ANTIUTOPÍAS
¿Qué fue del posmodernismo?
Lo alto y lo bajo no acabó fundiéndose en el arte, sino en la política
México no es país para reyes
Modernidad trasatlántica
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEn los años noventa, y en gran medida gracias al recientemente fallecido Frederic Jameson, el tema obsesivo que ocupó los debates culturales y filosóficos fue la posmodernidad. Los teóricos, como si fueran forenses, analizaban cada indicio que probaba la agonía de la época. Ahí ... estaban los mustios metarrelatos que habían servido de brújula a la sociedad moderna y en los cuales ya nadie creía, esa fantasía de un progreso ilimitado que animó al socialismo y al capitalismo, o el poder emancipador de la ciencia y de la razón ilustrada. El sujeto moderno también había muerto, decían, y ahora nuestro yo se dilataba. Como si careciera de un núcleo de creencias o principios, incluso de estructura, mudaba al son de las modas y de las identificaciones grupales. No había autor ni estilo. El arte dejaba de ser el medio heroico de expresión de la subjetividad, y se convertía en pastiche irónico, 'collage', mercancía o 'remake' de la vanguardia histórica.
El cine perdía la profundidad de la autoría y se dejaba influenciar por la serie B y los géneros menores. La arquitectura perdía el tren del futuro y empezaba a reciclar estilos hasta convertirse, literalmente, en una casa de citas del pasado. Lo alto y lo bajo dejaban de pelear y todo empezaba a convivir en un mismo plano cultural. Madonna y Schubert valían lo mismo; Sonic Youth se inspiraba en Stockhousen. La realidad se fragmentaba con el auge de los 'mass media', una herramienta emancipadora que obraría a favor de la transparencia social y la multiplicación de los puntos de vista. Seríamos más banales y más irónicos, con gustos eclécticos y quizá frívolos; malos escritores que descubrían el placer paleto de redactar textos ilegibles, y aún peores lectores que tardaron treinta años en despachar un tercio de 'La broma infinita'. Pero al menos nuestro yo múltiple y multicultural sería menos fanático y sectario, más consciente de sus limitaciones y quizá más modesto y jovial. Nadie podía prever el efecto que tendrían las redes sociales sobre ese bienaventurado sujeto débil.
Lo curioso es que de pronto dejó de quitarnos el sueño la posmodernidad. Ya no nos importó si la mezcla de alta y baja cultura era perversa o provechosa, o si el relativismo y el eclecticismo nos hacía más tolerantes. A falta de metarrelatos y nociones de futuro, depositamos nuestras esperanzas en narcisistas estrambóticos, en políticos performers'' que transgredían las normas civilizatorias, todo principio de honradez y corrección. Lo alto y lo bajo no acabó fundiéndose en el arte, sino en la política. Mientras tanto, la cultura se sacudió del posmodernismo para pasarse al posbuenismo. Lejos de festejar la ironía y la banalidad, lejos de jugar irónicamente con la identidad, la cultura contemporánea tomó la vocería de las crisis sociales –ecologismo, antirracismo, feminismo– y el rol de Pepito Grillo. Por eso, desde este presente sectario de políticos cabrones y artistas angelicales, cómo no sentir nostalgia por esas fantasías incumplidas que soñó el posmodernismo.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete