ANTIUTOPÍAS
Petro vuelve a la carga
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Iniciar sesiónCuando Pedro Sánchez dijo que gobernaría con o sin el apoyo del poder legislativo, más que una afirmación temeraria estaba manifestando un síntoma inequívoco de una muy bien diagnosticada enfermedad tropical: la fiebre populista. Posiblemente había adquirido el virus a través del estrecho contacto que tiene con Rodríguez Zapatero ... , cuyos viajes a la franja ecuatorial del continente americano, donde la nociva cepa es persistente, son bien conocidos. O quizás la idea la copió de Gustavo Petro, el presidente colombiano que desde 2023, cuando sus reformas empezaron a encontrar resistencia en el Congreso, ha desafiado al poder legislativo alebrestando la calle.
El martes pasado dobló esta apuesta. Al ver que el Congreso volvía a frenar sus proyectos, le anunció a los colombianos que sometería sus principales reformas, esos cimientos con los que intenta construir una Colombia nueva, a una consulta popular. Ya no será en el Congreso donde se discutan las leyes sino la calle. La carta enlodada de Armando Benedetti, un camaleón político sin ningún prestigio pero con enorme habilidad para aceitar clientelarmente el Congreso, había fracasado, así que ahora podía retomar el sendero de la pureza: que sea el pueblo quien decida si «quiere ser esclavo o libre».
Si Sánchez optó por el decreto ley para no pasar por el Congreso, Petro prefirió la movilización popular. A pesar de ser un furibundo bolivariano, Petro está convencido de que la lucha de Bolívar quedó inconclusa. Cuando cayó la Monarquía católica, la soberanía no regresó al pueblo sino que fue capturada por «la oligarquía», cuyo cubil contemporáneo es el Congreso de la República. En Colombia nunca ha habido verdadera democracia, dice Petro, porque el Congreso nunca ha representado los intereses del pueblo, sólo los «del dinero y la codicia». Sencillamente, no ha habido autogobierno, sólo dominación y esclavitud. Así ve Petro la historia de Colombia.
Y obrando en consecuencia, entiende que su labor no es gobernar sino emancipar a un pueblo que ya lleva quinientos años encadenado, trescientos por los españoles y doscientos por ese feudo oligárquico –el Congreso– desde donde se impone la «dictadura del establecimiento, de los ricos». Sólo con el advenimiento de Petro la soberanía ha vuelto al pueblo. Por primera vez en quinientos años, tiene la opción de darse sus propias leyes y derrumbar el Antiguo Régimen oligárquico que lo esclaviza. Y Petro, perceptivo auscultador de las voluntades populares, oyó su llamado, sintió su energía, y entonces tuvo una revelación: ese pueblo anhelante de libertad había visto en él un instrumento para cambiar la historia y derrumbar el sistema injusto que lo hacía vivir arrodillado.
De ese tamaño es el delirio de Petro. Su megalomanía le impide ver que el pueblo que gobierna es plural y bastante más cuerdo que él, y que no está esclavizado sino jodido después de tres años de quimeras fútiles que tienen el país en llamas. Con su consulta popular sólo echará más gasolina al drama.
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