ANTIUTOPÍAS
La función de la mentira
A los líderes les resulta más fácil forjar lealtades con la mentira, que apuntalar su liderazgo con verdades
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La mentira, explicaba Anne Applebaum en su pódcast sobre las nuevas formas de autocracia, tiene un sentido nuevo en la política contemporánea. Ya no se usa para engañar al votante, o al menos no tanto o no exclusivamente. Cuando un político suelta exabruptos, afirmaciones delirantes ... que son evidentemente falsas, lo que busca es poner a prueba la lealtad de sus seguidores. La mentira desquiciada es el test del líder desquiciado. Se miente para comprobar quién está dispuesto a negar la realidad, a secundar la fantasía y a embarcarse con el jefe hasta el fin del mundo. Ahí radica la novedad, la función inusitada que tiene ahora la mentira: no engaña al opositor, corrompe al seguidor.
Tal vez Applebaum diagnosticó ese mal de la política contemporánea después de oír a los teóricos de la derecha alternativa estadounidense. Porque uno de ellos, Curtis Yarvin, alias Mencius Moldbug, defendía la propagación de noticias falsas y bulos conspirativos por razones similares. Cualquiera puede creerse la verdad, decía, pero creer en lo absurdo es una verdadera muestra de lealtad. Lo que está uniformando a las sectas políticas ya no son las camisas de colores, sino la sumisión a una misma mentira, a un mismo relato que diviniza al líder y lo absuelve de cualquier pecado.
Rudy Giuliani aceptó prestarle asesoría legal a Donald Trump en 2018, y poco tiempo después, el 6 de enero de 2021, le decía a una multitud que las máquinas de votación habían sido amañadas y que a su cliente le habían robado las elecciones. Había tolerado pequeños disparates y al poco tiempo estaba defendiendo la locura. ¿Creía Giuliani en lo que decía? Daba igual. Él y todos los trumpistas llevaban dos años sometidos a las reglas de su líder, negando lo obvio, y ya no podían recuperar el sentido de la realidad.
Estamos ante una epidemia que llega a todas partes. ¿Cree Pilar Alegría lo que dice en sus ruedas de prensa? Eso tampoco importa a estas alturas. Ya no tiene más opción que huir hacia delante y perpetuar el relato que mantiene la cohesión de su grupo político. Si dice lo que piensa, si se desvía del guion que le escriben los gurúes y fabricantes de ficciones, queda huérfana y expuesta. Es muy tarde para dar marcha atrás. Se inicia comprando una mentirijilla del líder y se acaba vendiéndole el alma, el prestigio y la reputación profesional.
En Colombia, Gustavo Petro anda en las mismas, pregonando que se ha puesto en marcha un golpe blando, uno más, para desalojarlo del poder. Es una mentira, por supuesto, un exabrupto idéntico en naturaleza y finalidad al complot trumpista, que enreda la vida política y pone a prueba a sus militantes. Quiere hacerlos cómplices de su delirio paranoico, y que confundan su mediocre presidencia con una batalla épica en contra del golpismo. Todo esto está degradando la democracia –de paso enloqueciéndonos–, pero tampoco importa. A los líderes les resulta más fácil forjar lealtades con la mentira y la conspiración, que apuntalar su liderazgo con verdades.