ANTIUTOPÍAS
En agosto nos vemos
Luchando contra la desmemoria, García Márquez escribió cinco versiones de la novela
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Iniciar sesiónGarcía Márquez nunca fue de retos fáciles, ni siquiera cuando escribía cuentos o novelas cortas. Para hacer lo que él hacía debía estar en forma, tener la mano caliente –como le gustaba decir–, la imaginación al rojo vivo y muy bien calibrado ese don innato ... y mágico que le permitía hacer música con las palabras. Pero para 2003, cuando se propuso dar forma de novela a ese cuento que tenía escrito desde 1999, 'En agosto nos vemos', García Márquez ya no corría los cien metros por debajo de los diez segundos. La enfermedad lo rondaba, y el reto al que se enfrentaba no era saltar por encima de su propia historia o agrandar su universo literario, sino desafiar la fatídica pérdida de facultades cognitivas. Luchando contra la desmemoria, escribió cinco versiones de la novela y finalmente tuvo la lucidez –o cometió la torpeza– de sentenciarlas a la guillotina. «Este libro no sirve. Hay que destruirlo», les dijo a sus hijos. Y seguramente tenía razón: la peste del olvido había doblegado al genio.
Pero sus hijos también tuvieron toda la razón cuando decidieron traicionar al padre y publicarla. Razones para no haberlo hecho hay varias. Sorprende la abundancia de diálogos, que siempre fue el punto débil de García Márquez, y el que la historia ocurra en un presente moderno, muy lejos de ese siglo XIX o de esas primeras décadas del XX donde su imaginación medraba a gusto. A veces el ritmo falla y cojea la prosa, e incluso hay que releer la carátula para recordar que es García Márquez, no un imitador, quien firma estas páginas. Pero eso no significa que 'En agosto nos vemos' carezca de interés. Es verdad que de su autor leeríamos hasta las campañas publicitarias que realizó en los sesenta, pero aquí no se trata de simple curiosidad por los despojos de un maestro. Las primeras páginas son magníficas y el final lleva el sello indeleble de García Márquez; incluso hay un núcleo ardiente que irradia la anécdota y responde a las grandes preguntas sobre la libertad y el destino que se hizo el escritor desde siempre.
Ana Magdalena Bach, la protagonista, aprovecha la visita anual que hace a la tumba de su madre en la isla, un paraje caribeño poblado de garzas azules, para tener aventuras amorosas. Está felizmente casada y relativamente a gusto con su vida, pero descubre que en esas escapadas puede dejarse llevar por la imaginación y el deseo. En la isla, Ana Magdalena es libre. Eso cree ella. Al menos eso percibimos los lectores, que la vemos coquetear y refocilarse con desconocidos. Pero entonces llega el momento final, la última escena donde se desvela el secreto de la madre muerta y se comprueba que en el mundo de García Márquez los destinos están determinados y hasta el más libérrimo actúa un guion prescrito. Lo fascinante es que García Márquez hace aquí lo mismo. Lanzando su último grito de libertad frente a la opresiva demencia, vuelve a sus obsesiones recurrentes. A veces ser libre es eso: dar siempre la misma batalla. Lo de menos es que a veces se pierda.
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