente valiosas, pero en la medida en que sean solo un ejercicio voluntarioso y muy loable, serán poco sostenibles. Convendría apoyarlos de manera más firme con recursos o procesos útiles. La contribución de los contenidos históricos a la identidad de ABC es clara, y el desafío de saber ponerlos en valor en el entorno digital, estratégico.