después, 'naide'
Jessica Rodríguez soy yo
«Tengo dentro una Jessica sorprendida de que le pidan cuentas del trabajo que realiza a cambio de cobrar un sueldo»

Jessica Rodríguez soy yo, o podría serlo sin aparecer por el trabajo ni para cobrar, o enviar, extrañado, mensajes a Koldo Izaguirre quejándome de que «una pava» del Ineco me pida explicaciones acerca de cuándo voy a la oficina, de a qué hora llego, ... a qué hora me voy y otros detalles. De qué es lo que hago, al fin y al cabo, y quejarme como hace ella, en gracioso tirabuzón ontológico, de que no puedo inventarme algo que desconozco por completo. «No tengo ni puta idea -concluyó sobre un informe sobre su trabajo en la empresa pública en la que la enchufaron-, de lo que se hace allí». Tengo dentro una Jessica sorprendida de que le pidan cuentas del trabajo que realiza a cambio de cobrar un sueldo. Más complicado sería terminar en mi caso teniendo «una relación especial» con Ábalos, pese a que el exministro sea una persona de muy grata compañía, divertida y amable a la que yo siempre tuve -y él lo sabe-, sincero aprecio personal. No se puede ocultar el esnobismo de los españoles que se sorprenden de que una mujer guapa estuviera -sea cual fuera la fórmula contractual-, con el exministro, como fueran Marlon Brando.
Muchas mujeres hubieran estado gratis con Ábalos si lo hubieran conocido, aunque yo aquí no he venido a hablar de los encantos de José Luis, sino de que todos llevamos -o al menos yo-, dentro una Jessica indignada de que le pidan cuentas por pretender cobrar sin trabajar. La visión del trabajo en sí como algo necesario para la realización de la persona me parece una asunción alejada de cualquier lógica y que solo puede ser sostenida por el consuelo de lo que hay. Habría que entender que madrugar, cansarse y penar perdido en rutinas y en injustas jerarquías debe ser bueno para el ser humano. Todo eso sería bueno en la medida en que lo entretiene y parece un argumento adecuado para gente que no dispone del espíritu suficiente para entretenerse por sí mismo. Aquí declaro que yo no me encuentro entre ellos. Podría pasar el resto de mi vida surfeando, viajando, durmiendo, mirando crecer mis tomates, mis hijos y mis árboles, cazando palomas subido en la copa de un pino a catorce metros de altura y buscando metáforas en las formas de las nubes.
Otra cosa es que lo que haga en mi vida sea considerado de manera increíble un desempeño laboral y merezca un salario. Soy alguien al que pagan por buscar eufemismos sobre 'prostituta' sentado en este aeropuerto de Múnich a las nueve de una mañana de cielo azul-Baviera a juntar unas letras y enviarlas antes de que salga el avión. Otro avión. Alguien al que pagan por ver el mundo, observar sus dinámicas existenciales, escudriñar el vuelo de sus pájaros, sean esquivos o descarados, y el fondo de sus gentes que pasean felices en bicicleta, o que sufren la muerte, la enfermedad y el zarpazo de la desgracia. Hacerme con sus historias, pasarlas por mi viejo y cansado corazón, cada vez más hecho de los retales de otros desgarrados corazones, y contárselo todo a ustedes. Si eso es trabajar, que venga el juez y lo vea.
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